Las metas políticas enunciadas por Israel para su operación en Gaza han consistido desde el inicio principalmente en dos. Una es el desmantelamiento de las capacidades militares y de gobierno de Hamás. La segunda es la liberación de los rehenes que Hamás y la Jihad Islámica capturaron durante sus ataques del 7 de octubre. Hamás entiende muy bien el valor estratégico de la toma de rehenes. Ya en el pasado, esa organización ha sido capaz de intercambiar más de 1000 prisioneros palestinos por un solo soldado israelí (Gilad Shalit, en 2011). Uno de los prisioneros liberados en ese momento fue nada menos que Yahya Sinwar, quien actualmente dirige el gobierno de Hamás en Gaza y quien encabezó la planeación de los ataques del 7 de octubre. Esto, naturalmente presenta una contradicción desde una perspectiva estrictamente militar. Pero la militar no es la única perspectiva que está siendo considerada en torno a la tregua e intercambio señalados. En el texto de hoy, lo comentamos.
Primero, Israel es un país en el que cada vez que alguna organización terrorista secuestra rehenes, se produce un movimiento social enorme. Para la sociedad civil de ese país, el rescate de sus rehenes (soldados o civiles) se vuelve prioritario, incluso al costo de sacrificar cuestiones de seguridad. Esto frecuentemente entra en conflicto con la posición de los tomadores de decisiones que tienen otro tipo de prioridades de seguridad nacional, las cuales podrían ser vistas como más de realpolitik y menos humanitarias. Por ejemplo, cuando en 2011 el movimiento social por la liberación del soldado Gilad Shalit llegaba a su pico de crecimiento, pocas personas en el ámbito de seguridad favorecían la liberación de prisioneros (no solo Sinwar) que posteriormente participarían en otros ataques en contra de la población israelí. No obstante, desde la perspectiva de la sociedad civil, el acto de no dejar a nadie atrás, mucho menos si es un civil, es un acto simbólico que importa en otros rubros.
Segundo, lo anterior es algo que Hamás, tras décadas de conflicto con Israel, entiende muy bien. Sinwar estuvo años en prisiones israelíes, y se jacta de conocer a la sociedad israelí al detalle. Por eso, cuando los atentados terroristas del 7 de octubre fueron planeados, uno de los objetivos centrales fue el secuestro de rehenes. Tantos como fuese posible, sin importar su nacionalidad, género, edad o procedencia.
Tercero, el secuestro de rehenes, y especialmente de civiles, mujeres, ancianos y niños, genera múltiples beneficios a las organizaciones perpetradoras de los ataques. Esto incluye el incrementar las dificultades logísticas de una operación militar que pretende destruirles, la presión psicológica que se puede producir al difundir videos o notas relacionadas con los rehenes, la guerra de nervios que se desata y por tanto, sumando lo que señalo, el cúmulo de concesiones que Hamás o la Jihad Islámica pueden conseguir.
Esto convierte, para Hamás, el secuestro de rehenes en una victoria múltiple, considerando, además de todo, que, de manera inusitada, en esta ocasión estamos hablando de más de 240 rehenes, incluidos civiles de múltiples nacionalidades. Por un lado, la proyección de fuerza que les otorga la captura en sí—las más recientes encuestas en Palestina, por ejemplo, muestran que el 75% de la ciudadanía en Cisjordania y Gaza, aprueba los atentados cometidos como parte de su lucha de resistencia—y lo que esto les hace crecer. Por el otro lado, Hamás obtiene una victoria simbólica y política adicional al intercambiar rehenes por prisioneros palestinos que se encontraban en cárceles israelíes.
No obstante, también hay que considerar que, en esta ocasión en específico, especialmente porque entre las personas secuestradas hay civiles de múltiples nacionalidades, Hamás navega por un delgado hilo al seguirlos reteniendo indefinidamente. Por ejemplo, considere el caso de ciudadanos de un país que le ha apoyado en esta confrontación: Rusia.
Esa combinación de factores ocasiona que las negociaciones y las decisiones al respecto de los rehenes no sean cosa fácil, lo que las ha prolongado durante siete semanas. Por ahora, se decide liberar, en fases, al menos a 50 rehenes a cambio de un cese al fuego temporal mínimamente de 4 días, el cual hasta el momento de este escrito está siendo respetado. Marcadamente, Israel aprueba suspender su operación aérea en el sur de Gaza y limitar sus operaciones aéreas en el norte, además de permitir el paso por la carretera principal de Gaza que conecta ambas regiones de la franja.
Esto, según se estima, permitirá el traslado de combatientes de Hamás para reagruparse, reorganizarse y prepararse para seguir la lucha. Era en ese sentido que el establishment de seguridad israelí se había negado a ceder.
De hecho, la semana pasada, prácticamente las mismas condiciones que ahora están siendo aceptadas, fueron rechazadas por el gabinete de guerra israelí. No obstante, la presión política interna en Israel sumada a la presión internacional, especialmente por parte de Biden, ha conseguido ajustar las condiciones para esta tregua-intercambio. Es en este último rubro que se necesitará valorar el creciente rol que pueda jugar la Casa Blanca para ajustar las expectativas israelíes acerca de sus metas militares y quizás contener la guerra al menos limitadamente.
Dicho eso, hay que entender que esta tregua-intercambio, que, por supuesto ha sido bien recibida por múltiples actores, es solo parcial. Entre las consideraciones de Hamás se encuentra su propia evaluación al seguir contando con un buen número de rehenes en su poder, no solo para extraer más concesiones futuras, sino incluso para emplearlos como seguros de vida o para el futuro su movimiento de resistencia.
Del lado israelí, la pausa era necesaria por un lado para calmar la presión interna señalada por el movimiento social a favor de la liberación de rehenes que no hacía otra cosa que crecer. Pero por el otro lado, para mostrar que, al liberar a los rehenes, Jerusalem está abierta a otorgar concesiones que permitan la ayuda humanitaria y así liberar un poco también la presión internacional que se viene acumulando.
Sin embargo, Israel sigue preocupado de que Hamas desplace sus fuerzas hacia el norte con la intención de atacar a sus tropas durante y después del cese al fuego. Esa posibilidad podría suponer una amenaza para la liberación continuada de los rehenes.
Adicionalmente, dado que este cese al fuego y el alivio humanitario que esta tregua ofrece es apenas una muy pequeña porción de lo que se requiere, lo que viene es una carrera. Una carrera entre las metas militares de Israel, y la presión política que sin lugar a dudas seguirá acumulándose en su contra a causa de las muertes civiles y la crisis humanitaria en Gaza, ya no digamos entre las poblaciones de países que son tradicionalmente hostiles, sino entre países amigos o incluso aliados estratégicos como Washington. En EU, la guerra en Medio Oriente se convirtió desde un inicio en un tema de política interna, y actualmente, la opinión pública estadounidense está valorando muy negativamente la gestión de Biden del conflicto, y hoy se opone mayoritariamente a seguir armando a Israel. Esta situación es insostenible para la Casa Blanca por demasiado tiempo más. Por ello, el reloj está corriendo. En la carrera que menciono, Israel buscará aprovechar todo el tiempo que tenga disponible para seguir adelante con su meta de desmantelar la infraestructura militar y política de Hamás. De ahí que el sector militar se opusiera a otorgar treguas. Pero una guerra, como sabemos, nunca se limita a lo militar. Y en el entorno político, local y global, las negociaciones entre enemigos, aunque no siempre sean visibles o aparentes, y aunque sean negociaciones por acuerdos parciales, siempre son factores que deben leerse en paralelo con lo militar.
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