La corrupción no es solo un problema local. Las redes transnacionales que la alimentan componen un complejo sistema, y, por tanto, no pueden ser combatidas únicamente pensando en partes aisladas de ese sistema. Lo mismo sucede con el crimen organizado, el terrorismo y los crecientes nexos entre ambos. Considere este título: “De traficantes de rubíes a jihadistas”, la cabeza de un texto de la BBC que relata la evolución de una de las filiales de ISIS hasta llegar a lo que hoy es: un grupo de militantes islámicos que ha capturado porciones de la costa de Mozambique. Así que justo ahora que tuvo lugar la reunión anual de la Asamblea General de Naciones Unidas, es importante recordar por qué lo internacional importa; y no importa únicamente por el retrato que ese foro nos ofreció acerca de temas globales como lo son los nacionalismos, los populismos y la polarización, sino porque en estos años, estamos siendo testigos de un feroz embate contra la gobernanza global, contra tratados y arreglos que a lo largo de décadas hemos podido establecer a fin de lograr que nuestros países resuelvan sus controversias y colaboren para atender nuestros innumerables problemas comunes. El tema es que ese golpeteo a la cooperación internacional ocurre precisamente cuando a países como el nuestro más nos debe importar su fortalecimiento. Para ejemplificarlo, enfoco el texto de hoy en nueva evidencia que emerge acerca de las redes transnacionales de corrupción, crimen organizado y terrorismo.

Primero, los vínculos entre crimen organizado y organizaciones terroristas siguen creciendo. En este espacio explicábamos hace unas semanas que las autoridades italianas confiscaron un importantísimo cargamento de anfetaminas—el mayor de la historia—que estaba siendo introducido en ese país por nadie menos que ISIS, la organización terrorista que Trump afirma haber ya eliminado. Justamente en Siria—país en el que según el presidente ISIS ha sido erradicado—esa organización ha establecido una de las mayores bases de producción de anfetaminas de todo el planeta. La utilización de narcotráfico (y en general, actividades criminales) por parte de organizaciones terroristas para financiar sus operaciones no es algo nuevo, pero ha aumentado considerablemente. Por ejemplo, a medida que a ISIS le fue arrebatado el territorio que controlaba, y con ello, se bloqueaban sus mayores fuentes de ingresos, esa agrupación fue incrementando sus operaciones de narcotráfico para sustituir los recursos que dejaba de recibir, operaciones que son imposibles de pensar sin entender el rol de organizaciones criminales y corrupción transnacionales.

Pero ese camino no es de una sola vía. Es decir, no solo los grupos terroristas se transforman en diestros operadores de redes de crimen organizado. A veces esos fenómenos están tan entretejidos que es difícil distinguir qué ocurre primero y qué ocurre después.

Piense por ejemplo en el caso de Mozambique, en donde desde 2017 se originó una rebelión que es ampliamente relatada en el texto de la BBC que refiero arriba. Ese año, un grupo de insurgentes ocupó el puerto de Mocímboa da Praia por dos días, una localidad de la zona de Cabo Delgado ubicada a 60 kilómetros de la importante planta de gas en Palma, que tiene en el puerto una de sus mayores fuentes de abastecimiento. A pesar de que esa ocupación duró muy poco tiempo, desde esa fecha los insurgentes han vuelto a ocupar el puerto en dos ocasiones más, la última de ellas apenas el pasado agosto. Desde hace varias semanas, los militantes permanecen ahí a pesar de los esfuerzos de las fuerzas de seguridad de Mozambique por expulsarlos. La guerra en ese país que se ha expandido desde el 2017, ha ocasionado más de 1,500 muertes y unos 250 mil desplazados. ¿Quiénes son estos grupos insurgentes?

La prensa los identifica como militantes islamistas afiliados al “Estado Islámico” o ISIS. Sin embargo, su afiliación a esa organización es relativamente reciente. De acuerdo con la misma BBC, el motor de los ataques en Mozambique es una mezcla entre la pobreza y la corrupción locales. Contrabandistas de la zona han reclutado a jóvenes militantes y los han incorporado a sus agrupaciones delictivas ofreciéndoles altos pagos por sus “servicios”. Y sí, es verdad que, durante las últimas décadas, fundamentalistas cristianos y musulmanes han estado penetrando la región de Cabo Delgado intentando convertir a los jóvenes, pero es imposible entender lo que ahí ocurre sin considerar el papel que juegan las organizaciones criminales de contrabando de marfil, madera, heroína y rubíes, y el involucramiento de la policía y otros funcionarios gubernamentales en toda esa trama. ¿Qué llegó antes a Mozambique, entonces, la afiliación a ISIS de esos militantes, el crimen organizado o la corrupción?

Más cerca de casa, BuzzFeed publicó esta semana una profunda investigación que examina miles de documentos secretos en manos del gobierno estadounidense, y revela el involucramiento de varios de los más importantes bancos en Occidente en el lavado de miles de millones de dólares. Los documentos detallan “transacciones sospechosas” que consisten en nada menos que el oxígeno que permite la operación de organizaciones terroristas y criminales de todo el globo, narcotraficantes incluidos. Los miles de archivos FinCen, como son llamados, ofrecen, en palabras de BuzzFeed, “una visión sin precedentes de la corrupción financiera global, los bancos que la habilitan y las agencias gubernamentales que solo miran su florecimiento”.

La cuestión es que Washington, dice BuzzFeed, es incapaz de detener estas redes. Por supuesto que lo es, porque se trata, como dije, de factores sistémicos que no envuelven a pedazos o porciones aisladas, sino al sistema en su conjunto.

Ese sistema—en donde hay traficantes de drogas, de rubíes, de marfil, de combustibles, de personas, y en donde también hay grupos militantes, insurgentes y terroristas, banqueros, funcionarios, policías y militares corruptos—es el mismo en el que países como el nuestro estamos sumergidos, con todo y nuestros problemas específicos que a veces consideramos son solo originados desde adentro.

Lamentablemente, sin embargo, no es así. Tenemos por supuesto que afrontar nuestras propias debilidades estructurales, abatir la impunidad y combatir la corrupción al interior de nuestras fronteras. Pero de igual importancia—no menos—es llevar a cabo esfuerzos coordinados para atender, de manera colaborativa con otros gobiernos e instituciones internacionales, los factores sistémicos que permiten y favorecen la existencia y proliferación de redes internacionales de crimen y corrupción. Eso hace que, inescapablemente, la dimensión internacional de la construcción de paz cobre relevancia no por lo que podamos hacer por otros “allá afuera”, sino como parte intrínseca de los mismos fenómenos que queremos combatir. Solidificar el sistema de instituciones y arreglos internacionales, y fortalecer la cooperación multilateral, no son asuntos de otros, sino que se encuentran en el alma de las metas que muchos de nosotros compartimos.

Analista internacional.
Twitter: @maurimm

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