Los procesos de polarización no son algo nuevo en la historia. Pero cuando un fenómeno se manifiesta con semejante intensidad en tantas partes del planeta al mismo tiempo, se vuelve necesario entender que no se trata exclusivamente de temas locales. Con el ánimo de reflexionar al respecto, recojo algunos patrones que se han venido detectando en distintos países. Recupero, además, algunas ideas que compartimos en una mesa de análisis sobre este tema en el programa Así las Cosas de W Radio con Gabriela Warkentin y Javier Risco, en el que participé con el experto en comunicación política y discurso, Luis Espino. El texto busca aportar algunos elementos que nos permitan, a partir de reflexiones globales, comprender un poco mejor lo que podría estar sucediendo en México.
1. En un libro del 2019, Democracies Divided , editado por Carothers y Donahue, se revisan nueve casos de polarización en el planeta, cuatro en países asiáticos, tres en países de nuestro continente, uno en Europa y uno en África. Según el texto, los procesos de polarización severa no solo consisten en situaciones en las que se presenta divergencia de puntos de vista o la ausencia de visiones comunes entre sectores de una sociedad, sino divisiones profundas enraizadas en identidades, las cuales resultan en rivalidades tribales, en lógicas de “nosotros” contra “ellos”. Una especie de “no estoy en contra de ti por lo que piensas, sino por quien eres y quien soy”.
2. La identidad que divide a los polos sociales puede ser adscriptiva (como aquella basada en la etnia, la religión o algún grupo social al que se pertenece), o bien, puede tratarse de identidades basadas en la ideología. El denominador común, sin embargo, es que el proceso resultante es una disminución de la confianza en la parte percibida como rival, lo que acaba con una reducción de la cortesía mínima, el aumento de la ira, el odio, y, en ciertos casos, incluso termina en violencia.
3. Según la investigación, la evolución del odio inicia con el pensamiento categórico (Anti-Defamation League [ADL], 2019), una forma de pensamiento en la que los individuos son designados por nuestra mente como parte de una categoría o etiqueta, la cual, mediante un juicio a priori, inmediatamente los ubica en un costal unificado con un mismo nombre tal como “los judíos”, “los musulmanes”, “los gringos”, “los neoliberales”, “los comunistas”, “los fifís”, “los chairos”. La persona o grupo es así etiquetado dentro de una categoría que “merece” la actitud o comportamiento tendencioso o la micro agresión. Los prejuicios ocasionan que sea virtualmente imposible que los polos enfrentados dialoguen. Nos volvemos incapaces de procesar los puntos de vista que difieren de los nuestros, incluso si éstos vienen acompañados de datos, cifras o investigación. Al mismo tiempo, sentimos que nos basta solamente emplear la etiqueta para desarticular cualquier argumento alternativo. De hecho, las partes enfrentadas no están compitiendo contra ideas o argumentos, sino contra representaciones encarnadas en personas identificadas como “miembros” del grupo rival o enemigo, con lo que las escaladas emocionales se tornan enormemente severas. Se generan, dicen los autores, “profundos pozos de ira” que vuelven la coexistencia prácticamente imposible de sobrellevar.
4. Estos procesos, por tanto, ocasionan que las sociedades sean menos cohesivas y también menos efectivas, dado que la confianza y colaboración para que estas sociedades funcionen, pierde poder.
5. Los patrones más importantes detectados en los nueve casos de estudio arriba mencionados, incluyen la confluencia de factores económicos (como la crisis del 2008, por ejemplo, y sus repercusiones de largo plazo, aunque esto no es determinante; en dos de los casos estudiados la polarización se produce en entornos de crecimiento económico), las desigualdades socioeconómicas, políticas o culturales, los flujos migratorios, u otros factores como la desconfianza en las instituciones. Lo anterior puede ser documentado solo echando un vistazo a mediciones internacionales como el Barómetro de Confianza Edelman, el cual detecta que en 75% de los países del globo los gobiernos son percibidos como incompetentes y corruptos mientras que en el 82% de los países hay una brutal desconfianza hacia los medios de comunicación tradicionales
6. Además de lo anterior, por supuesto, aparece en todos los casos estudiados el rol que las redes sociales parecen estar jugando en estos procesos de polarización (especialmente Facebook, Twitter, Whatsapp e Instagram). No solo porque en estas plataformas la agresividad de los usuarios parece intensificarse, sino porque funcionan como megáfonos que amplifican tanto ideas como sentimientos. No obstante, es importante añadir que estamos apenas intentando comprender el verdadero efecto de nuestra interacción en esos espacios digitales. Por ejemplo, Alexander Bor y Michael Bang Petersen encuentran en un estudio publicado el año pasado, que la interacción en línea no es un factor que propiamente alimente la hostilidad. De hecho, dice su estudio, “la hostilidad política en línea refleja el comportamiento de las personas predispuestas a ser hostiles en todos los contextos (incluso fuera de línea). Sin embargo, debido a que es más probable que se observe su comportamiento en plataformas públicas en línea, se percibe que estas personas actúan ahí con una mayor hostilidad”. Aún así, estos hallazgos, necesitan ser corroborados en contextos distintos a los dos países que Bor y Bang Petersen estudiaron—EEUU y Dinamarca—y bajo metodologías diversas. Carothers y Donahue sí asignan a la hostilidad manifiesta en redes sociales un sitio prominente dentro de los patrones repetidos en los nueve casos de su libro.
7. Con todo, lo que sí sabemos es que nos estamos enfrentando a fenómenos como la amplitud y velocidad con la que viajan textos, imágenes y videos que producen emociones fuertes como el miedo o el terror, la frustración o la ira, y por supuesto, nos estamos enfrentando a los efectos por la propagación de noticias falsas. De acuerdo con investigación de Harvard, un tuit falso tiene 75% más probabilidades de ser retuiteado que uno verdadero, y una noticia falsa puede viajar hasta 100 veces más lejos que una verdadera.
8. En este punto, por tanto, es indispensable introducir la cuestión de las guerras de información. Tanto aquellas promovidas por actores internos como externos. Esto supone que no solo las noticias falsas viajan de manera amplia y veloz, sino que muchas veces, estas noticias falsas, o los debates inducidos desde cuentas falsas, son propagados
precisamente para alimentar la polarización y así orientar agendas políticas o producir caos social.
9. ¿Qué se puede hacer frente a todo lo anterior para frenar esos procesos o al menos, limitar sus efectos? No hay recetas, pero algunas propuestas han sido esbozadas. Luis Espino, por ejemplo, sugería separar los temas de las personas, concentrarse en debatir ideas y argumentos y, a la vez, centrarse en posibles valores y metas compartidas, independientemente de las perspectivas diferentes para alcanzar esas metas.
10. Más allá de las acciones individuales, nuestras sociedades (lo que incluye el sector público, privado, social, academia, medios, organizaciones religiosas, entre otros) necesitarían tomar pasos para revertir el pensamiento categórico explicado arriba. Si, efectivamente, en la base de la pirámide del odio (ADL) se encuentran el estereotipo y las actitudes prejuiciosas, autores como Gordon Allport nos ofrecen algunas claves: el contacto directo y presencial normalmente tiende a romper el prejuicio (si este contacto se produce de manera adecuada y diseñada para lograrlo). Incluso hay ejercicios recientes implementados en redes sociales que han tenido éxito en promover ese contacto—de manera no presencial, pero sí a través del diálogo adecuadamente facilitado—entre grupos percibidos como rivales o enemigos. Fortalecer acciones que busquen eliminar las etiquetas y los prejuicios, deconstruir el pensamiento tribal “ellos contra nosotros”, y empoderar las narrativas que se alejen de la polarización. Carothers y Donahue proponen concientizarnos y mitigar la amplificación de los discursos extremistas, medidas que compañías como Google y Facebook han ya decidido emprender (si bien de manera limitada).
11. Además de lo que estos autores dicen, es posible sugerir acciones concretas para capacitar y capacitarnos en habilidades como el diálogo, la escucha presencial y activa, y así, aprender a procesar nuestras diferencias y el conflicto, que es natural a la convivencia humana.
¿Es todo ello posible? Probablemente algunas de esas medidas no están en nuestras manos. Pero probablemente algunas aún lo están. Vale la pena enfocarse en ellas.