“La capacidad de Estados Unidos de manejar sus finanzas está directamente ligada a su capacidad de permanecer como el poder militar predominante a nivel global…Así es como los imperios caen. Todo empieza con una explosión de deuda. Termina con una inexorable reducción de los recursos disponibles para el ejército, la fuerza naval y la fuerza aérea”. Esto escribió el historiador Niall Ferguson en 2009. Doce años más tarde, cuando ese país tiene una deuda mucho mayor, cuando la superpotencia se enfrenta ante la posibilidad de incumplir con los compromisos que esa deuda genera, y cuando lo que se está discutiendo es la autorización para permitir que esa deuda siga creciendo, el análisis de las implicaciones que todo ello tiene en temas de poder y geopolítica, resulta más oportuno que nunca.
De acuerdo con datos del gobierno estadounidense, la deuda pública de ese país alcanzó los 28 billones de dólares en junio de este año. En nuestra última consulta del rastreador en vivo de la Fundación Peter G. Peterson, la deuda pública de EU era de 28.43 billones—lo que representa aproximadamente el 125% de su PIB actualizado este año—siendo que el límite de endeudamiento actual está establecido en 28.4 billones. Más de una tercera parte de ese monto se adeuda a los gobiernos de ciertos países. Japón sobrepasó a China como el mayor acreedor de la deuda estadounidense el año pasado. Pero es importante considerar que, a pesar de haber estado reduciendo el monto de deuda que posee, China—justo el mayor rival de la superpotencia—sigue siendo el segundo mayor acreedor de dicha deuda.
Como explica Ferguson, y mucho antes de él, autores como Paul Kennedy, los problemas de las grandes potencias, inician cuando sus deudas comienzan a tornarse impagables. Porque lo que pasa con un superpoder como lo es Estados Unidos en nuestra era, es que no solo se trata de una deuda existente, sino que ésta crece a diario, pues el país opera con un gigantesco déficit. Como resultado, continuamente necesita elevar su techo de endeudamiento.
Hay quienes piensan que ese tipo de deudas son administrables, y mientras se cubran los intereses y se manejen con cuidado, no hay mayor problema, pues después de todo, estamos hablando de Estados Unidos, la mayor economía del mundo, la que proyecta mayor estabilidad y confianza (solo considere el atractivo que siguen generando los bonos del tesoro estadounidense como “refugio seguro” para el dinero).
Sin embargo, tanto el déficit como una deuda de ese tamaño, generan consecuencias en la toma de decisiones, especialmente cuando de una superpotencia se trata. Un poder global como lo es EU, tiene incontables compromisos más allá de sus fronteras, la necesidad de desplegar tropas en decenas de sitios en el planeta, la carga de mantener presencia marítima en puntos estratégicos, de contar con bases aéreas, de mantener al día todo su equipo militar y competir eficazmente en las carreras armamentistas, de sostener a las tropas desplegadas, llevar a cabo ejercicios militares, respaldar alianzas y proyectarse como el país que no solo cuenta con la mayor fuerza del planeta, sino que está dispuesto a utilizarla. Todo lo anterior, manteniéndose, además, siempre a la vanguardia tecnológica mediante investigación y desarrollo de tecnología de punta. Esa serie de factores, sumados, tienen un costo económico brutal. Y sí, por supuesto que Estados Unidos es el país que más invierte en lo militar.
El problema es que cuando el dinero escasea, las decisiones acerca de cómo se deben asignar los recursos necesitan tomarse de acuerdo a las prioridades. Hay rubros o regiones que sí ameritan la inversión o el gasto. Otros, en cambio, tienen que verse sacrificados. Además, cuando el país decide destinar esos recursos escasos, digamos, a una aventura militar en el exterior, entonces también requiere de sacrificar algunos rubros en política económica interna. Simplemente no alcanza para todo. O bien, está ahí la alternativa de seguir creciendo la deuda, y con ella, los intereses que hay que cubrir cada mes. Esto genera discusiones y tensiones que debilitan a esa superpotencia aún más, pero imponen preguntas ineludibles. Por ejemplo, si se decide atacar a Irán en caso de que ese país armara su bomba atómica (tal y como se le ha amenazado) y ello arrastra a Washington a una guerra de mayor plazo, ¿cómo exactamente se pagará esa guerra? O bien, si la decisión de Biden hubiese sido permanecer en Afganistán, ello naturalmente hubiese implicado re incrementar la presencia de tropas estadounidenses en ese país desde 2,500 hasta quizás unas 10 o 15 mil más. La pregunta es, ¿cómo exactamente esa decisión se pagaría? ¿Qué rubros tendrían que sacrificarse del presupuesto? O bien, ¿es pertinente seguir incrementando la deuda con otros países, lo que incluye a actores como China que es precisamente uno de aquellos de quienes Washington está pretendiendo desasociarse? ¿Es pertinente seguir aumentando el monto de intereses que hay que pagar cada mes? Y ahora, cuando las tasas vuelvan a subir, ¿cómo repercutirá ello en los continuos pagos que hay que efectuar? ¿Habrá que endeudarse incluso más?
Al final del camino, las decisiones se han ido tomando de acuerdo con la visión de cada administración, pero teniendo siempre encima el peso de esa creciente deuda. Obama, por ejemplo, diseñó su doctrina, basada en una reducción de tropas y limitación de los conflictos en los que EU participa, confiando a aliados locales la protección de los intereses de Washington mediante su equipamiento y entrenamiento. Trump optó por una visión más transaccional. Alejarse de conflictos internacionales cuando fuese posible, concentrarse en objetivos limitados y prioritarios, pero eso sí, exigir a aliados compartir los costos o pagar de alguna forma la presencia y el compromiso estadounidense, exhibiendo la disposición a abandonar a esos aliados en caso de incumplir. Esto último dañó la imagen de confiabilidad de Washington como un socio responsable, y generó una sensación de vacío que sus rivales han estado aprovechando. Lo que está haciendo Biden es reubicar sus energías y sus prioridades hacia sus dos monumentales rivales: China y Rusia. Asumiendo que Estados Unidos no puede estar en todas partes al mismo tiempo, el actual presidente está teniendo que elegir sus batallas.
Por ello, la discusión actual acerca de la deuda importa. Los dineros no son, obviamente, el único factor, pero sí cuentan. La cuestión es que, de lo que se está hablando en Washington en estos días (una vez más), no es acerca de cómo pagar esa deuda o reducir el déficit, sino acerca de cómo obtener el permiso del Congreso para endeudarse más, porque de no hacerlo, no alcanzan los recursos para cumplir con los compromisos adquiridos. En otras palabras, no estamos ante el final de la historia, sino en un episodio más de cómo las finanzas del gigante tenderán cada vez más a entorpecer sus despliegues de poder global a los que nos tenía acostumbrados.
Twitter: @maurimm