Las guerras entre estados que el planeta está experimentando en los últimos años, se añaden y a veces ocluyen, pero no sustituyen a otras tendencias que venimos siguiendo desde ya décadas atrás. Los actores no-estatales armados o violentos, son protagonistas fundamentales en la mayor parte de los conflictos armados de la actualidad. Conflictos que, además, presentan una tendencia a internacionalizarse. Lo que ocurre es que, tras la intervención rusa en Ucrania, y naturalmente por la escala de esa confrontación militar, esa otra dimensión de los choques armados (presente en sitios como Siria, Libia, Yemen, el Sahel o América Latina), la que involucra a los actores no-estatales, ha perdido notoriedad, pero no se ha ido a ninguna parte. Es tiempo de valorar que ambas clases de conflictos están coexistiendo.
La Armed Conflict Survey (ACS) del International Institute for Strategic Studies (IISS) es una encuesta o estudio anual que proporciona una evaluación global del estado de los conflictos armados en el mundo. El estudio se basa en una combinación de datos cuantitativos y cualitativos, y cubre una amplia gama de aspectos de los conflictos, incluyendo su naturaleza, escala, impacto y tendencias. La ACS se publica desde 1995, y es una de las principales fuentes de información sobre la materia.
El estudio de 2023, que fue presentado esta semana por el IISS, identifica 22 conflictos armados activos en el planeta (hasta junio del 2023) con un incremento en la intensidad y fatalidad de los eventos de 14 y 28% respectivamente. El conflicto mayor sin duda, es el de Ucrania, que no inicia, pero se intensifica a raíz de la invasión rusa a ese país en febrero de 2022. Sin embargo, hay muchos otros conflictos importantes identificados por la encuesta.
La ACS también señala una serie de tendencias preocupantes en el ámbito de los conflictos armados. En particular, la encuesta destaca el aumento de la frecuencia y la intensidad de los conflictos en donde intervienen actores no-estatales armados, así como el impacto creciente de la tecnología en los conflictos.
Tres, diría yo son, entonces los temas a destacar:
El primero es la magnitud e intensidad de la guerra en Ucrania, lo que nos habla de la escala a la que puede llegar una guerra entre estados cuando se le compara con otro tipo de conflictos. El segundo es la creciente tendencia (que no se detuvo con el conflicto en Ucrania) respecto al involucramiento de actores no-estatales en la mayor parte de conflictos activos en el planeta. El tercero tiene que ver con la internacionalización de esos conflictos, y su intratabilidad. Los comento:
Primer tema: sí es necesario comprender que la escala de una guerra como la que tiene lugar en Ucrania se encuentra en otra dimensión. Por ejemplo, solo en términos de despliegue militar por parte de alguna potencia mayor, el IISS identifica 175 mil tropas con esas características desplegadas en Rusia-Ucrania, frente a 8,135 en Siria o 7,607 en Irak. Si contrastamos el monto de muertes o personas heridas sucede algo similar. The Economist estima que Rusia está perdiendo (entre muertos y heridos) a 900 soldados diariamente únicamente por una batalla, la de Avdivka. Una sola. El ejército ucraniano usualmente no publica sus números, pero su cantidad de bajas es similar o superior. Así que, incluso considerando el elevadísimo monto de víctimas por otros conflictos que no son entre estados o que no involucran a una potencia mayor, las cifras siguen sin ser comparables a las de una guerra de casi dos años como la de Ucrania. Por supuesto, cualquier víctima, y especialmente si se trata de víctimas civiles, es demasiado, pero la magnitud de una guerra tan intensa y prolongada como la de Ucrania coloca a ese conflicto en una escala distinta.
Segundo factor: si por un instante nos movemos de los parámetros tradicionales de análisis y entendemos que buena parte de los conflictos que hoy asedian al planeta involucran a actores no-estatales de carácter violento, los diagnósticos, y por tanto las potenciales vías de salida, se transforman radicalmente.
Considere usted el caso de Siria. Entre 2013 y 2015, se llevó a cabo una serie de conferencias internacionales de paz para ese país auspiciadas por la ONU. Hubo discursos, mesas de negociación, e intentos para mediar entre el gobierno de Assad y la oposición. Sin embargo, había varios ausentes, muchos de los cuales son actores no-estatales enormemente violentos, como, por supuesto, ISIS, un grupo militante extremista y sanguinario que claramente no respondería a canales tradicionales de mediación de conflictos. Ese solo grupo llego a dominar espacios territoriales que atraviesan las fronteras de los estados a quienes combatía, además de controlar recursos cruciales como petróleo. Con esas ausencias, cualquier negociación internacional no podía ser sino parcial.
Lo que pasa es que, en 2023, ISIS sigue viva (incluso en Siria). La naturaleza de sus operaciones es muy distinta a lo que observábamos en los años señalados, pero su penetración ideológica entre grupos insurgentes y extremistas desde África hasta Afganistán sigue siendo enorme.
Es decir, los actores no-estatales de carácter violento no son actores nuevos, pero su proliferación y la intensificación de sus actividades en las últimas décadas es notable. En países como el nuestro tenemos, por ejemplo, a las organizaciones criminales, algunas con vastas conexiones y operaciones transnacionales. En África o Asia encontramos grupos militantes, algunos de los cuales tienen metas de insurgencia local; otros persiguen objetivos regionales o globales. El espectro es muy amplio. Hace unos años se publicó una investigación que exhibe el modo en el que los contratistas privados estadounidenses en Irak, a quienes se atribuye matanzas de civiles en ese país, amenazaron de muerte en 2007 a funcionarios del Departamento de Estado de la máxima potencia del planeta. La dramática historia del grupo ruso de contratistas militares privados Wagner es otro caso que se incluye entre los que menciono.
Tercer factor, la internacionalización: Considere que hoy en día, en sitios como el Sahel, encontramos conflictos muy complejos que incluyen a actores militares que han tomado el poder por la fuerza en golpes de Estado, luchando contra una combinación de grupos insurgentes, grupos extremistas y terroristas, pero que son respaldados por Rusia en un contexto de confrontación entre las potencias y en el que Francia y la ONU se han tenido que ir retirando. Para respaldarlos, Moscú despliega desde hace años al Grupo Wagner. Rusia hace eso en muchos otros sitios como Siria o como la propia Ucrania. Sin embargo, para añadir complejidad al mapa, ese actor no-estatal, Wagner, protagoniza el verano pasado, una insurrección contra Moscú, antes de negociar el fin del drama que no culmina hasta que misteriosamente el avión de su líder. Prigozhin, se desploma.
Por tanto, y como se puede observar, si bien las motivaciones y estrategias de esos actores no-estatales varían enormemente—y por tanto es necesario estudiarlos caso por caso— parece haber una serie de condiciones internas e internacionales que facilitan su operación. En lo global, podemos hablar, entre otros factores, de un mercado de armas cada vez más accesible a bajo costo, junto con la tecnología para transportar esas armas de formas más simples, las facilidades para implementar redes de lavado de dinero, los avances en tecnologías de comunicación, la transnacionalización de las redes de crimen organizado, así como las oportunidades que ofrece la competencia entre potencias regionales y globales por espacios de influencia y poder.
En lo interno, estos actores encuentran mejores entornos para operar y crecer dentro de estados que en lo general son incapaces de garantizar necesidades humanas básicas. Estas normalmente incluyen condiciones económicas deficientes, sobre todo con marcados niveles de desigualdad, además de instituciones corruptas, débiles o ineficaces para proteger el estado de derecho y garantizar el monopolio del uso de la fuerza legítima (ver Mulaj, 2010).
El gran problema es que las propuestas de construcción de paz para los sitios en donde este tipo de actores opera, escapan notablemente a esquemas tradicionales como el desarme, la mediación, o la intervención de organismos internacionales. La realidad es que si miramos las condiciones que favorecen la proliferación de estos actores, las respuestas se encuentran menos en su contención y mucho más en atender la debilidad estructural de los países o regiones en cuestión, un tema de muy largo plazo y nada simple de afrontar.
Esas condiciones, muy presentes desde hace tiempo, están hoy coexistiendo con guerras entre Estados-Nación que reemergen acompañadas de una especie de “despertar” del sueño en que parecía que los enfrentamientos armados entre dichos estados se habían reducido casi al grado de la inexistencia, y, por tanto, también acompañadas de la creciente convicción de que solo al armamentismo y los despliegues militares podrán garantizar la seguridad nacional. Eso es apenas una parte de lo que muestra el estudio del IISS del 2023. La reflexión, sin embargo, tiene que ir no hacia lo deprimente del panorama, sino hacia la necesidad de usar esa información para pensar en realidades alternativas.
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