Hay muchos análisis que se pueden hacer sobre lo que ha sucedido los últimos días entre Irán y EEUU. Por ahora, se logra evitar un escalamiento de las hostilidades al nivel de un conflicto armado mayor. Este no es un logro menor. Por la información que ha ido surgiendo, los misiles balísticos que Irán lanzó no tenían solo el objetivo de mostrar su capacidad y precisión, sino que fueron destinados a dañar infraestructura militar específica que utiliza EEUU en esas bases. Esto pudo haber sido considerado por Trump como un acto que merecía una nueva respuesta. Pero al parecer, las tropas de EEUU fueron alertadas con tiempo y no se produjeron bajas estadounidenses, lo que, al final, facilitó la decisión de Washington de no responder. Aun así, dado que los factores básicos que derivaron en esta espiral siguen todos ahí, debemos considerar qué puede suceder con ese potencial conflictivo durante las semanas y meses que siguen. Paralelamente hay que intentar un análisis más hondo, relacionado con los posibles impactos que estos eventos están teniendo en cuanto al papel que EEUU juega en esa y otras regiones del mundo, y su capacidad de influir en actores y eventos varios.

Pensemos primero en lo más inmediato. Trump se lleva una importante victoria política. No solamente porque liquida a un elemento tan estratégico como lo era Soleimani, con todo lo que ello puede implicar en la disrupción de las actividades que Irán llevaba en toda su zona de influencia, sino porque: (a) puede venderla a su audiencia interna como un gran “golpe al terrorismo” (según encuesta 2019 del Chicago Council, 60% de estadounidenses aprueba acciones en el extranjero en contra del terrorismo); (b) no involucra a EEUU en una intervención militar mayor, de esas de las que tanto ha criticado y que implicaría un incremento de tropas en la zona (según esa misma encuesta solo 27% de estadounidenses considera que esas intervenciones hacen a su país más seguro y solo 4 de cada 10 aprueba el incremento de tropas para esas operaciones); y (c) le permite poner sobre la mesa el potencial retiro de tropas de Irak, cosa que aplaude su base electoral.

En otras palabras, pareció haber una confluencia de intereses entre el líder supremo de Irán, el ayatola Alí Khamenei, y el presidente estadounidense. Ninguno de los dos deseaba una guerra frontal. Irán sabe muy bien que no puede ganar un conflicto simétrico contra Washington y ha optado por seguirle combatiendo mediante otro tipo de estrategias, más asimétricas, como las que ha empleado hasta ahora. Al matar a Soleimani, Trump decidió correr, en efecto, el riesgo de detonar una guerra, y hubo varios momentos en los que supo que podía haber arrastrado a su país a un tipo de conflicto que tanto él como la mayoría de los estadounidenses parecen desaprobar, pero logró evitarlo, justamente porque ello tampoco estaba en el interés de Irán.

Pero además de eso, si una de las metas expresas del ayatola era expulsar a EEUU de la región, empezando por Irak, los recientes eventos parecen preparar el escenario para conseguirlo. Y en este sentido, Trump es, paradójicamente, su mejor aliado. En los hechos, ya hay consecuencias. El parlamento iraquí emitió una resolución que demanda que Bagdad retire a todas las “tropas extranjeras” del país. El gobierno de Irak ya ha solicitado a Washington un plan para que ello ocurra. Lo interesante es que, durante la semana, se estuvo filtrando información que indicaba que la Casa Blanca parecía estar de acuerdo en abandonar Irak. Aunque posteriormente el secretario de defensa Esper lo desmintió y se entiende que el Pentágono se opone rotundamente a ese retiro, sabemos perfectamente cómo piensa Trump. No únicamente por sus discursos y por sus tuits, sino por las decisiones que ya ha efectivamente tomado en cuanto a tropas en sitios como Siria o Afganistán.

Pero si la voluntad de Trump no basta, la situación que ha resultado a partir de los sucesos de la última semana, parece haber quedado preparada para ayudarle a decidirse. Irán no ha terminado de vengarse por la muerte de Soleimani, además de que faltaría alguna represalia por parte de las milicias chiítas iraquíes por la muerte, en el mismo ataque, de uno de sus líderes más importantes. Hay que entender que Teherán y sus aliados trabajan con otros tiempos, prefieren respuestas más paulatinas, eligen cuándo y cómo sorprender y, eligen cuando asumir y cuándo no asumir la autoría de los hechos. Lo que ha ocurrido en la región durante los últimos meses apenas lo refleja. Un par de buques petroleros son de pronto detenidos por guardias iraníes durante varios días por razones confusas. Otro buque es impactado por un proyectil que nadie se atribuye. La guerra en Yemen continúa sin cesar y de pronto, los houthies—aliados de Irán—parecen contar con capacidades armamentistas imprevistas. Luego, Irán aguanta y aguanta los bombardeos israelíes en Siria prácticamente sin responder ni desesperarse, incluso tras decenas de bajas de sus militares de élite, y cuando nos damos cuenta, en lugar de retirarse de ese país, sus posiciones siguen creciendo. Una mañana, nuevamente de forma sorpresiva, un ejército de drones y misiles ataca las instalaciones petroleras saudíes con una capacidad y precisión no observadas hasta el momento. Irán niega toda responsabilidad en esos hechos, pero cuando se estudia la sofisticación del ataque, todo el mundo entiende quién fue y qué tipo de mensajes fueron enviados. Y así sucesivamente.

La cuestión es que, desde hace meses, en los incidentes que menciono, ya se ha empezado a involucrar a blancos estadounidenses. Las milicias chiítas iraquíes aliadas de Irán llevaban tiempo lanzando misiles contra zonas cercanas a las bases que alojan a solados y contratistas estadounidenses cuando el 27 de diciembre les atacaron directamente. Hace pocos días, estos misiles ya fueron lanzados contra la zona que aloja a la embajada de EEUU en Bagdad. Este tipo de sucesos probablemente se van a intensificar con todo el potencial que ello tiene para elevar nuevamente la espiral hacia niveles peligrosos. Y ello sin considerar lo que podría ocurrir si es que, como parece, Teherán reactiva de lleno su proyecto nuclear.

Quizás dos posibilidades podrían detener la lógica conflictiva que señalo. La primera, si Trump termina efectivamente por sacar a sus tropas en Irak o las reduce, y aún así, seguirá habiendo blancos estadounidenses en otros varios puntos de la región. La otra posibilidad sería si finalmente Washington u otras potencias consiguen involucrar a Teherán en nuevas negociaciones.
Pero al margen de todo ello, hay otra reflexión que se ha vuelto cada vez más necesaria. Por razones financieras, de política interna y de geopolítica, EEUU no parece tener ya la
capacidad de tener presencia en todas partes del globo al mismo tiempo. Este tema rebasa a Trump. Su deuda es cada vez mayor y los intereses que genera se vuelven cada vez más difíciles de pagar. Incrementar su presupuesto militar, como lo requiere la competencia armamentista y geopolítica que Washington está teniendo que librar con Rusia y China, conlleva costos muy importantes. Como resultado, EEUU lleva ya años demostrando que necesita priorizar sus recursos y esfuerzos. Además, sus aventuras militares de los últimos 18 años en sitios como Irak o Afganistán tienen ya agotado a un electorado que no comprende cuál es el objetivo de invertir dinero que no se tiene en esas aventuras percibidas como lejanas, ajenas y eternas, y que abrumadoramente aprueba las voces políticas que prometen terminar con ese tipo de guerras.

No estoy diciendo cosas que no se sepan. La percepción del declive relativo del poder de EEUU para estar presente e influir en los eventos globales ya está provocando vacíos en todo tipo de regiones. Vacíos que otros poderes deciden cubrir. Rusia y China lo han entendido bien. Y si ahora, los eventos de los últimos meses, semanas y días, contribuyen al retiro de las tropas estadounidenses de Irak, se estaría agregando un nuevo vacío al escenario. Actores no estatales como ISIS, o bien, potencias regionales como Irán, están esperando ese momento.


Twitter: @maurimm

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