¿Dónde anda ISIS estos días? ¿Desapareció? ¿Y qué ha sido de Al Qaeda? Quizás para cualquier persona conectada con noticias en Occidente esas preguntas tienen sentido porque la verdad es que “ya no se ha oído mucho” de esas organizaciones. Esa afirmación no es falsa. “No se ha oído mucho” quiere decir, en términos simples, que, si las grandes capitales y ciudades europeas o estadounidenses no son blancos de ataques terroristas, entonces los atentados que sí suceden, normalmente no son cubiertos o, cuando sí lo son, reciben espacios menores en diarios y noticieros. Más aún, si nos basamos en las grandes tendencias reflejadas por gráficas y cifras, podríamos decir que el mundo vive tiempos considerablemente pacíficos, cuando los comparamos con décadas y siglos previos. A pesar de la guerra en Ucrania, lo que señalo es respaldado por datos como el relativamente “bajo” número de muertes por conflictos armados, si estas muertes son contrastadas con las del siglo XX o el siglo XIX, por poner un ejemplo. Sin embargo, esa información (que es real) puede ser malinterpretada si se asume que el promedio de lo que ocurre en el globo retrata al todo. Porque, así como existe una desigual distribución de la riqueza y la pobreza, de la educación, la salud o la tecnología, nuestro planeta padece una muy desigual distribución de la paz, la violencia y sus manifestaciones como el terrorismo. De hecho, el último reporte del Índice de Paz Global (IEP, 2023) muestra cómo la brecha entre los países más y los países menos pacíficos del globo sigue aumentando.
No, ni ISIS ni Al Qaeda han desaparecido. Efectivamente, ambas organizaciones han sufrido importantes reveses, pero su gran actividad en decenas de países indica que el fenómeno está lejos de terminar. Ocasionalmente ocurrirá, en efecto, uno que otro atentado en alguna ciudad europea. Pero el hecho de que ello no suceda no ocluye lo esencial: primero, estas organizaciones nunca son eficazmente eliminadas a través de la vía militar, y segundo, su principal fuente de crecimiento son esos conflictos armados que sí existen, aunque no siempre nos enteremos de ellos.
Echemos un vistazo, por ejemplo, al reporte de apenas el primer trimestre del 2023, emitido por el Centro Africano para el Estudio e Investigación del Terrorismo (ACSRT, por sus siglas en inglés):
Solo del 1 de enero al 31 de marzo de este año, África registró 426 ataques terroristas que resultaron en 2,809 muertes. Los ataques y las muertes por terrorismo presentan un incremento de 43% y 60% respectivamente, si se comparan con el último trimestre del 2022. Los cinco países más afectados por estos ataques fueron Somalia, Nigeria, República Democrática del Congo, Burkina Faso y Mozambique.
Ahora consideremos esto: de esos ataques, los grupos responsables del mayor número de muertes fueron Al Shabab y JNIM (ambas agrupaciones son consideradas filiales de Al Qaeda o con vínculos con esa organización transnacional). Los siguientes grupos más mortales son ramas de ISIS en África.
Ahora bien, si nos movemos de región podemos observar que Islamabad está culpando al gobierno talibán en Kabul por una serie de ataques mortales en la región tribal de Pakistán, cerca de la frontera con Afganistán. El ataque más reciente fue un atentado suicida en el distrito de Bajaur a finales de julio, que mató a más de 54 personas, y fue reivindicado por una filial del ISIS, concretamente su rama denominada “Estado Islámico en la Provincia de Khorasán (ISKP o ISIS-K)” (Al Jazeera, 2023).
Vayamos ahora a Siria. ISIS ha estado llevando a cabo múltiples ataques mortales en ese país, matando a soldados sirios en Deir el-Zour y Raqqa. A pesar de los recientes cambios en su liderazgo, ISIS continúa siendo una amenaza debido a problemas subyacentes como la represión gubernamental, la falta de reconstrucción post conflicto, el desplazamiento humano y los problemas económicos. La competencia entre superpotencias y potencias como Estados Unidos, Turquía, Rusia, e Irán, es otro factor que obstaculiza los esfuerzos antiterroristas, lo que podría permitir a ISIS reconstituirse en Siria (Rane, 2023).
Así que, para las personas que sufren esa clase de violencia, las gráficas y los grandes datos que reflejan los tiempos de paz que vive el planeta, son irrelevantes. También lo son para países como el nuestro, sin irnos tan lejos. Es verdad que las caras que adopta la violencia en nuestro territorio podrán ser distintas a las de Irak, Afganistán, Siria o Somalia. Sin embargo, a nadie queda duda de que en México estamos viviendo los tiempos más violentos de las últimas décadas. De hecho, las redes y conexiones que hoy existen entre organizaciones terroristas y organizaciones criminales son cada vez mayores, convirtiendo a esos fenómenos en una especie de simbiosis en la que unos adoptan características de los otros y viceversa. Por circunstancias como esas, o por conflictos armados que persisten, aunque no estén en los medios, millones de personas tienen que huir de sus hogares en busca de otros entornos. Lo mismo en Siria que en Venezuela u Honduras, Lo mismo en Afganistán que en Sudán o Guatemala. Para esas personas, para esas madres que se ven obligadas a tocar puertas que no se abren, o rogar a guardias nacionales que les permitan el paso, no valen las gráficas o los datos que hablan de los “mejores” tiempos de la humanidad.
Esta desigualdad en la distribución de la paz, entonces, no solo se manifiesta a través de la migración y el refugio, sino a través de una brecha en las conciencias: lo que no vivimos o lo que no nos cuentan nuestros medios o nuestras redes, no existe. Y cuando los 426 atentados en África en solo tres meses desaparecen de nuestro radar, o cuando, tras estudiar las grandes tendencias o las gráficas, algunos concluyen que el planeta nunca había experimentado el bienestar y la paz como hoy, es justo el punto en el en que corremos el riesgo de perder la empatía, y asumir que lo que sea que estemos haciendo en el mundo está bien, porque gracias a ello estamos mejor.
Mirar otro lado de la moneda, en cambio, implica el trago amargo de entender (1) que todos somos parte de un mismo sistema; lo que sucede en México, en Honduras, en Siria o Afganistán, tiene lazos de interconexión que no siempre son tan claros o evidentes pero que ahí están; (2) que la desigual distribución de la violencia y el terrorismo es justamente una parte de la enfermedad ese sistema; (3) que las disrupciones violentas también encuentran frecuentemente canales de salida a través de países considerados tradicionalmente pacíficos; (4) que la falta de interés acerca de esa desigual distribución de la violencia—ya sea porque los grandes medios no la cubren, o porque nos parece lejana, del mismo modo que a otros les parece lejana la violencia que tiene lugar en países como el nuestro—no hace otra cosa que contribuir a perpetuarla; y por tanto (5) que encontrar soluciones integrales y de raíz para resolver los conflictos armados, disminuir el terrorismo o combatir a las redes criminales, operen donde operen, son responsabilidades que compartimos todas las partes de ese sistema descompuesto.
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