La paz, como sabemos, no se limita a la ausencia de guerra o violencia. Por eso, cuando la administración Trump afirma que un Premio Nobel de la Paz ya está “más que retrasado” para el “jefe pacificador”, y enumera las “guerras” que supuestamente ha terminado, el tema merece consideración. También es cierto que, aunque la paz no se limite a la ausencia de guerra, sí la incluye. Detener las hostilidades entre las partes en conflicto es, en efecto, una labor indispensable, y un requisito necesario para hablar, al menos, de un inicio de paz. Sin embargo, en el mundo Trump esto se plantea de formas distintas. “Si miras los seis acuerdos que resolví este año, todos estaban en guerra. No hice ningún alto el fuego”, declaró Trump, y en tono directo le dijo a Zelensky: “No creo que necesites un alto el fuego”. Por tanto, el tema amerita un examen más detenido. Primero, distinguir entre lo que es un cese al fuego y lo que significa una paz más estable y duradera. Segundo, entender qué es lo que Trump busca comunicar y proyectar, y diferenciarlo de lo que realmente ocurre en los territorios donde aún persisten las hostilidades en los casos en los que ha intervenido. Por último, preguntarnos en qué casos su participación ha sido realmente valiosa para desescalar o detener un conflicto, y en cuáles ha sido menos eficaz como “hacedor de acuerdos” o de “paz”.
Paz vs. cese al fuego
Un cese al fuego ocurre cuando las partes enfrentadas acuerdan detener las hostilidades, sea de forma temporal o más amplia. Es un paso indispensable, aunque insuficiente, para pensar en una paz duradera o estable. De acuerdo con la tradición de los estudios de paz —desde Johan Galtung hasta el Instituto para la Economía y la Paz (IEP)— existen dos formas de entender este estado de las relaciones dentro y entre sociedades y países: La paz negativa, definida como lo que no debe existir para hablar de paz, consiste en la ausencia de violencia y en la ausencia de miedo a la violencia. La paz positiva, en cambio, se refiere a los componentes activos de la paz: aquello que debe existir para que la paz no solo se alcance, sino que pueda sostenerse en el tiempo. El IEP lo resume en tres elementos: las actitudes, instituciones y estructuras que crean y mantienen la paz.
Hoy, sin embargo, existen tantos conflictos armados activos —140 según el IISS— que pensar en una paz positiva para cada uno de ellos parece un objetivo demasiado lejano. De ahí que algunas personas sostengan que debemos ser más pragmáticos y conformarnos con detener las hostilidades —es decir, alcanzar al menos una paz negativa—, sin aspiraciones que se alejen demasiado de la realidad.
Con todo, es indiscutible que hay un gran valor en parar las guerras y evitar más muertes, no solo de civiles inocentes, sino también de los cientos de miles de soldados que, como vemos hoy entre Rusia y Ucrania, siguen cayendo en el campo de batalla.
Al respecto, no obstante, hay dos problemas centrales que no pueden pasarse por alto. El primero es que los ceses al fuego frecuentemente son solo acuerdos temporales que, al no abordar los factores de fondo, terminan colapsando y devolviendo a los países o actores a situaciones de guerra que tienden a escalar —como ha ocurrido, por ejemplo, en los conflictos entre Israel y Hamás.
El segundo es que, dentro de las guerras que Trump dice haber “resuelto”, hay casos en donde si podemos evaluar que los ceses al fuego gestionados parecen estables y cuando menos, reportan una mayor eficacia; hay otros que son mucho más frágiles, y hay otros en los que ni siquiera se puede observar esos ceses al fuego temporales de los que hablo.
¿Qué busca comunicar Trump?
Por todo lo anterior, el discurso de Trump debe leerse e interpretarse bajo su propia lógica. Esta lógica tiene como objetivo esencial proyectar eficacia, cumplimiento y éxito como negociador y pacificador, independientemente de lo que indique la realidad de los conflictos señalados. Trump es exitoso en la medida en que, dentro y fuera de EU, se le percibe como eficaz, distinto a sus antecesores: disruptivo pero efectivo, poco diplomático y tradicional, pero capaz de resolver conflictos y negociar términos favorables para su país. Su éxito no depende necesariamente de la “realidad allá afuera”, sino de cómo esa realidad es “sentida”, tanto por su base y el electorado estadounidense, como por los distintos actores internacionales que habrán de interactuar con él en el presente o en un futuro próximo. En la medida en que su idea de “paz mediante la fuerza” sea percibida como efectiva por actores como Rusia, China, Irán o Corea del Norte, entre muchos otros, sus promesas y amenazas pueden moldear conductas de manera más eficiente.
Los ceses al fuego y acuerdos que sí ha conseguido
Hay, efectivamente, una serie de conflictos que Trump logró detener o desescalar. Por ejemplo, gracias a su intervención consiguió persuadir a India y Pakistán de frenar lo que parecía convertirse en una espiral ascendente de violencia. Quienes seguimos esa escalada de cuatro días pudimos observar un antes y un después cuando Trump, a través de Rubio, se involucró activamente para detener lo que rápidamente se salía de control. Esto fue reconocido por Pakistán, mientras que en India hubo mayor inconformidad por el resultado final. Sin embargo, no puede descartarse que Modi, el primer ministro indio, tenía asuntos estratégicos más amplios que negociar con Trump y prefirió cooperar para desescalar las hostilidades.
Otro ejemplo reciente es la escalada entre Tailandia y Camboya. Hace menos de un mes, el llamado —casi orden— de Trump para detener las hostilidades fue determinante para impedir que el conflicto creciera. En este caso, Trump, que negociaba simultáneamente asuntos comerciales con ambos países, amenazó con imponer mayores aranceles si no cesaban sus ataques mutuos.
El caso de Armenia y Azerbaiyán merece una mención aparte, como señalé en un texto anterior. El pacto firmado en Washington no solo da mayor formalidad al cese al fuego existente entre ambos países, sino que conecta a Bakú con Nakhchivan y Turquía mediante una ruta ferroviaria operada por Estados Unidos, evitando a Irán y Rusia. Este acuerdo abre la posibilidad de cierta estabilidad en una región marcada por décadas de guerra —desde Nagorno-Karabaj y la derrota armenia en 2020 y 2023, hasta la pérdida de influencia rusa y la fragilidad iraní—, y a la vez coloca el nombre Trump como “hacedor de paz”, bautizando el proyecto como la Trump Route for International Peace and Prosperity (TRIPP).
Para Azerbaiyán, el pacto consolida un corredor estratégico hacia Europa y Asia Central; para Armenia, implica la apertura con Turquía y la reactivación de vínculos ferroviarios con Rusia; y para Washington, supone beneficios económicos y geopolíticos que reducen la influencia rusa e iraní en el Cáucaso. No se trata de un tratado de paz definitivo, pero sí representa un triunfo diplomático y estratégico que Trump exhibe como prueba de su capacidad para reorganizar las piezas en escenarios tradicionalmente hostiles a Estados Unidos.
Otros casos más cuestionables
El caso de Irán-Israel, no obstante, es muy distinto. Primero, porque antes de que Trump gestionara el cese al fuego, Israel había iniciado una campaña de bombardeos masivos sobre instalaciones nucleares y militares iraníes, además de asesinatos de figuras clave del liderazgo de ese país, lo que otorgó a Israel incentivos suficientes para detener la guerra. Esto contrasta con el conflicto Israel-Hamás en donde Netanyahu aún no puede reportar una victoria según él la ha definido, y por tanto Trump ha sido incapaz de convencerlo de ponerle fin. Segundo, en el caso de Irán, fue la decisión de Washington de bombardear las instalaciones nucleares iraníes el factor determinante que cambió el cálculo de todos los actores involucrados. De hecho, hasta la fecha, las negociaciones nucleares entre Estados Unidos e Irán no han producido resultados. Sin embargo, tras una guerra de doce días en la que participaron no solo Israel, sino también Washington, el liderazgo iraní concluyó que era preferible detener el conflicto en ese punto y reevaluar todas sus estrategias hacia adelante. En otras palabras, el proyecto nuclear iraní, si bien ahora retrasado, sigue siendo una opción viable para el régimen. Lo que logra Trump es parar la guerra temporalmente, no aún resolver el problema de raíz.
Si nos trasladamos al Congo, la eficacia de Trump resulta aún más cuestionable. Según la ONU, a pesar del pacto que él promovió entre Congo y Ruanda, los rebeldes respaldados por este último país mataron al menos a 319 civiles durante el último mes. La ONU señala que esta cifra es una de las más altas documentadas en ataques de este tipo desde que los rebeldes del M23 reaparecieron en 2022. En junio, ambos países habían firmado en Washington un “acuerdo de paz” destinado a poner fin a décadas de conflicto. Trump aseguró que dicho pacto ayudaría a incrementar el comercio entre ellos y con Estados Unidos, y el texto pedía “respeto al alto el fuego” acordado entre Ruanda y la República Democrática del Congo en agosto de 2024.
El caso de Egipto-Etiopía también fue señalado por la Casa Blanca como uno de los conflictos “resueltos” por Trump. Aquí, sin embargo, no se trata de un enfrentamiento armado, sino de una disputa diplomática por la presa hidroeléctrica más grande de África, que sí ha estado a punto de escalar hacia un conflicto. No está claro, sin embargo, qué medidas concretas ha tomado Trump para “resolver” esta disputa. Etiopía anunció recientemente la finalización de las obras de la presa, cuya inauguración está prevista para septiembre, mientras que Egipto y Sudán —este último inmerso en una cruenta guerra interna— continúan oponiéndose al proyecto por temor a que limite el flujo de agua del río Nilo hacia sus territorios.
Así que, al final, como vemos, la eficacia de Trump no es uniforme ni idéntica frente a realidades muy distintas. Hasta ahora, hay que reconocer que el presidente ha sido muy efectivo presionando a ciertos actores para detener escaladas o conflictos puntuales, así como en gestionar proyectos de largo alcance con objetivos geopolíticos, como ocurrió en el caso de Armenia-Azerbaiyán. Sin embargo, en varias de las guerras que él mismo menciona como “resueltas” y en otras que claramente aún están pendientes de solución—marcadamente la de Ucrania y la de Gaza, su eficacia ha sido mucho menor de lo que aparenta. Pero como hemos señalado, su lógica opera en un ámbito distinto: está más centrada en la comunicación y en cómo se percibe su gestión, que en la realidad concreta de los conflictos que dice haber resuelto.
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