La dimensión del miedo a veces queda obscurecida en nuestros relatos de la violencia, pero siempre les subyace. Cuando hablamos de las víctimas, de pronto olvidamos a esas otras personas, aquellas quienes, afortunadamente, no murieron; ni siquiera sangraron. Tampoco perdieron a alguien. Solo vieron lo sucedido. Lo atestiguaron de manera presencial, o bien, tuvieron contacto con la narrativa de los hechos. Esas personas también son víctimas. Muchas de ellas, silenciosamente, quedan afectadas, algunas de manera muy importante. Esas circunstancias, tristemente, rebasan lo individual. El Instituto para la Economía y la Paz (IEP) considera que lo que define la paz desde su ángulo negativo (lo que no debe estar presente para que haya paz) es tanto la ausencia de violencia como la ausencia del miedo a la violencia, y consecuentemente, utiliza mediciones que buscan detectar su presencia para incorporarlas a sus índices. Ekanola (2012) lo plantea de este otro modo: Existen diferentes condiciones, objetivas y subjetivas, para que una sociedad pueda ser considerada pacífica. Las condiciones objetivas incluyen seguridad física, prosperidad material y armonía entre los miembros de dicha sociedad. Las condiciones subjetivas incluyen el bienestar emocional de los miembros de esa sociedad. En efecto, el miedo a la violencia puede ser tan dañino para una colectividad como la violencia misma. A propósito de sucesos recientes en nuestro país, tales como los de Culiacán (pero no solo ahí), recupero un extracto de un texto que publicamos hace unos años justamente con el IEP.

Es natural. Cuando tenemos miedo no nos sentimos en paz , incluso si el conflicto armado o la violencia material se llegan a reducir. Si en nuestro alrededor hay balaceras o explosiones, si hay rumores de operativos, vehículos militares o de la policía, normalmente nuestra mente no se detiene a pensar si lo que sentimos es producto de una mayor o menor tasa de homicidios o delitos. A veces, basta que seamos testigos de un cuerpo desmembrado colgado de un puente, aquél que en el frío estadístico podría representar la cifra de un solo homicidio, uno solo, para que el miedo nos cale hasta los huesos y concluyamos que la paz está más lejos que nunca. En otras ocasiones ni siquiera tiene que ocurrir un evento en nuestra proximidad. Un solo párrafo, una fotografía, un video compartido, pueden hacer que caigamos en pánico y que, a raíz de ese pánico, haya afectaciones en nuestras conductas, en nuestras actitudes y opiniones. Por consiguiente, medir la violencia no equivale a medir el miedo a la violencia. Más aún, medir las “percepciones” sobre la violencia o la inseguridad, a veces omite una importante parte del cuadro.

Miedo, democracia y desarrollo incluyente

El factor miedo no es solo un tema relativo al bienestar psicológico o emocional de las personas. El miedo y el estrés asociado a éste, se vinculan también con otras cuestiones como las posibilidades del desarrollo democrático o incluyente en un entorno.

Hay investigación que muestra que una parte de las víctimas de la violencia sí puede entrar en un proceso de crecimiento post-traumático (Tedeschi y Calhoun, 2004) y como resultado, incrementar su participación política (Bateson, 2009). Sin embargo, como dijimos, la violencia y sus efectos psicosociales generan otra clase de víctimas: las víctimas psicológicas. Por tanto, es necesario valorar cómo es que esta otra clase de victimización puede afectar la participación democrática. Así, por ejemplo, hay estudios que han encontrado que el sentimiento de inseguridad puede impactar negativamente la percepción de la eficacia de la democracia, e incluso puede afectar la participación política o electoral y la confianza en las instituciones (Carreras, 2009).

Más aún, la investigación ha mostrado que las personas que están bajo estrés o tienen miedo, tienden a ser menos tolerantes, más reactivas, y más excluyentes de otras personas (Siegel, 2007; Wilson, 2004). Se ha encontrado que la exposición al terror produce un sentimiento de amenaza que genera actitudes excluyentes , y un menor apoyo a los esfuerzos de paz (Canetti-Nisim, Halperin, Sharvit, y Hobfoll, 2009). Hirsch-Hoefler y sus colegas (2016) lo ponen en estas palabras: “El conflicto endurecerá tu corazón”. Estos sentimientos pueden tener efectos sobre circunstancias que van desde las preferencias electorales o incentivar el apoyo político a medidas tales como el cierre de fronteras, hasta el castigo colectivo a determinados grupos religiosos o sociales, incluyendo en algunos casos, el deseo de represalias violentas dirigidas hacia los “enemigos” percibidos (Hanes y Machin, 2014).

Estrés Post-Traumático (EPT) en México: más allá de las percepciones

Por factores que no busco discutir en este espacio, la violencia en México no tiene las características del terrorismo clásico, aunque efectivamente, hay ciertos actos que sí parecen incluir algunos elementos que podrían asemejársele. En mis discusiones en prensa, he preferido denominar a ciertos ataques como “cuasi-terroristas”. Phillips (2017), por ejemplo, ha elegido emplear la expresión “tácticas terroristas utilizadas por grupos criminales”. En lo que había consenso hacia el 2011, al margen de cómo decidamos denominar a esa u otras clases de violencia cometida en México, es que los efectos psicosociales ocasionados por la misma podrían haber escalado considerablemente. Por consiguiente, en 2012, llevamos a cabo un estudio en el país buscando detectar síntomas sugerentes de estrés post traumático a causa de la violencia asociada al crimen organizado, entre participantes de 25 estados diferentes. El estudio fue dirigido por el Dr. José Calderón, médico psiquiatra de la Universidad del Estado de Luisiana, especialista en trauma y adicciones. En la investigación participamos la psicóloga Liora Schneider y este autor. Los resultados fueron compartidos en prensa (Meschoulam, 2012). A reserva de las limitaciones metodológicas que compartimos en su momento, y considerando que nuestros hallazgos eran apenas exploratorios, esos primeros signos aportaban evidencia inicial de una sociedad psicológicamente muy afectada.

El 51% de nuestros participantes reportó que la violencia afectaba su vida laboral, el 72% indicaba que la violencia afectaba su vida social y 58% percibía que la violencia afectaba su vida familiar. El 60.1% percibía que la violencia afectaba su salud mental. Del 25% que había acudido al médico en el último mes, 98% percibía que la razón de su enfermedad se encontraba relacionada con el estrés. Entre los síntomas más comunes asociados al estrés por exposición a violencia, 31% reportaba angustia frecuente o gran esfuerzo para cumplir con tareas cotidianas y 36.1% reportaba irritabilidad. Uno de cada cuatro reportaba insomnio frecuente y 28% desesperanza. El estrés parecía producir ausentismo laboral en al menos 31% de participantes, lo que podría traducirse en un impacto económico cuantificable. El estudio también detectaba signos que podían indicar la presencia de contagio vertical de estrés (padres a hijos).

De manera muy relevante, uno de cada dos encuestados percibía que los medios de comunicación eran el principal canal de transmisión del estrés. El estudio detectó una correlación estadísticamente muy significativa entre exposición a medios y síntomas de estrés y trauma como angustia, irritabilidad, pesadillas e insomnio ; 90% de nuestros encuestados reportaban tener contacto con noticias y 75% indicaba que después de este contacto se sentía peor. Otros factores de transmisión eran rumores sobre actos violentos (45%), asalto a personas allegadas (44.5%), o el ver al ejército o la policía en retenes u operativos (43.7%). El 10% había cambiado de residencia por efectos de la violencia; el 80% había dejado de frecuentar lugares debido al miedo, y el 54% había modificado su rutina diaria. Uno de cada dos participantes dijo que, si pudiera huir de México, lo haría.

Con el fin de explorar más a fondo el proceso mediante el cual este tipo de circunstancias eran socialmente construidas, decidimos iniciar una serie de investigaciones cualitativas mediante entrevistas de profundidad, lo que llevamos a cabo del 2013 al 2017. En 2018 efectuamos un estudio más amplio ya en una muestra nacional.

El miedo ante la experiencia, la conversación y los medios de comunicación

“Yo misma me vi en la necesidad de prácticamente encerrarme en mi casa por el miedo a ser objeto de asalto, secuestro o el famosísimo car-jacking, que se dio por miles aquí” (Ama de casa, CDMX).

Este tipo de respuestas se tornaron patrones altamente repetidos en cientos de entrevistas de profundidad que llevamos a cabo en la CDMX y 25 estados del país (Meschoulam et al., 2015; Meschoulam et al., 2017). A través de un análisis muy detallado de cada una de esas entrevistas, pudimos detectar que, entre las personas entrevistadas, la construcción social de ese tipo de percepciones, y concretamente del miedo que expresaban, se fincaba primeramente en la experiencia y observación personales, en las conversaciones cotidianas, y en las experiencias de personas allegadas. Por ejemplo:

“Yo si tuve experiencias de que iba manejando; de hecho, una vez me llegó a levantar una balacera que fue como a cuatro manzanas de mi casa y pues ahora sí que era un ruidero impresionante. Al principio piensas pues equis, ha de ser un transformador, pero ya después de que se escuchan las ráfagas dices ¿qué onda?, ¡Están aquí!, yo estoy aquí, y te da un miedo impresionante”. (Estudiante, Veracruz)

“Desde vivir ese tipo de cosas o cinco retenes para ir a Saltillo donde estaba muy presente el gobierno, el ejército, la policía, y luego llegué aquí a Sinaloa donde no hay retenes, ya no se oyen balazos, pero sabemos que aquí está parte del meollo del asunto y sí me ha tocado escuchar historias de terror como la del ejido donde sacaron a los hombres y los mataron en la plaza y…sé que ahí hay actividad porque me cuentan y entonces hay lugares donde mejor prefiero no ir”. (Servidor Público, Sinaloa)

Además de ello, esas entrevistas de profundidad revelaron que nuestros participantes, muy notoriamente, se alejaban de los medios de comunicación, en parte por la desconfianza que estos les provocaban, pero en buena medida también debido a que, en su visión, éstos exhiben demasiada violencia de manera innecesaria. Nueve de cada diez participantes consideraba a los medios tradicionales como amarillistas y provocadores de estrés, lo que resultó altamente consistente con el estudio de estrés post-traumático referido arriba. Estos son ejemplos de respuestas típicas:

“A veces es como muy fuerte porque te involucras tanto que… bueno, a mí me pasa ¿no? de las noticias…sí me entra el miedo y luego “¡Ay, que no pase!”. O no sé, también por cómo te lo venden es como también quererte tener ahí como de “¡Ten miedo!, ¡Está pasando esto!” y así. Sí, a veces sí es como ay... a veces ya ni las quieres ver por lo mismo porque es como de ‘¡Muerte, muerte, asaltos, pelea, guerra!’ y es como, a veces sí pues te alejas un poco para no sentirte así porque como que te contagian”. (Cajera, CDMX)

“Y es lo que me caga del gobierno y medios, que sólo ven la violencia como números…Entonces para mí los medios son inútiles en cuanto a que sólo me dicen lo malo que está pasando sin lograr ningún cambio positivo…debería ser eso todos los días (contar también las noticias positivas) en lugar de escuchar pura basura …porque, aunque sé que el morbo vende más…O sea, por eso hay tantos periódicos aquí basura como el Metro o esas madres, que en las portadas siempre sale un pinche cadáver y cosas así. A la gente le produce morbo y lo compra, pero también se me hace bastante nefasto porque como que ocasionan que la sociedad siga siendo igual". (Gerente de restaurante, CDMX)

Pero en el esquema de construcción social de emociones como el miedo, no solo las experiencias, las conversaciones y los medios tradicionales impactan. También las redes sociales y los espacios digitales fueron muy mencionados por nuestros participantes.

Específicamente, los mensajes colocados por las organizaciones criminales, ya sea en determinados sitios físicos o bien, en espacios virtuales para llamar la atención, fueron temas que recibieron gran cantidad de menciones.

“Por ejemplo, en Michoacán donde ya hay un canal, La Tuta TV, que es un canal que dirige el crimen organizado…o sea tienen ya hasta sus propios medios de comunicación para hacer llegar los mensajes a la sociedad y el mensaje es: ‘Aquí estamos, somos violentos y te podemos fregar’, y pues la gente está asustada”. (Servidor Público, Michoacán)

“Es que ellos nos hacen saber para que les tengamos miedo. Lo hacen saber, lo hacen público, cuando decapitan a alguien dejan mantas o cartulinas de lo que va a pasar a los que sigan haciendo. Por eso la gente se da cuenta, todos están enterados por ellos porque del crimen organizado se trata de amenazar, intimidar. Es lo que veo en la calle”. (Comerciante, Michoacán).

En suma, nuestra investigación (4 estudios cualitativos y 2 cuantitativos) encontró que el proceso de construcción social de las percepciones y emociones como el miedo está compuesto de una combinación de elementos que consiste al menos de los siguientes factores:

1) Las experiencias y observaciones propias o las de allegados , que les hacen sentirse temerosos y estresados

2) Las conversaciones que sostienen y los rumores que escuchan de manera cotidiana

3) La forma como la violencia es cubierta en una parte sustancial de los medios de comunicación tradicionales

4) Las imágenes, videos y textos compartidos en redes sociales

5) La publicitación premeditada de la violencia por parte de organizaciones criminales con el objeto de provocar terror e intimidar

El resultado de lo anterior es un amplio sector de la sociedad profundamente atemorizado y que padece los efectos del estrés asociado a la violencia criminal, factores que, como consecuencia, impactan en mayor o menor grado sus opiniones, sus actitudes y sus conductas. Por consiguiente, para revertir ese proceso, no basta con reducir los índices de violencia material; se necesitaría conseguir trabajar en cada uno de los puntos 1 a 5 mencionados, lo que no es igual.

¿Qué se puede hacer?

Atenuar el impacto del miedo no es simple. Quizás, la recomendación inicial tiene que ver con comprender su importancia y sus efectos en cuanto a la falta de paz en una sociedad. Lo segundo es que, dada la relevancia del tema, su estudio debe profundizarse y expandirse. Adicionalmente, algunas ideas que en CIPMEX hemos estado recomendando desde 2011, incluyen las siguientes (son solo ejemplos; hay mucho más que se puede/debe hacer): (a) Fomentar acciones para fortalecer las redes de apoyo familiares y comunitarias, los lazos de colaboración y cohesión social , así como la asistencia en el nivel local (James y Gilliland, 2012). Por ejemplo, promover acciones como eventos artísticos y deportivos, puede resultar en una disminución de estrés en las comunidades (Nanayakkara, Culpan, & McChesney, 2010); (b) Paralelamente, la formación y capacitación del personal de salud, trabajadores comunitarios de salud y para-profesionales de salud en el uso de métodos simples de detección de depresión, estrés, ansiedad, adicciones y trauma, junto con técnicas sencillas de primeros auxilios psicológicos. El involucramiento de trabajadores comunitarios de salud podría contribuir a la difusión de técnicas de reducción de estrés, detección y manejo sencillo de depresión o ansiedad; (c) Propusimos también actuar—específicamente para contener los efectos psicosociales—antes, durante y después de eventos de carácter crítico- traumático (tales como una balacera en un estadio de fútbol, el incendio de un casino, o una explosión de granada en las instalaciones de un medio, en una plaza pública, o en un acuario en plena luz del día, eventos que han ocurrido en México varias veces), mediante acciones de prevención, intervención y postvención de crisis psicológicas (la postvención es la fase que sucede a la intervención y consiste en evaluar lo llevado a cabo y proponer medidas para fortalecer lo que funciona y corregir lo que no), así como la implementación de primeros auxilios psicológicos en la población que lo necesitara (James & Gilliland, 2012); (d) Por último, el tema de la cobertura mediática de la violencia fue desarrollado en mi libro del 2019 (Miedo y construcción de paz, CIDE). En síntesis, la propuesta consiste en nunca dejar de informar veraz y oportunamente acerca de la violencia, pero dar igual espacio a los factores subyacentes, las causas estructurales de esa violencia, y abrir puertas al debate sobre las potenciales soluciones y a la discusión sobre la necesidad de construir paz de raíz. Intentar equilibrar la vocación de informar que los medios tienen, con las afectaciones de sus audiencias y sus continuos llamados a pensar en coberturas diferentes, tiene sentido si se busca que estas audiencias dejen de huir de notas que, en su visión, les provocan estrés, desesperanza e impotencia. Muchos medios lo han entendido a lo largo de los años y ya lo hacen. Otros no, pues sigue prevaleciendo la idea de que “la violencia vende”. Nuestra investigación en México, no obstante, sumada a la de otros muchos países, revela que eso es cierto solo hasta que las audiencias se agotan y se estresan, momento en el cual, más bien optan por dejar de informarse, uno de los patrones que más frecuentemente aparecían en nuestras entrevistas y posteriormente, en el estudio que efectuamos en una muestra nacional que publicamos junto con Lexia en 2020.

En suma

El miedo a la violencia es uno de los componentes mayores de ese estado que conocemos como falta de paz. El miedo impacta no solamente en nuestra percepción de inseguridad, sino en los niveles de estrés que padecemos, lo que tiene consecuencias que van desde la salud hasta un considerable impacto en nuestras actitudes, opiniones, y comportamientos sociales, económicos y políticos. Esto puede, entre otras cosas, provocar graves complicaciones para el desarrollo democrático de las sociedades, lo que, a su vez, podría alimentar los círculos de violencia de manera imparable. Por consecuencia, si se busca pensar seriamente en la construcción de condiciones de paz, la dimensión del miedo no puede ser minimizada, ocluida o peor aún, evadida.

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