Lo que inició como un problema sanitario, con su enorme costo humano, se ha tornado en una crisis que afecta a prácticamente todos los componentes del sistema global. Pero de todos esos componentes, probablemente el más preocupante fue anunciado por el Secretario General de Naciones Unidas en la semana: las amenazas a la paz y la estabilidad globales. Ante ello, tenemos muchas tareas. La primera es preguntarnos qué factores son los que están poniendo en riesgo a la paz global. Pero no solo estamos llamados a pensar qué es lo que “está fallando” del sistema, como si ese sistema fuese externo a sus partes, sino en qué estamos fallando nosotros; ¿en qué medida nuestro país ha contribuido activa o pasivamente para que cuando ese todo compuesto de piezas interdependientes, esté colapsando como ahora, no estemos viendo suficientes acciones de coordinación y colaboración multilateral del tamaño que la situación global requiere? Miramos impotentemente a Arabia Saudita en pleito con Rusia por los precios del petróleo, a China y a EEUU acusarse mutuamente por ser los propagadores del virus. Europa en conflicto con Trump. Los países de Europa del norte en conflicto con los países de Europa del sur por el diseño de estrategias para el rescate. La reunión del G20 llena de declaraciones de buenos deseos. Y mientras tanto, nosotros sumergidos en nuestra “isla” de problemas intratables, sin visualizar cómo es que éstos se conectan con esa tempestad que ahora nos explota en la cara o cómo actuar para articular lo externo con lo interno de mejor manera. Este no es un tema que nace en esta administración, viene de tiempo atrás. No obstante, hay una oportunidad que ahora se abre. De eso hablo en las siguientes líneas.
Por supuesto que las problemáticas que padecía México ya desde antes de la pandemia son enormes; resolverlas abruma y absorbe. Pero aún así, es necesario pensar paralelamente en diversos niveles y direcciones, ya que varios de los temas que han sido centrales en nuestra agenda—como la desigualdad, la corrupción o el crimen organizado, por poner solo unos casos—operan también de manera transnacional. La política exterior representa el vínculo entre esas esferas, y cuando se diseña de manera adecuada, consigue fortalecer los intereses de cierto país a partir de estrategias de acción que se proyectan hacia afuera del mismo.
Consideremos justamente el tema de la paz, ahora en riesgo. De un lado, está lo que se conoce como la “paz negativa”, es decir, la ausencia de violencia y la ausencia del miedo que esa violencia ocasiona. Sin embargo, la paz no se limita a ese ángulo negativo. La paz positiva, según el IEP, consiste de “actitudes, instituciones y estructuras que crean y sostienen a las sociedades pacíficas”. Este instituto ha detectado ocho indicadores en los que las sociedades más pacíficas del globo, de manera clara y constante, muestran mejor desempeño que las sociedades que carecen de paz. Estos son los ocho pilares o columnas de la paz: (1) gobiernos que funcionan adecuadamente, (2) distribución equitativa de los recursos, (3) el flujo libre de la información, (4) un ambiente sano y propicio para negocios y empresas, (5) un alto nivel de capital humano (generado a través de salud, educación, capacitación, investigación y desarrollo), (6) la aceptación de los derechos de otras personas, (7) bajos niveles de corrupción, y (8) buenas relaciones entre vecinos (cohesión social). (IEP, 2019). Este conocimiento, sin embargo, nos habla sobre todo de la paz estructural al interior de las sociedades.
Pero lo internacional no se encuentra desvinculado de ese entramado de columnas. De hecho, pensar en la paz internacional requeriría un esfuerzo de adaptación que nos llevase a comprender cuáles son las actitudes, las estructuras y las instituciones que generan y sostienen paz entre los distintos países. Podríamos considerar por ejemplo la necesidad de adaptar pilares como (a) un sistema sólido de derecho internacional y de organismos internacionales que funcionen adecuadamente para procesar las controversias entre los estados y garantizar su convivencia armónica (acá es donde se podría incluir la legislación y las instituciones que garanticen el control de armas, y otras legislaciones como por ejemplo en materia ambiental, además de la solidez, el diseño o rediseño del Sistema de Naciones Unidas y organismos regionales y globales, las garantías para que esas instituciones sean eficaces, incluyentes y respetadas); (b) una más equitativa distribución de los recursos globales y/o su explotación; (c) buenas relaciones entre naciones vecinas; (d) aceptación y respeto a los derechos de todos los estados y los pueblos; (e) bajos niveles de corrupción transnacional; y (f) un buen ambiente para el desarrollo de los negocios (en condiciones de respeto a los derechos y distribución equitativa de los recursos), entre varios otros aspectos semejantes.
Sobra decir cuántos de esos rubros internos y externos están siendo amenazados por la crisis sistémica que esta pandemia está produciendo. Considere solamente el incremento en la venta de armas en EEUU en las últimas semanas. Dos millones nada más. Eso nos habla del miedo a la inestabilidad que prevalece en muchas sociedades.
Sin embargo, asumir que la amenaza solo procede de la precipitación de esta crisis—como si hace unos pocos meses todo lo relativo al sistema de paz global estaba en perfectas condiciones—es justamente el error. Es decir, si hoy vemos a muchos países mirando hacia adentro, buscando salvarse solos de la tormenta, sin tiempo para pensar en los otros niveles del sistema y diseñando estrategias descoordinadas unas de otras, esto no es producto del vacío o de la conducta “natural” de los estados. Por grave que sea, esta no es la primera crisis de estas dimensiones en la historia, y precisamente nuestras experiencias de trauma colectivo nos han llevado a desarrollar normas, acuerdos, leyes, instituciones y mecanismos de concertación y colaboración internacionales que producen incentivos y consecuencias para regular la conducta de los estados en un entorno anárquico. La cuestión es que eso es justo lo que está bajo asedio desde hace años. Los nacionalismos, los populismos y las conductas aislacionistas, han terminado por golpear acuerdos internacionales que había tomado mucho tiempo negociar, han producido el abandono de pactos de control de armas, o el desconocimiento de normas de comercio internacional, supuestamente para privilegiar el “beneficio propio”, esto sin mencionar las burlas o los ataques directos a las instituciones internacionales.
La política exterior de México, con una tradición de participación robusta en ese sistema de arreglos e instituciones multilaterales—no solo por convicción, sino porque a lo largo de nuestra historia hemos experimentado las consecuencias de su ausencia—no puede estar limitada a atraer capital, a tener una buena imagen, o a apagar los fuegos de las relaciones bilaterales con el vecino del norte. Cada vez que un país como México, una de las 15 economías más grandes del globo, una potencia media que ha demostrado su liderazgo regional, un estado que se ha ganado el respeto por su activismo en temas multilaterales, decide enfocarse mayormente en sus propios problemas y otorgar una mínima prioridad a lo que sucede afuera, ese sistema de paz internacional que indico arriba queda parcialmente desamparado.
El momento actual ofrece una oportunidad para reconsiderar nuestro comportamiento en el mundo. La crisis está produciendo una concientización al interior de muchas sociedades acerca de la importancia de actuar solidaria y coordinadamente a nivel global. Las acciones locales son indispensables pero insuficientes, porque no estamos ante focos rojos que pueden aislarse los unos de los otros. Nosotros, desde México, tendríamos también que asumir que el planeta importa porque lo que pasa en ese planeta no es algo que sucede a “otros”, sino a nosotros. Valorar las interacciones e interconexiones entre los componentes del sistema, nos tendría que hacer ver la necesidad de atender cuestiones cruciales para nuestra agenda interna no solo desde adentro, sino también desde afuera, en colaboración con otros países. Pero más allá de eso y de nuestras propias prioridades, hace falta que tomemos pasos de manera mucho más activa en coordinación con otros estados preocupados por los riesgos a la paz global. Quizás en este punto no haya la capacidad o la voluntad de tomar esos pasos, pero eso no hace que el tema sea poco relevante y no puede dejar de sacarse a la luz.
Analista internacional.
Twitter: @maurimm