Desde que Rusia invadió frontalmente a Ucrania en 2022, cada vez que su ejército se aprecia débil, o sin la preparación que se esperaría de una superpotencia, o bien, cuando Ucrania le asesta uno o más golpes, se producen narrativas en todo el mundo que resaltan los errores rusos, incluso sus fallas de manual, o sus incapacidades para sobreponerse ante un enemigo menor. Lo más delicado desde la perspectiva de Putin es que, cuando esto sucede, su discurso pierde credibilidad adentro y afuera de su país; hay quien llega a hablar de Rusia como una superpotencia “de papel” que no representaría un reto para ejércitos mejor preparados. En un patrón que se ha repetido varias veces a lo largo de más de tres años de conflicto, estos factores se traducen en una necesidad imperativa para el presidente ruso: enviar uno o varios mensajes de tal fuerza, que contrarresten esas construcciones narrativas y regresen a Moscú al sitio que, desde su visión, debe ocupar como superpotencia. Tras el ataque ucraniano contra bases áreas rusas, nos encontramos justo en uno de esos instantes en los que Putin necesita hacer eso. Antes de examinar cómo lo está haciendo, revisemos algunos ejemplos de los últimos años para entenderlo.
1. Una primera etapa en la guerra consistió en el intento por parte de Moscú de lanzar una ofensiva relámpago por múltiples frentes mediante el despliegue de más de 100 mil tropas quienes, entre otras cosas, buscaban tomar rápidamente control de Kiev, y con ello, el control de la infraestructura militar y política de Ucrania. Tras el fracaso de ese primer intento, Rusia tuvo que replegarse y emplear una táctica distinta: tomar posesión del este y el sur del país. En esta segunda fase, Moscú tuvo un mayor éxito y consiguió dominar una quinta parte del territorio ucraniano. El objetivo era, en ese punto, desgastar al rival, fragmentar y asfixiar al país, quebrar su moral y capacidad de resistencia, para, entonces, obligarle a negociar. No obstante, sobrevinieron dos contraofensivas paralelas por parte de Kiev, una de las cuales quebró en pocas horas las líneas de defensa rusas en el noreste. Con ello, el ejército ucraniano recuperó una buena porción del territorio que Rusia había conseguido dominar.
2. Las presiones internas en Rusia. Uno de los mayores impactos que tuvieron esas contraofensivas de Ucrania, fue dentro de un importante sector al interior de Rusia, visible en medios de comunicación tradicionales, en internet y redes sociales, y también en círculos de poder que rodean a Putin. El sentimiento de frustración era notable, de hecho, desde meses atrás, pero fue incluso más marcado en esos días. Rusia, siendo la superpotencia que es, no tenía, desde esta visión, por qué pasar por esta humillación. Moscú cuenta con la población, la economía y el poder militar, para “aplastar” a Ucrania, indicaban estos actores. El titubear es un signo de debilidad, no solo de Rusia, sino del líder del país. Tanto así que en muchos análisis se llegó a afirmar que Putin, percibido frágil, podría llegar a perder el control. Ello imponía entonces, la necesidad de cambiar esa percepción y mostrar fortaleza.
3. El factor externo: la proyección de Rusia como superpotencia. Además de la lógica interna, Moscú venía perdiendo una imagen que a Putin le costó años construir en todo el planeta. Me refiero a la imagen de la Rusia que se había recuperado del colapso de la URSS, que había modernizado a su ejército, y que podía conseguir, velozmente, cualquier fin militar que se propusiera. Esta fue la imagen proyectada en Georgia en 2008, en Crimea en 2014 o en Siria en 2015. En 2022, en cambio, había una percepción de que Rusia estaba siendo “doblegada” por un rival claramente inferior. En esta lógica, las implicaciones llegarían mucho más lejos de Ucrania. Pareciera que el rol de Rusia como superpotencia dependía de mantener la credibilidad sobre su poder.
La decisión de escalar
Así, en ese entonces, Rusia decidió escalar de las siguientes formas:
A. Referéndums y anexión como escalada estratégica. Moscú promovió referéndums en territorios ocupados de Ucrania con la intención de anexarlos, siguiendo el precedente de Crimea en 2014. Esta medida no solo redefinió geográficamente el conflicto, sino que planteaba una narrativa en la que cualquier ataque a esas zonas podía ser considerada por Rusia como una agresión directa contra su integridad territorial, lo que justificaría una respuesta proporcional. Se trataba de una jugada con profundos efectos simbólicos y estratégicos, diseñada para endurecer la posición rusa y disuadir mayores ofensivas ucranianas o extranjeras en dichos territorios.
B. Las movilizaciones como señal de persistencia. La decisión de movilizar a unas 300,000 tropas adicionales en ese punto, rompiendo con la narrativa de “operación militar especial” y acercándose más a la de una guerra total, buscaba enviar el mensaje de que Moscú no solo tenía la voluntad, sino también la capacidad de sostener el conflicto a largo plazo. Aunque se enfrentaba a retos logísticos, de moral y de preparación de sus tropas, el Kremlin pretendía proyectar fortaleza y continuidad, disipando cualquier percepción de desgaste o debilitamiento interno frente a sus enemigos. A partir de ahí, las movilizaciones solo se incrementaron con el tiempo.
C. El arma nuclear en el terreno de lo psicológico. Más que su uso real, el discurso nuclear de Putin ha operado como herramienta de guerra cognitiva, diseñada para instalar dudas y miedos tanto en Kiev como en las capitales que la respaldan. La amenaza, al no ser descartada del todo, obligaba a considerar escenarios que hasta ese punto parecían impensables, como el uso de armas nucleares tácticas de baja potencia. Si bien los análisis predominantes sugerían que la escalada no se dirigía por el camino nuclear, el solo hecho de tener que contemplarlo reflejaba el éxito parcial de esta estrategia de intimidación, cuyo fin último era evitar una implicación mayor de terceros actores en el conflicto.
La insurrección del Grupo Wagner
Con el correr del tiempo, este mismo esquema se repitió varias veces. Un momento clave fue con la insurrección del Grupo Wagner encabezada por su líder Prigozhin. Este episodio del 2023 reflejaba divisiones internas en Rusia y planteaban a Putin como un líder debilitado incapaz de controlar los hilos de su propio país. Ese tipo de discurso solo podía ser contrarrestado con un mensaje de poder interno. Así, aunque las causas que Moscú argumentaba acerca del desplome del avión de Prigozhin eran cuestionadas en todo el mundo, la verdad es que el mensaje de Putin quedaba más claro que nunca. Por si a alguien quedaba duda de lo que podía ocurrir si había una rebelión contra el presidente, el líder del Grupo Wagner pagaba su traición con su vida. Esa organización pasaba al control del Ministerio de Defensa ruso, y sus operaciones paramilitares globales serían mantenidas, pero paulatinamente suplantadas por empresas 100% afines a Moscú.
“A una superpotencia como Rusia no se le puede derrotar”: Putin
Con los meses y los años, mediante adaptaciones en el campo de batalla, en el mundo de la tecnología y la logística militar, y mediante lentos y paulatinos pero firmes avances en sus conquistas de Ucrania, Putin enviaba eficazmente su mensaje mayor: a una superpotencia como Rusia no se le puede derrotar. Así que es mejor sentarse a negociar con ella, como lo han sugerido desde hace tiempo no solo los simpatizantes de Trump, sino incluso otros actores como el exjefe del Estado Mayor Conjunto de EU, el General Milley.
El último ataque ucraniano a las bases rusas
1. Pero el día que Ucrania atacó las bases militares rusas usando drones que consiguió ingresar a ese país de manera encubierta para destruir decenas de bombarderos, ese mensaje fue fuertemente cuestionado en todas partes, dentro y fuera de Rusia. Nuevamente. “Ucrania cambia las reglas de la guerra”. “Rusia está mostrando otra vez cuán débil es”. “Putin ha sido humillado”. Y así sucesivamente.
2. Por tanto, para el presidente ruso se vuelve indispensable, una vez más, en esta serie de ciclos, neutralizar el mensaje de la debilidad rusa, y relanzar uno de fortaleza. Este es el momento que estamos viviendo.
3. Por ahora, la decisión no parece consistir en hacer algo diferente a lo que Moscú ya estaba efectuando, pero sí intensificar los dos caminos a través de los cuales Putin pretende hacer llegar este mensaje. El primero consiste en lanzar o un ataque sino ataques cotidianos en contra de la infraestructura civil ucraniana. Constantes y feroces. Buscando otra vez quebrar la moral del país y convencer a su sociedad de que cualquier ataque en contra de Rusia como la “Operación Telaraña” es un error de cálculo. El segundo camino está en la ofensiva de verano que el ejército ruso ya había iniciado días atrás. Al sostener sus avances, quizás no estratégicos, pero sí continuos y paulatinos, Moscú pretende devolver la conversación al sitio del que nunca debió, desde su visión, salirse: Rusia podrá sufrir derrotas tácticas. Pero en el plano mayor, y, como lo dice Putin, si revisamos la historia, ese país termina eventualmente imponiéndose. No sin costos o sin sufrimiento. Pero sus metas, a la larga, se cumplen.
4. Por último, estos hechos, sin duda, tienen ya varios efectos en las negociaciones que Trump estaba empujando. La frustración del presidente estadounidense, que se venía acumulando desde hace semanas, queda evidenciada en sus propias palabras: “hay que dejarlos pelear por un tiempo más”. Falta, por supuesto, mucho por ser escrito al respecto de esta guerra. Seguiremos observando.
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