Hace unas semanas, Trump lanzó una amenaza hacia Hamás: si los rehenes no eran liberados para el día en que él tomaría protesta, “se desatará el infierno” sobre Gaza. Al conseguirse un frágil cese al fuego, él mismo se atribuyó el logro gracias a la eficacia de sus tácticas de presión y negociación. Cuando, solo unas horas después, tuvo que reconocer que dudaba que el cese al fuego se sostendría, emergió el Trump de America First: “pero pues no es nuestra guerra, es de ellos”, declaraba con indiferencia. Lo que acá comentamos no es nuevo. Basta echar un vistazo a su gestión previa para entenderlo. En ocasiones Trump busca disuadir y plegar a otros mediante demostraciones de fuerza. En ocasiones busca más bien, deslindarse de conflictos que considera ajenos, que no aportan algo (inmediato y palpable) a EU. Pero en ocasiones, sus demostraciones de fuerza arrastran a EU a hacer justo lo que promete no hacer: involucrarse más en esos conflictos “lejanos” y “costosos”. Y a la inversa, en ocasiones, sus repliegues producen la percepción de vacíos y debilidad. Revisemos unos casos de casos para ilustrar:
Apenas iniciando 2020, el ejército estadounidense bajo órdenes de Trump, decidió eliminar a Qassem Soleimani, el jefe de las fuerzas Quds de las Guardias Revolucionarias Islámicas de Irán, el segundo hombre más poderoso de ese país. Este había sido el último evento de una cadena de ataques y contraataques entre las milicias proiraníes que operaban en Irak—en buena medida bajo la coordinación de Soleimani—y las tropas estadounidenses estacionadas en ese país. Pompeo, su secretario de Estado, había amenazado con fuertes represalias si los ataques contra estadounidenses continuaban. Pero Trump eligió la oportunidad para mostrar absoluta determinación, ya no solo atacando a los aliados de Irán, sino asesinando al segundo hombre más fuerte del país. El resultado de esta escalada estuvo a punto de involucrar a EU en una nueva confrontación en Medio Oriente, justo lo que Trump había prometido evitar.
La cuestión es que uno pensaría que la guerra se evitó porque la demostración de fuerza disuadió a Irán de atacar a EU, y no fue así. Todo lo contrario. Irán lanzó un ataque de represalia con misiles balísticos en contra de bases que alojaban a tropas estadounidenses, el ataque más severo que Teherán había lanzado contra soldados de Washington. Trump brincó inmediatamente a afirmar que como “no hubo soldados estadounidenses heridos”, él daba el episodio por concluido. Con los días, supimos que esto fue falso. Sí hubo heridos estadounidenses. El ataque no fue algo menor y la percepción que se produjo en la región es que, una vez más, EU estaba rehuyendo al conflicto. Más aún, Trump ordenó a sus tropas reubicarse para no ser más blancos de ataques, y eventualmente, su preferencia fue replegar a sus soldados de Irak y de Siria de la zona hasta dejar solo a unos cuantos que aún permanecen ahí.
Como vemos, en este caso, Trump optó por privilegiar America First. En efecto, había demostrado su fuerza al matar a Soleimani, pero esa demostración no generó la “paz”, o que las milicias proiraníes dejasen de atacar a las tropas de EU. Más bien se produjo un vacío que resultó, en esos años, en el fortalecimiento del eje proiraní, su continuo armamento, financiamiento y entrenamiento de milicias que hoy siguen luchando contra Washington y aliados como Israel. Ha sido apenas la guerra de este último contra esa serie de milicias, lo que ha terminado por finalmente debilitar a Irán y a su eje.
Otro caso: en junio del 2019, en el pleno de las tensiones entre Irán en contra de EU y sus aliados, Teherán derribó un dron estadounidense en la zona. Ya para ese momento, se había producido una serie de eventos que obstruían la navegación en la región del Golfo Pérsico a causa de los embates de Irán y de los houthies, los aliados yemeníes de Irán, quienes también habían atacado varias veces a otros aliados de EU como Emiratos Árabes Unidos. Así que el evento del dron, ameritaba en la visión de Trump, una demostración de fuerza, por lo que ordenó un ataque de represalia directo contra territorio iraní. Sin embargo, 10 minutos antes de ocurrir este ataque, Trump se arrepintió y canceló la misión. Su argumento era que según se le había indicado, ese ataque iba a dejar unos 150 muertos, y “era demasiado”. Posteriormente se supo que fueron opiniones como las de Tucker Carlson, presentador de Fox News, las que influyeron sobre la decisión de cancelar la represalia contra Irán. Carlson argumentaba que esto podía ocasionar una guerra mayor contra Irán, lo que resultaría perjudicial para su presidencia.
La lectura que se hizo en Irán, sin embargo, es que EU no quería involucrarse en una guerra y que, por tanto, Teherán contaba con un amplio margen de maniobra para seguir atacando a los aliados de EU y seguir generando disrupciones a la navegación en la zona.
Así, el 14 de septiembre de ese mismo año, Teherán optó por bombardear directamente mediante drones y misiles las instalaciones petroleras saudíes. Este no era el primer ataque que Riad sufría. Ya los houthies, aliados de Irán, en su guerra contra el reino saudí, lo habían hecho varias veces. Pero cuando Riad buscó el apoyo de Trump para su defensa, el presidente declaró que EU no tenía por qué defender a los saudíes en un conflicto que no es de Washington. Eventualmente, el príncipe Bin Salman entendió que Arabia Saudita estaba sola, y que más le valía enmendar sus relaciones con Irán, por lo que Riad cambió completamente su estrategia regional, a lo que también contribuyó la inicialmente confrontativa política de Biden contra los saudíes.
Un último ejemplo: Corea del Norte. Durante el primer año de Trump, Pyongyang efectuó los mayores ensayos nucleares de su historia. El presidente estadounidense amenazó a Kim con “fuego y furia” si los norcoreanos seguían efectuando estas pruebas. Y en efecto, Pyongyang eventualmente dejó de hacer las detonaciones, pero siguió avanzando en sus proyectos nuclear y de misiles, hasta el punto de tener un progreso mayúsculo en el mismo. Un tiempo después, se produjo una serie de condiciones para un acercamiento entre Washington y Pyongyang. Rápidamente Trump afirmó que esto era justo un resultado de su doctrina de “Paz a través de la Fuerza”. Más allá de la retórica, no obstante, Kim percibía que había conseguido una posición de fortaleza enorme para negociar su nuevo sitio en el globo. Este choque de visiones hizo que las negociaciones terminaran por colapsar. Trump dejó el asunto en paz. Las amenazas se detuvieron y también su involucramiento para tratar de resolver la situación en la península coreana. Más aún, sus exigencias a Corea del Sur de asumir los costos por los ejercicios conjuntos con EU y de que debía pagar a Washington por su defensa, debilitaron la alianza regional. Así que Kim siguió adelante con su proyecto nuclear, también con sus ensayos, aunque los limitó a misiles balísticos, y fue adoptando una política cada vez más agresiva contra Corea del Sur y Japón.
En suma, permítame ponerlo de este modo: una cosa es amenazar a Colombia, a México o a Canadá con aranceles. Otra cosa es efectuar amenazas, o fuertes y llamativas demostraciones de fuerza en contra de países o actores que no son aliados de EU y que están dispuestos a enfrentar a Washington con la misma carta. Ello, normalmente, resulta en que Trump debe elegir entre dos de sus doctrinas preferidas. Hasta ahora, la experiencia nos dice que el aislacionismo de su America First, y las ideas como “es su guerra, no es nuestra”, terminan por prevalecer. Veremos qué sucede en estos años.
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