El resumen es este: Trump consigue una gran victoria simbólica, psicológica y política, sobre todo en el terreno interno en EEUU. Sin embargo, esa victoria carece, por lo pronto, de gran peso en el nivel operativo, y, a pesar de un posible impacto temporal por la ausencia de un liderazgo fuerte, poco hará, probablemente, para reducir la violencia terrorista en el mundo. De hecho, como ocurrió con la muerte de Bin Laden, puede suceder todo lo contrario, un repunte. Esto implica que, la muerte del líder de ISIS, Abu Bakr Al-Bagdadi a manos de fuerzas estadounidenses, necesita ser analizada, nuevamente, desde al menos dos vertientes. Una de ellas, la política; la otra, su dimensión material.
Empecemos por esta última. Justo lo explicaba en mi texto de la semana pasada. El daño a ISIS fue ya hecho tiempo atrás, al haberle arrebatado el territorio que controlaba en Siria e Irak. Esto ocasionó que la organización perdiese su proyección de pseudo estado con un espacio físico, una población, un gobierno, una burocracia, una economía e incluso su propia moneda. ISIS perdió también sus rutas para abastecerse de recursos, mercancía y combatientes, perdió la mayor parte de sus capacidades para emplear redes de tráfico de personas, productos ilícitos, combustibles y otros artículos. En cambio, regresó a ser lo que era antes del 2011, una agrupación terrorista operando desde la clandestinidad. Todo esto, sin embargo, repito, ya había ocurrido mucho antes de la muerte de Bagdadi.
Ahora bien, con todo y sus derrotas, lo que ISIS sí ha podido conservar es: (a) una presencia local que, entre Siria e Irak, podría estar compuesta de 18 mil a 30 mil combatientes (dependiendo la fuente) con células que se mantienen activas y cometiendo ataques en la zona; (b) una amplia red de filiales que va desde el África Occidental, pasando por el Norte de África y el Sinaí, y que llega tan lejos como Afganistán o Filipinas; (c) una red de células más pequeñas ubicadas en muchos otros países, algunas de las cuales permanecen activas y otras en estado “durmiente”; (d) una red de operaciones digitales, cuya actividad va desde el uso de propaganda, hasta la detección, contacto directo, radicalización, adiestramiento y dirección a distancia de potenciales atacantes; y (e) un número indeterminado de individuos dispuestos a cometer ataques a nombre de la organización.
Hay que entender que las organizaciones terroristas transnacionales no operan de manera piramidal o jerárquica como ejércitos o corporaciones. Cada pieza o componente trabaja con relativa independencia. Lo que hay, sobre todo, es el uso de un nombre común, la persecución de ideales compartidos y la proyección de la lucha jihadista con una imagen global, viva y que se mantiene relevante. La muerte Bagdadi, un líder quien, según algunos reportes, estaba enfermo y que permanecía mayormente oculto, no impacta de manera directa a los componentes señalados en el nivel operativo. Mucho menos en momentos en los que EEUU ha decidido retirar su respaldo a las milicias kurdas—sus mayores aliados en el combate a ISIS en Siria—y con ello permitir la intervención militar turca en la zona, dado que dichas milicias kurdas, ahora deben concentrarse en defenderse del ejército turco. Como expliqué la semana pasada, esto abre un área de oportunidad para ISIS en su mismo centro operativo.
No obstante, hay otro tipo de posibles repercusiones para ISIS, principalmente en la dimensión de la lucha por el poder al interior de la organización, la sucesión y la vigencia de ciertas visiones, estrategias y tácticas. Para explicarlo, aún comprendiendo que Bagdadi no fue un líder del peso de Bin Laden, podemos usar como ejemplo la experiencia de la muerte de este último en 2011. La ausencia de un dirigente carismático como Osama, debilitó, en efecto, el liderazgo de la central operativa de Al Qaeda ubicada en Pakistán, y el poder se dispersó (aún más pues ya lo estaba) entre las filiales localizadas en otros países. Una de esas filiales—que posteriormente conocimos como ISIS—terminó por escindirse de su organización madre, lo que produjo otras escisiones en cascada. Individuos, células y filiales, trasladaron su lealtad desde Al Qaeda hacia ISIS, la nueva cabeza de la jihad global. Considere usted los primeros ataques terroristas de Paris del 2015 en contra de Charlie Hebdo. Lo interesante es que los atacantes a ese semanario satírico dijeron actuar a nombre de la filial yemení de Al Qaeda, mientras que el otro terrorista que atacó un supermercado Kosher, quien dijo estar operando “en coordinación” con los primeros, decía estar cometiendo su ataque a nombre de ISIS, ya para entonces el mayor rival de Al Qaeda. Es decir, en una misma célula unos atacantes parecían actuar a nombre de Al Qaeda, y el otro a nombre de ISIS. No es simple imaginar qué hubiese sucedido si Bin Laden hubiese permanecido vivo, pero ese tipo de situaciones—la migración de lealtades desde Al Qaeda hacia ISIS—sin duda se facilitaron con su ausencia. ISIS se afirmó como la verdadera organización sucesora de Bin Laden, cosa que por supuesto, Al Qaeda siempre negó. Los liderazgos sirven frecuentemente para eso, para aglutinar corrientes y puntos divergentes en torno a figuras simbólicas, y construyen narrativas comunes que funcionan como pegamento entre esas piezas diversas. Nuevamente, Bagdadi no era Bin Laden, pero si acaso es posible imaginar algún impacto negativo para la amplia red de hilos que hoy constituyen a ISIS, sería sobre todo en esa dimensión. Será interesante observar si la muerte de Bagdadi, ahora que un nuevo líder de ISIS ha sido nombrado, termina en disputas internas, en escisiones y reacomodos, en migraciones de vuelta hacia la esfera del otro campo jihadista—Al Qaeda—o en una mayor unificación y establecimiento de alianzas entre grupos jihadistas de distintos campos.
Dicho lo anterior, y siguiendo con el ejemplo que tomamos, el terrorismo no disminuyó después de la muerte de Bin Laden en 2011. A pesar de algunos años de caída en atentados terroristas, esa clase de violencia repuntó poco tiempo después hasta niveles nunca antes vistos. El descabezamiento de organizaciones terroristas, al igual que como ocurre con las organizaciones criminales—y vaya si en México lo sabemos bien—no siempre disminuye la violencia, sino que frecuentemente resulta en riñas y choques que terminan por activar espirales de mayor violencia o competencia, si no se atienden las condiciones estructurales que facilitan ese tipo de circunstancias, lo que por supuesto, no está ocurriendo en la administración Trump, ni ocurrió anteriormente.
Lo que sí consigue Trump sin lugar a dudas, es una enorme victoria simbólica y política, justo en el momento en que más la necesitaba. En Washington, el presidente estaba siendo fuertemente criticado no solo por sus opositores, sino por sus mayores aliados republicanos, a raíz de su decisión de retirarse de Siria. Esto se estaba conectando inevitablemente con el proceso de Impeachment que está siendo impulsado desde el Congreso puesto que justo en tiempos en los que el presidente estaba requiriendo de unidad y respaldo, se estaba enfrascando en disputas y discusiones públicas con prominentes figuras de su propio partido. La sola idea de haber terminado con la vida del líder de ISIS (algo que no pudo lograr Obama) a pocos días de dar la orden de retirada a sus tropas de Siria, sella su discurso con una justificación contundente. Él ya había afirmado que ISIS estaba “100% derrotada”. Pero por si a alguien quedaba “duda”, les está entregando la muerte de su líder en charola de plata. Con ello consigue de un lado mantener la promesa a su base de retirarse de esos conflictos “ajenos, lejanos e interminables”, y por el otro, restaurar, en parte al menos, las buenas relaciones con aliados republicanos que más necesita en esos instantes.
En suma, ya veremos qué sucede con ISIS, con su nuevo líder apenas nombrado y con el pegamento que permitía una narrativa coherente entre grupos jihadistas geográficamente lejanos. Habrá que ver qué ocurre con la aceptación de la sucesión o potenciales reacomodos que la ausencia de Bagdadi ocasione. Y, sobre todo, al margen de lo que Trump consiga contar a sus audiencias internas, habrá que monitorear—como en otros tiempos—la evolución de la violencia terrorista la cual, sospecho, muy a pesar de sus caídas temporales, seguirá su dinámica de ascenso en el largo plazo. A menos por supuesto que, como comunidad internacional, nos dispongamos con mayor seriedad a estudiar, entender y resolver las causas de fondo que la favorecen y facilitan.
Analista internacional.
@maurimm