El 24 de febrero de este año, justo el día del aniversario del inicio de la intervención rusa en Ucrania, supimos que la Compañía Industrial Marítima de Irán estaba reparando un barco ruso que se estrelló contra el hielo en el río Volga y se estaba sumando a China para ayudar a Rusia a dragar el canal que conecta al río Volga con el Don y el Mar Caspio (Eurasia Daily Monitor, 2023). El dragado se hace para aumentar la profundidad de un canal, lo cual permitirá a los buques de carga rusos, chinos, iraníes, indios y otros, transportar envíos más pesados desde y hacia el Caspio y de ahí a Europa. Además, estas acciones permitirán el tránsito de buques de guerra más grandes desde la Flotilla del Caspio de Rusia hasta el Mar de Azov, lo que facilitará su empleo por parte de Moscú contra Ucrania. En un evento aparentemente desvinculado con ello, pocos días después, se anunciaba el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudita, gracias a un acuerdo mediado por China. Este par de ejemplos nos dan una pista acerca de cómo se están acomodando las piezas en estos tiempos, lo cual tiene que ver con la guerra Ucrania, pero también con muchas otras dinámicas paralelas. De eso hablamos a continuación.
Lo primero es advertir que, en muchos casos, la palabra “aliados” tiende a emplearse con demasiada flexibilidad, obscureciendo la complejidad que se ubica detrás de la coordinación de políticas y acciones por parte de ciertos países. No es que las alianzas no existan, por supuesto que las hay. Pero en muchos casos, ciertos estados solo se sumarán a las posturas o acciones de otros estados mientras ello convenga a determinados intereses y agendas, aunque de igual modo, moderarán esas posturas o se retirarán de su aparente “sociedad” al menor signo que muestre que uno o más de esos intereses corre riesgo.
Es verdad que hoy se puede apreciar la formación o quizás solidificación de un eje que podría ser entendido como anti-Occidente, conformado por Rusia, China, Irán (y algunos otros países a quienes conviene hoy sumarse a este bloque como Siria, o Corea del Norte, entre otros). No obstante, esas aparentes alianzas tienen infinidad de matices. El reto actual consiste en examinar esos matices y determinar hasta qué punto la balanza sí se está, efectivamente, inclinando hacia la coordinación de sus decisiones y acciones.
Segundo tema: la guerra en Ucrania no es lo único que está alimentando esta serie de políticas y acciones coordinadas. La rivalidad entre las superpotencias (Estados Unidos-Rusia y Estados Unidos-China) viene creciendo desde hace tiempo y se manifiesta en incontables rubros—como la ciberguerra, las guerras informativas, la carrera armamentista, y la competencia por espacios de influencia, entre muchos más—desde hace varios años. Paralelamente, al menos hasta antes de la guerra en Ucrania, Estados Unidos se encontraba en fase de repliegue y retracción geopolítica, no en fase de expansión (sus repliegues en Irak y Afganistán, son solo dos ejemplos, hay muchos más). Esto ha producido vacíos en regiones como Medio Oriente o Asia Central, vacíos que otros actores buscan llenar. Lo han hecho Rusia o Turquía durante todo el período de las guerras en Siria o en Libia, o lo está haciendo China ahora mismo mediando un acuerdo entre Riad y Teherán que hubiese sido impensable que mediara Washington.
Tercer factor: no obstante, la guerra en Ucrania sí parece estar empujando estas dinámicas con mayor fuerza.
Esta serie de factores combinados nos obligan a evaluar con mayor detalle cuales son los elementos que empujan hacia el acercamiento de la colaboración entre esos países y qué elementos podrían tender a alejarlos de ello o a sopesar sus decisiones.
Pensemos por ejemplo el caso de Irán y Rusia, dos países que no hace demasiado tiempo mostraban cierta confluencia de intereses y coordinación de acciones, pero que en otros rubros exhibían conflicto o distancia. Por poner un caso, ambos apoyaron al presidente Assad en la guerra en Siria y fueron los pilares centrales que permitieron a su ejército recuperar la mayor parte del territorio que había perdido. Sin embargo, Irán aprovechó las circunstancias para afianzar sus posiciones en ese país, cosa que Rusia no veía con buenos ojos. Así, cada vez que Israel bombardeaba posiciones iraníes o traslados de armamento desde Irán destinadas a milicias proiraníes, Moscú—la aliada mayor de Assad y quien tiene una base naval y una base aérea en Siria—se hacía de la vista gorda, permitiendo implícitamente esos bombardeos. De hecho, el Kremlin negoció con Israel un mecanismo para reducir riesgos de potenciales conflictos en el aire entre las aviaciones rusa e israelí, lo que ha permitido cientos de bombardeos israelíes en territorio sirio. Éstos han ocasionado cientos de bajas de personal iraní, incluidos militares de alto rango. La grandísima mayoría de ocasiones, Rusia se mantiene en silencio.
Ahora mismo, sin embargo, las cosas están cambiando. Teherán se está convirtiendo cada vez más en una de las columnas de apoyo para la intervención rusa en Ucrania, no solo proveyendo a Moscú con drones y misiles, sino facilitando medidas como el dragado del canal arriba señalado o coordinándose con China para acciones económicas y diplomáticas comunes como ahora mismo, el acuerdo Irán-Arabia Saudita, que, entre otras cosas, deja fuera a Washington de la fiesta, y se suma a la desconfianza que existe entre la Casa Blanca actual y el reino saudí.
El tema de la “alianza” China-Rusia es incluso más complejo. De un lado, y con enorme peso, la rivalidad entre Beijing y Washington no hace otra cosa que crecer. En la visión china, Rusia es una socia crucial para la construcción de un orden multipolar que pueda contrarrestar a Occidente. En ese sentido, si Moscú termina debilitada a consecuencia de la guerra en Ucrania, y como resultado, tuviese que replegarse o disminuir sus demandas—como lo son las de poner límites a la OTAN—China se sentiría más aislada o menos acompañada en su estrategia de seguridad internacional. Beijing, en otras palabras, no desea ver a Washington fortalecida o exhibiendo mayor determinación y arrogancia como una de las consecuencias de esta guerra, pues eso impactará sobre temas que para Xi son cruciales como el caso de Taiwán.
No obstante, justo por ahí podemos empezar a matizar. Precisamente uno de los resultados de esta guerra es la concientización en Washington y sus aliados de la OTAN de que necesitan incrementar sus presupuestos militares, armarse de manera más sólida, desplegar tropas, barcos y posiciones de manera mucho más firme y buscar la contención y la disuasión como métodos para prevenir conflictos. Lo último que deseaba Xi era que, tras esta guerra, EU concluyera que necesita más buques y más despliegues militares para proyectar mayor fuerza precisamente en la zona geográfica de China y Taiwán.
Pero más allá de ello, hay que entender que China y Rusia no son aliadas, sino, de hecho, rivales geopolíticos históricos. Además de la propia competencia por espacios de influencia en la zona geográfica que comparten, Beijing tiene una visión de mundo y de su rol expansivo que difiere enormemente de la de Moscú. China no desea bloques, inestabilidad, inflación, crisis energética o cadenas de suministro bloqueadas. Xi Jinping quiere mantener a Europa más moderada en su tono y en sus vínculos con China y, en cambio, la situación actual le está orillando a posicionarse a lado de Rusia de formas que son muy mal vistas en las capitales europeas.
Navegar entre esa serie de factores no está siendo simple para Beijing y por eso hay quienes argumentan que a medida que pasen las semanas y los meses, su papel mediador irá creciendo como se ha empezado a apreciar en estos días. No obstante, también existe el potencial de que China decida proporcionar armamento crucial a Rusia, lo que alteraría sin duda el curso de la situación en Ucrania.
Con todo, si tuviésemos que evaluar el panorama general, considerando lo que viene sucediendo desde antes de la guerra en Ucrania sumado a las dinámicas que dicha guerra está empujando, parece evidente que: (1) Estados Unidos no está teniendo la capacidad de estar en todas partes del globo al mismo tiempo y que por tanto, su despriorización de determinadas regiones y alianzas está resultando en vacíos, los cuales tienden a ser llenados por potencias globales y/o regionales; (2) Un eje conformado por Rusia y China, al que se tienden a sumar otros actores como Irán o Corea del Norte, entre otros, se seguirá solidificando, incluso asumiendo las diferencias de visión y acción que existen entre esos actores; (3) Incluso si China interviene para mediar, será importante para Beijing que Rusia no salga tan debilitada del desenlace de su guerra como para dejar de contribuir a los propósitos comunes del eje señalado y del contrapeso que se busca para con Occidente; (4) La otra tendencia que está creciendo es la conformación de otro grupo de países, muchos, quienes no desean verse alineados con ninguno de los bloques, países que por ejemplo, deciden no sumarse a las sanciones contra Rusia, además de coordinarse con China, con Washington o con Europa por igual, cuando así conviene a sus intereses.
Esto, claramente, se asemeja mucho a los tiempos de la Guerra Fría. Pero 2023 no es 1955 y habrá que hablar acerca de las muchas diferencias. Lo haremos posteriormente. Por ahora, sin embargo, el ajedrez se encuentra en pleno movimiento.
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