Hay un frágil cese al fuego en Gaza. Pero aun si éste no logra sostenerse, todo indica que estamos entrando en una nueva fase del conflicto en Medio Oriente, caracterizada por reacomodos geopolíticos de naturaleza muy distinta. ¿Cómo podemos entender esa reconfiguración? ¿Quiénes parecen estar ganando y quiénes perdiendo? ¿Qué aspectos debemos seguir observando para comprender mejor lo que ocurre y cómo se conecta con otras dinámicas globales? Van algunas notas al respecto:
1. Israel: fuerte militarmente, pero debilitado políticamente
Jerusalén siempre ha concebido su confrontación con Hamás y la Jihad Islámica como parte de una disputa mucho más amplia que trasciende Gaza y Cisjordania. Por ello, las vulnerabilidades expuestas el 7 de octubre de 2023 provocaron un verdadero terremoto dentro del establishment de seguridad israelí, ya que el mayor temor era que una ofensiva coordinada entre los miembros del eje proiraní —del cual Hamás y la Jihad Islámica forman parte— derivara en una guerra multifrontal capaz de debilitar a Israel como nunca antes. Desde esa perspectiva, para Israel esta ha sido siempre una guerra existencial, en la que el objetivo central consistía en restablecer la ecuación disuasiva y demostrar un nivel de fuerza y capacidades militares tal que cualquier actor que considerara volver a atacarlo tuviera que pensarlo dos veces.
En términos estrictamente militares, y bajo criterios de seguridad y disuasión, Israel emerge fortalecido. Su ofensiva en Gaza neutraliza la capacidad operativa de los grupos militantes para repetir ataques como los de 2023, y es probable que su ejército mantenga una presencia permanente en ciertas zonas de la Franja. A la par, Israel reduce drásticamente las capacidades militares de Hezbollah —su amenaza más seria por su arsenal, fortaleza y proximidad geográfica— y de otros aliados de Irán, hasta el punto de haber contribuido a la caída de Assad en Siria, uno de sus enemigos históricos, y de infligir daños estructurales considerables a los proyectos nuclear y de misiles iraníes. Israel demuestra así que su alcance ofensivo puede llegar tan lejos como Yemen o Qatar, y que dispone de la inteligencia y la determinación necesarias para atacar a quien sea, donde sea y cuando sea. En teoría, todo ello refuerza su objetivo estratégico principal: reconstituir su poder de disuasión frente a sus adversarios más relevantes.
Dicho esto, la posición política de Israel atraviesa uno de los momentos más deteriorados de su historia, reflejándose en un aislamiento internacional sin precedentes y en múltiples frentes. En el ámbito judicial, enfrenta procesos inéditos ante la CIJ y la CPI por acusaciones que van desde genocidio hasta crímenes de guerra, lo que ha derivado en órdenes de arresto contra Netanyahu y Gallant, un hecho histórico para un estado democrático aliado de Occidente. En el plano diplomático, se acumulan las condenas y resoluciones en su contra, mientras organismos internacionales denuncian los estragos humanitarios de la guerra. Paralelamente, Israel es excluido de foros académicos, culturales y deportivos, y varios países —incluidos algunos europeos antes considerados aliados— han reconocido formalmente al Estado Palestino. En el terreno económico, la degradación crediticia, la volatilidad del shekel, la caída del turismo y la inversión, así como los boicots en expansión contra empresas vinculadas al aparato militar, reflejan un impacto profundo y sostenido. A ello se suma un cambio en la percepción pública internacional: por ejemplo, una mayoría de estadounidenses ya considera ilegítimas o criminales las acciones de Israel, lo que, de sostenerse, podría erosionar incluso su relación estratégica con Washington cuando vengan nuevas administraciones a la Casa Blanca. En conjunto, todo esto dibuja un deterioro acelerado de su posición global: Israel conserva aliados importantes, pero su legitimidad, su capacidad de influencia y su margen de maniobra son hoy mucho más limitados que en el pasado.
2. Hamás: debilitada militarmente, pero sus metas políticamente reposicionadas
El panorama para Hamás es complejo. Su deterioro material es innegable, su capacidad de ejercer resistencia armada ha sido devastada y su control sobre Gaza está hoy en entredicho. En consecuencia, su futuro organizacional permanece incierto. Si bien al inicio del conflicto la sociedad palestina respaldó sus métodos y su lucha —con niveles de aprobación que se dispararon tras los primeros meses—, el desgaste de la guerra y la magnitud de la crisis humanitaria provocaron una fuerte caída en ese apoyo.
Aun así, Hamás logró resistir al ejército israelí durante más tiempo que otros actores del eje proiraní, lo que le ha permitido negociar, al menos parcialmente, su supervivencia política. En el plano internacional, su mayor logro ha sido reposicionar el tema palestino en la agenda global e insertar su causa dentro de la narrativa de la resistencia anticolonial, lo que le ha otorgado legitimidad no solo en el mundo árabe e islámico y en el Sur Global, sino también en ciertos sectores de Occidente.
Como movimiento de resistencia asimétrica que son, la meta estratégica de Hamás tan solo consiste en resistir, causando en el camino el mayor daño posible a Israel, no en la esfera material, sino en los rubros arriba mencionados, sustancialmente en lo psicológico, lo político, lo diplomático y lo económico. Esto es: en la medida en que Hamás aporta reconocimiento a la narrativa y a la legitimidad palestina, y condiciona la viabilidad de acuerdos como los de Abraham a alguna ruta para el futuro del Estado Palestino, en esa medida Hamás consigue sus metas estratégicas. Pero si además de ello, esa agrupación logra vulnerar a Israel en términos de política interna, política internacional, y consigue dañar la imagen y posición de ese país a nivel global, Hamás también termina ganado.
3. Irán y su eje: fuertemente debilitados, pero no completamente derrotados
El eje proiraní emerge del conflicto 2023–2025 con daños profundos. Hezbollah, al sumarse a la ofensiva contra Israel con la intención de abrir un segundo frente controlado, terminó cometiendo un grave error de cálculo: perdió buena parte de su liderazgo, arsenal y capacidad operativa, debilitando severamente a Irán al privarlo de su aliado más poderoso. En Siria, Bashar al-Assad vio colapsar su gobierno tras perder ese soporte militar y tras el retiro del respaldo ruso, mientras que las milicias proiraníes en ese país y en Irak se vieron obligadas a replantear completamente sus tácticas de combate. Paralelamente, Irán quedó arrastrado a enfrentamientos directos tanto con Israel como con Estados Unidos, lo que derivó en pérdidas significativas para sus programas nuclear, misilístico y de defensa, cuyo verdadero alcance aún está por conocerse.
No obstante, el eje no está “muerto”, ni mucho menos. En Teherán parece haberse comprendido que este es un momento para pausar y recalibrar. Irán conserva conocimiento, redes y alianzas que podrían permitirle reconfigurar su estrategia en el mediano plazo. Aun cuando hoy no se vislumbra con claridad cómo lo hará, es razonable anticipar que, una vez que el escenario regional se estabilice, comenzarán a asomar nuevas tácticas y modalidades de acción adaptadas a las lecciones que deja esta etapa del conflicto. Por lo pronto, considerar que grupos como los houthies, a pesar de los ataques israelíes, permanecen altamente resilientes y con capacidad de seguir haciendo daño, tanto a Israel como a otros actores.
4. La dimensión regional y el lugar de Qatar
El debilitamiento del eje proiraní no solo es buena noticia para Israel. Muchos actores en la región se benefician de ello. Por ejemplo, países como Arabia Saudita, EAU o Egipto no solo distan de ser admiradores de Hamás o Hezbollah, sino que aplauden de manera discreta la pérdida relativa del poder iraní y, al menos por ahora, su capacidad de amenazarles. Egipto, en particular, se posiciona nuevamente como uno de los mayores negociadores de la región, y mantiene con ello su cercanía con la administración Trump. Algo similar ocurre en esta última etapa de conversaciones con el rol de Turquía, un país del que hay que hablar mucho más por los espacios geopolíticos que ha conseguido a través de buscar un equilibrio en sus relaciones en esta y otras regiones del globo. Por lo pronto solo considerar que Ankara emerge como la gran ganadora del colapso de Assad en Siria.
Pero de todos esos actores, Qatar merece una mención aparte. No solo se trata de un país que tiene niveles de liquidez y capacidad de inversión como pocos, sin mencionar sus recursos de petróleo y gas, sino que viene trabajado desde hace años por abrirse espacios de influencia en esta zona del mundo y en muchas otras también. Qatar está asistiendo hoy a procesos de negociación en sitios tan lejanos como Colombia, Venezuela o el Congo, entre muchos más. Qatar se da el lujo de jugar el rol de Aliado Mayor No-Miembro de la OTAN de Washington y alojar a la más importante base militar de ese país en la zona, y a la vez ser inversionista en Rosneft, la petrolera rusa, o invertir en movimientos islámicos en toda la región, ser sede del ala política de Hamás, o cultivar sus relaciones con China y muchos más.
Pero además de todo eso, tras el ataque israelí a Doha en contra de Hamás, Qatar consigue que Trump fuerce a Netanyahu a disculparse y que ese presidente estadounidense emita una orden ejecutiva que equivaldría en la práctica a un pacto de protección mutua, todo esto, previo a convertirse en la pieza clave para negociar el cese al fuego en Gaza que para Trump era tan importante.
5. La dimensión global: Rusia, China y Estados Unidos
El repliegue relativo de Estados Unidos en Medio Oriente es una tendencia que viene desde los tiempos de Obama, continuada luego por Trump en su primera gestión y que Biden pareció dispuesto a consolidar. Basta recordar que, hace apenas unos años, fue Beijing —y no Washington— quien logró mediar el restablecimiento de relaciones entre Irán y Arabia Saudita, dejando a EU completamente fuera del mapa. O cómo, al estallar la guerra en Ucrania, Biden se vio obligado a recomponer su relación con el príncipe Bin Salman —a quien había llamado asesino— para que Riad contribuyera con el suministro petrolero en sustitución de Rusia, solo para recibir como respuesta nuevos recortes de producción por parte de ese y otros países. Sin embargo, los ataques del 7 de octubre de 2023 obligaron a Washington a replantear toda esa estrategia, y dos años después, algunas cosas resultan claras:
(a) Estados Unidos sigue desempeñando un papel crucial en esta región del mundo; (b) Ese papel no puede ser simplemente abandonado y está en los intereses estratégicos de Washington mantenerlo; (c) China, pese a sus intereses económicos y estratégicos, y a sus lazos con distintos actores en la zona, aún carece del peso necesario para influir de manera eficaz sobre los conflictos regionales que se multiplicaron en estos años; (d) Rusia emerge como la gran perdedora de los desarrollos actuales. Tras la guerra en Siria del 2011 al 2017, y ante el repliegue relativo de EU, Moscú había logrado posicionarse como el actor clave, la potencia con la que todos debían negociar, algo evidente en las múltiples visitas de Netanyahu a la capital rusa. Pero su intervención en Ucrania la obligó a concentrar recursos y prioridades, lo que explica en parte su abandono no solo de Assad, su mayor aliado, sino de la región en general.
Pero más allá de la rivalidad estructural y la competencia entre las superpotencias, hoy es más evidente que nunca el peso de una personalidad como la de Trump en todo este entramado. Es cierto que, pase lo que pase e independientemente de los desenlaces de las negociaciones actuales, él tiene la capacidad de encuadrar narrativamente sus acciones como la historia de “la paz en Medio Oriente”. Pero más allá de su relato, la realidad es que su influencia personal —ya sea con alguien como Netanyahu, con el emir de Qatar, el presidente egipcio o Erdogan de Turquía— y el magnetismo que su figura ejerce, lo han convertido en el gran ganador de todo este esquema.
En suma, los eventos siguen en desarrollo, pero algunos patrones comienzan a delinearse. El punto central está en comprender cómo todo se encuentra conectado: no solo dentro de las sociedades y entre los países de esta región, sino también en el marco de las dinámicas globales que atraviesan al planeta entero.
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