El pasado fin de semana, Pete Hegseth, secretario de defensa de Estados Unidos, pronunció un discurso clave en el Diálogo de Shangri-La, el foro de seguridad más relevante de Asia, organizado por el IISS en Singapur. Ante una audiencia compuesta por ministras y ministros de defensa, funcionarias y funcionarios de alto nivel, y prominentes figuras de la comunidad internacional de seguridad, Hegseth subió al estrado con un doble propósito. Por un lado, dejar claro que la administración Trump tiene hoy dos prioridades estratégicas: su seguridad fronteriza y la contención de China. Por otro, intentar restaurar la confianza de aliados de EU, muchos de los cuales —presentes ahí mismo en la sala— observan con creciente recelo las decisiones de Washington. Tras casi cinco meses de un gobierno marcado por el desconcierto y las rupturas, el mensaje de Hegseth buscaba enviar una señal: “Estados Unidos Primero” no debe interpretarse como “Estados Unidos en solitario”. Aseguró que Washington sigue comprometido con sus alianzas y que el enfoque pragmático y de “sentido común” de Trump no pone en riesgo la cooperación estratégica con sus socios, particularmente en Asia. Pero el ambiente en la sala decía otra cosa. Para quien prestó atención al gesto contenido de muchas delegaciones, al tono de las preguntas y a los márgenes de las conversaciones, quedó claro que las palabras de Hegseth, por más cuidadosas que fueran, no alcanzaron para disipar las dudas. La desconfianza —visible ya en la gestión anterior de Trump— se ha profundizado en estos primeros meses de su nuevo mandato, y en foros como Shangri-La esa tensión se vuelve palpable.

Veamos primero qué dijo Hegseth, y luego, comparto algunas reflexiones al respecto:

1. Trump es un presidente pacifista, quiso comunicar Hegseth. Que quede claro, señaló, que esta administración no busca iniciar guerras, sino terminarlas. Sin embargo, la doctrina que guía esa línea política es “Paz mediante la fuerza”, basada en fortalecer la capacidad militar de EU, restaurar la cultura de combate y garantizar la disuasión a través del poder militar creíble, con énfasis en mérito (no en temas de identidad como raza o género), entrenamiento riguroso y tecnología avanzada.

2. En particular, Hegseth dijo que EU no está buscando una guerra con China, que esta administración respeta a su gente, al país y a su cultura milenaria. Pero a la vez, la acusó de querer imponer su hegemonía en Asia mediante tácticas coercitivas y expansión militar. Así que, a pesar de que EU. no busca un conflicto, no permitirá que China domine la región ni invada Taiwán, e instó a los aliados a reducir su dependencia económica de Beijing.

3. Hegseth subrayó el apoyo a socios del Indo-Pacífico para que desarrollen capacidades defensivas autónomas. Anunció ejercicios conjuntos, nuevas bases, despliegues y acuerdos industriales, especialmente con Filipinas, Japón, Australia e India. Habló de iniciativas como PIPIR (Asociación para la Resiliencia Industrial del Indo-Pacífico, una iniciativa que fue, por cierto, lanzada por la administración Biden y que ahora es destacada por Hegseth), para robustecer cadenas de suministro y reparación en la región. Anunció producción regional de misiles y sistemas autónomos, ampliando la resiliencia de la infraestructura militar colectiva.

4. Al final, el secretario de defensa concluyó apelando a la historia, la responsabilidad moral y la urgencia del momento. Llamó a los aliados a actuar rápidamente frente a amenazas reales, invirtiendo en defensa como única forma de evitar guerras futuras y asegurar la paz.

Pese a lo anterior, solo bastó escuchar la siguiente sesión, en la que participaron Kaja Kallas, la alta representante de la UE para política exterior y política de seguridad, así como el ministro de defensa japonés y el de Vietnam, para percibir el ambiente de tensión que prevalece en este tipo de espacios respecto a las relaciones de EU con sus muy distintos aliados en el mundo.

Permítame ponerlo de esta manera: el 2 de abril —fecha que Trump ha bautizado como el “Día de la Liberación”— coincidió con el segundo día de algunos de los ejercicios militares más importantes realizados por China en los mares y el espacio aéreo que rodean Taiwán; ejercicios que el secretario de Defensa, Pete Hegseth, denunciaba ahí, desde el escenario del Diálogo de Shangri-La. Mientras esos ejercicios chinos tenían lugar el 2 de abril, Trump mostraba un gran cartel con el nombre de Taiwán —territorio que Hegseth se comprometía a defender— marcado con un arancel del 32%. En ese mismo cartel figuraban también Japón y Vietnam —cuyos ministros de defensa estaban sentados en el panel que he mencionado— con aranceles del 24% y 46%, respectivamente. Y aparecía también la Unión Europea —cuya representante para la política exterior compartía ese mismo panel— con un arancel del 20%.

En palabras simples, Trump lleva años criticando precisamente a esos aliados, por su injusto trato hacia EU, por aprovecharse de ese país, por orillarle a gastar presupuestos excesivos para defenderles sin que ellos estén dispuestos a pagar por su propia seguridad, por sacar ventaja de los pésimos negociadores de EU del pasado. Es más, de acuerdo con Trump, la razón principal de que la Unión Europea se haya formado, por ejemplo, fue para “joder” a Estados Unidos. El 2 de abril, finalmente, Washington se estaba “liberando” de todo eso.

Así que parece difícil que, después de un discurso como ese —y más aún cuando viene acompañado de medidas como una guerra comercial de la magnitud que se ha lanzado—la confianza pueda restablecerse de forma simple. Porque esa guerra, en la cabeza de Trump, parece tener más fines políticos que económicos. A ello se suman otras acciones, como retirar temporalmente el respaldo a Ucrania en armamento e inteligencia solo porque su presidente no fue lo suficientemente agradecido o se mostró reacio a capitular bajo los términos impuestos por la Casa Blanca. Y así, entre muchas medidas más, el mensaje de Hegseth, por cuidadoso que sea, no basta para disipar la desconfianza.

Es verdad que unos días después de anunciar los aranceles de la “liberación”, Trump los suspendió temporalmente, como usualmente lo hace, para permitir tiempo a las negociaciones. Pero también es verdad que cuando Trump percibe que sus contrapartes no efectúan concesiones suficientes, lanza amenazas de duplicar o triplicar esos aranceles.

Con todo ello, lo que prevalece es un entorno de incertidumbre, el sentimiento de que la relación entre EU y sus aliados—como lo decía el participante de uno de estos foros en 2016—es meramente transaccional y no estratégica.

Dicho lo anterior, es importante señalar que Hegseth no dice mentiras cuando habla de la prioridad de la región asiática para esta administración, o de la cooperación militar entre EU y muchos de sus aliados.

Es completamente cierto que más allá de quienes han presidido EU, hay una convicción generalizada que rebasa los partidos y actores políticos en Washington, de que China representa una amenaza que necesita ser detenida y que, para ello, la colaboración con aliados como Japón, Australia, India o Filipinas, además de otros como Reino Unido, es crucial.

La cuestión es que, tras estos cinco meses de Trump, ese ambiente de colaboración y sociedad no es lo que se sentía en el diálogo de Shangri-La. Los participantes y la audiencia hablaban una y otra vez acerca de cómo se han roto las instituciones y las reglas—no solo por parte de actores como Rusia o China, sino también por parte de Washington con las acciones que está tomando—y que cuando no hay reglas lo único que prevalece es el desconcierto y la anarquía.

En un contexto como ese, la única alternativa que queda a los países es sopesar adecuadamente los intereses nacionales, y calibrar las decisiones de contener, confrontar, negociar o asociarse con una superpotencia como China a partir del resultado de esa valoración.

Así que, a pesar de lo que Hegseth diga, parece muy difícil que cambie la percepción de que una mano se está encargando de sembrar la desconfianza, la impredecibilidad y la incertidumbre, mientras que la otra mano busca aportar certezas y solidificar la cooperación entre aliados. Esto, por supuesto, va más allá de ceses al fuego en la guerra comercial, suspensiones temporales de aranceles o ejercicios militares conjuntos. Esto ya está el aire que se respira. Y no me cabe duda que va a tener repercusiones de largo plazo.

Mauricio Meschoulam

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