Trump no solo fue, hace cuatro años, un candidato que energizó a las bases republicanas tradicionales, a conservadores, a evangélicos, o a determinados empresarios. Trump levantó esperanzas entre la derecha radical, entre supremacistas y nacionalistas blancos que antes operaban desde las márgenes, y ahora, finalmente, sentían una conexión con su sistema político y una esperanza para alcanzar el poder. Entonces, se desató un ciclo clásico en el extremismo que Moghaddam ha llamado “la escalera de la radicalización”. Más y más simpatizantes se sumaron a las causas de la derecha extrema, participaron en mítines políticos, sitios de internet, y llevaron al centro de la discusión sus temas, preocupaciones, sus convicciones acerca de estar siendo reemplazados por “judíos, negros, latinos e inmigrantes”, sus teorías conspirativas, esperando que la movilización política les diera réditos. No obstante, muchas de esas personas se empezaron a sentir decepcionadas y fueron perdiendo la confianza en los mecanismos tradicionales de participación, mucho más cuando perciben que Trump ha sido incapaz de cumplirles. En esa escalera de radicalización hay quienes ascienden un peldaño más, toman la decisión y brincan al uso de la violencia. Mientras más gente percibe que su apuesta política está bloqueada, más actos violentos hay. Esta fotografía es retratada por dos recientes reportes al respecto.
Uno de ellos es un informe publicado en junio por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), que corrobora tendencias que ya conocíamos. Dos conclusiones centrales:
La primera, el terrorismo de extrema derecha en Estados Unidos sigue creciendo y ha rebasado desde hace tiempo, por mucho, al perpetrado por cualquier otra clase de ideología en ese país, lo que incluye actos extremistas cometidos por grupos de izquierda, o al terrorismo islámico. Solo en este 2020, en plena pandemia, 90% de atentados o planes para cometerlos, pertenecen a esa categoría.
Por cierto, cuando hay protestas violentas como ahora mismo, es común que se introduzca la idea de que la izquierda radical es igual de violenta que los extremistas de derecha. Y por supuesto que cualquier clase de violencia es condenable. Pero es importante entender el panorama que retratan los datos. Los ataques cometidos por extremistas de derecha del 2001 a la fecha, han ocasionado 15 veces más muertes que los ataques cometidos por extremistas de izquierda. En ocho de esos años, los extremistas de derecha causaron el 100% de las muertes, y en otros tres, incluidos 2018 y 2019, fueron responsables de más del 90 % de esas muertes. En realidad, se trata de una tendencia global. El Índice Global de Terrorismo (2019) reporta un aumento de 320% en el terrorismo a manos de extremistas de derecha en cinco años. Esto tiene que leerse de la mano del incremento de crímenes de odio en sitios como EU, que se ubican en su punto más alto en los últimos 16 años.
Ahora bien, no todos los crímenes de odio son ataques terroristas. Entender la diferencia no es trivial porque se trata de dos fenómenos que deben ser combatidos de manera paralela. Un crimen de odio es un crimen motivado por el prejuicio contra una o varias víctimas directas, quienes pertenecen (o el atacante percibe que pertenecen) a un grupo religioso, nacional, social o racial. Por tanto, en un crimen por odio las víctimas directas son el blanco mismo del ataque. En un ataque terrorista, en cambio, el blanco real es distinto. El terrorismo consiste de ataques en los que las víctimas son utilizadas premeditadamente como instrumentos para alcanzar psicológicamente a terceros usando al terror como vehículo de comunicación. Es decir, en el terrorismo, el blanco real no son las siempre lamentables víctimas directas, sino una audiencia-objetivo mucho mayor, la cual se entera del incidente y, a partir del terror que el acto le provoca, se ve afectada en sus actitudes, opiniones o conductas, ya sea porque se siente vulnerable como víctima potencial, o presionada psicológica o políticamente para tomar decisiones. Un atentado terrorista está pensado, esencialmente, como un acto comunicativo. De ahí que los terroristas comúnmente suben manifiestos o posts a internet, o buscan atraer a los medios de comunicación a fin de poder propagar lo que motiva su violencia.
Segunda conclusión del CSIS: El terrorismo de extrema derecha probablemente seguirá creciendo a lo largo del siguiente año. Uno de los motores, de acuerdo con el centro, será la oportunidad percibida por personas radicalizadas a raíz de la polarización del entorno electoral. Pero, sobre todo, esa tendencia podría estar influenciada por el resultado de la elección. Mientras más personas adherentes a estas ideologías se sientan decepcionadas por su sistema político, crecerán las probabilidades de que ello resulte en actos violentos.
Lo anterior es corroborado por el segundo reporte, publicado hace unos días por el Southern Poverty Law Center (SPLC), una institución que monitorea el extremismo de derecha desde hace años. El informe muestra que del 2016 al 2018 hubo un considerable incremento en la movilización política por parte de grupos supremacistas, los cuales incluían nacionalistas blancos, neonazis, simpatizantes del Ku Klux Klan y de la “Alt-Right” (Derecha Alternativa), entre otros. Sin embargo, reporta el SPLC, el número de estas movilizaciones políticas fue decayendo conforme estos grupos fueron perdiendo confianza en Trump y en su eficacia para lograr sus metas. Como resultado, muchos de esos adherentes se han ido retirando de la actividad pública y se han estado uniendo a células clandestinas más extremistas que consideran que “la democracia multirracial en EU está inevitablemente destinada al colapso” y que, por tanto, el proceso necesita ser acelerado mediante la violencia.
El período de activismo político, entonces, es seguido de una siguiente fase, la actual, marcada por una mayor amenaza de ataques violentos como los atentados cometidos en sinagogas en los últimos años, o como el ataque en un Walmart de El Paso en 2019 (en el que, lamentablemente, murieron varios ciudadanos mexicanos, entre otras víctimas inocentes). Mediante estos atentados, los supremacistas blancos buscan “despertar” la conciencia acerca del “genocidio blanco”.
Ellos “saben cosas que otros desconocen” (un fenómeno que se conoce como el “red-pilling”, aludiendo a la píldora roja de la película The Matrix) y, entre otras cosas, han “caído en la cuenta” de que la pluralidad de razas, representa en realidad el “reemplazo y el fin de la raza blanca”. El acto terrorista consigue inducir un estado de conmoción que atrae a medios y redes, y logra de este modo canalizar eficazmente el mensaje. Este mensaje es leído por millones de seguidores “blandos” (quienes no coinciden en el uso de la violencia, pero sí en las motivaciones del perpetrador), y un reducido número de seguidores “duros”, quienes toman la decisión de sumarse a la causa, unirse a células existentes o, eventualmente, actuar violentamente por cuenta propia.
Si bien, no todos los eventos de violencia perpetrada por extremistas de derecha que estamos viendo en estos meses tienen las características o las dimensiones de atentados como el de El Paso, el reporte y otros similares documentan el incremento de incidentes menores y sobre todo, de planes para cometer atentados de alto impacto (como por ejemplo, una explosión en un hospital de Kansas City con pacientes de Covid en marzo), los cuales han sido, afortunadamente, detectados y detenidos antes de consumarse, pero que evidencian este brinco señalado por el SPLC: del activismo político al uso de la violencia material.
En suma: la polarización que se puede fácilmente observar en internet y redes sociales, o en mítines políticos y manifestaciones, no se detiene ahí. Los polos se alimentan mutuamente y en ellos, hay personas que se mantienen escalando peldaños en sus procesos de radicalización. Esto ocurre tanto en la izquierda como en la derecha (y con toda clase de ideologías). No obstante, en países como Estados Unidos, la violencia perpetrada por supremacistas o nacionalistas blancos (y grupos afines), es la que muestra una mucha mayor prevalencia, un mayor crecimiento y representa la mayor amenaza en la actualidad. El factor Trump, según parece, desató desde 2016 todo un fenómeno que ahora resulta muy difícil de detener. Y, paradójicamente, una potencial derrota de ese candidato podría, de hecho, acelerarlo. Reportes como los que señalo deben ser leídos con detenimiento para idear y poner en marcha medidas para contener y detener las tendencias señaladas.
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