No se fue en otro momento, sino ahora, quien fuera el último líder de la Unión Soviética, el impulsor del cambio, de la apertura, y también el detonante de fuerzas que se salieron de su control. Precisamente a seis meses de la intervención rusa en Ucrania. Como si el destino quisiera que, específicamente en estos instantes, traigamos de vuelta toda esa serie de temas a la discusión. Y vaya que lo está consiguiendo. Es en este mismo segundo que se siente, como nunca, el impacto de aquellas reformas y el de sus repercusiones, tanto por parte de las fuerzas que empujan, como por parte de las fuerzas que jalan en direcciones opuestas. Hay por supuesto, distintas narrativas que compiten en torno a su vida y su gestión. Pero más allá de ello, lo importante es comprender cómo es que el Gorbachov de 1985 sigue viviendo en su muerte del 2022, porque las decisiones tomadas entonces siguen afectando los hechos de este mismo año, de este mismo mes y de esta misma semana, en un continuo que lo conecta todo.
Siempre hay circunstancias históricas, contextos, y factores estructurales que impulsan y que frecuentemente determinan o influyen sobre los eventos que vivimos y los pasos que se toman. Pero también hay individuos, personas—diferentes unas de otras—que, con sus voluntades, sus elecciones, sus acciones y su disposición a asumir las consecuencias de sus actos, mueven esos eventos en determinada dirección. Si se revisa textos como Los primeros sucesores de Stalin, de Seweryn Bialer, se puede apreciar cómo, desde temas como la energía o factores sociales, económicos y políticos, hasta un enorme cambio generacional, ahí estaban presentes todos esos aspectos estructurales que podían predecir alguna especie de transformación o fuertes movimientos en la URSS. Bialer escribe ese libro en 1980, cinco años antes de que Gorbachov tomase el poder. Pero fue justo ese líder, y no otro, quien tomó decisiones concretas que activaron una serie de eventos, los cuales, como si hubiesen cobrado su propia vida, se salen de su control y terminan adoptando rumbos hacia donde, muy probablemente, Gorbachov no pensaba se iban a dirigir. Me refiero, por ejemplo, al colapso del bloque socialista y posteriormente, al de la Unión Soviética, en tan solo unos pocos meses.
Ahora bien, desde Occidente (y también dentro de ciertos sectores de la propia Rusia) se teje una narrativa que se mantiene muy viva en la actualidad, relacionada con lo positivo de esta serie de decisiones. El modelo soviético estaba agotado, se dice, la apertura era necesaria, los cambios democráticos tenían que llegar para quedarse, y fue gracias a la valentía de un hombre, “un milagro”, como lo llamaba el diplomático estadounidense Kennan, que el mundo salió de la trampa bipolar y nuclear en la que se encontraba enmarañado.
Una narrativa muy distinta, tejida desde otros sectores en Rusia (y también fuera de Rusia), cuenta una historia de decisiones apresuradas, mal calculadas, que terminaron por derrumbarlo todo. Es debido a ello que ocurrió la “mayor catástrofe geopolítica del siglo”, en palabras de Putin. Una verdadera tragedia para millones de rusos que se quedaron viviendo en “nuevos” países y que fueron abandonados por la Madre Patria. Un Occidente arrogante y envalentonado, sigue indicando ese relato, que se sintió con la fuerza suficiente como para ignorar a Rusia en las medidas que adoptaba—desde bombardear Belgrado hasta expandir a la OTAN, violando los compromisos que Washington había adquirido con el propio Gorbachov—y que, desde entonces y hasta este mismo instante, buscó sacar provecho de la debilidad percibida de Moscú para bloquear su crecimiento, su desarrollo, y que quiso dejarla fuera de las mesas de discusión. Esta serie de componentes se encuentra presente de manera muy clara en los discursos del presidente ruso (y de muchas personas que le han acompañado o han influido en su pensamiento) a lo largo de todos estos años, en las entrevistas que ha dado, en los textos que ha escrito, e incluso en las razones que motivan y, para él, justifican la intervención rusa en Ucrania este mismo 2022. En esta narrativa, Gorbachov es responsable de buena parte de estos males que es necesario revertir.
No obstante, más allá de esas narrativas que menciono (y muchas otras narrativas que se ubican en zonas intermedias), la historia es frecuentemente más compleja. Las decisiones se toman por personas que son responsables, como Gorbachov, pero también, como dijimos, son producto de contextos, y son acompañadas por múltiples actores que inciden, que empujan y que, por tanto, también comparten esas responsabilidades.
Pero independientemente de qué color se quiera pintar el cuadro, lo que es innegable es que las circunstancias globales cambiaron durante la era de Gorbachov, y que hoy, justo cuando muere, están volviendo a cambiar. Vamos, podríamos decir que todo está cambiando todo el tiempo. Pero hay momentos concretos en que las transformaciones son más veloces y evidentes; el período de 1985 a 1991 es uno de esos momentos. También el de 2014 al 2022.
El final de la Guerra Fría trajo consigo una disminución en las tensiones entre las superpotencias, un impulso al liberalismo político y al liberalismo económico, el paso de la bipolaridad a una década unipolar (dominada por EU) y, posteriormente, el retorno a un sistema multipolar, pero en el que los estados coexisten con actores intergubernamentales y con actores no-estatales, unos pacíficos, pero otros muy violentos, los cuales han emergido con fuerza, protagonistas muchos de estos últimos en la mayor parte de conflictos armados que siguen aquejando al planeta.
Algunas personas pensarán que estos cambios fueron positivos, otras personas pensarán que no lo son. Lo relevante está, sin embargo, en que, a lo largo de estas décadas, ha habido reacciones de actores diversos que han buscado revertir varias de las transformaciones arriba señaladas.
Al margen de los objetivos específicos de Moscú al invadir Ucrania, y, de hecho, desde antes de esa intervención (aunque catalizados por ésta), se están reactivando elementos que se habían desactivado justamente en tiempos de Gorbachov y en los años que le sucedieron. La revivida carrera nuclear (con el desmantelamiento, poco a poco, de varios de los acuerdos de control de armas), el armamentismo, el gasto y los despliegues militares, son síntomas de la desconfianza en las instituciones multilaterales y en los arreglos internacionales para garantizar la seguridad de los países. En cambio, pareciera que solo la exhibición de la fuerza y de la disposición a emplear esa fuerza, podrán disuadir a los enemigos de actuar en nuestra contra. No es que esa forma de pensar hubiese desaparecido por las transformaciones detonadas por Gorbachov, pero su presencia había disminuido considerablemente, sustituida por la convicción de que el liberalismo (libre comercio, interdependencia y apertura capitalista en lo económico, la democracia en lo político, y las instituciones multilaterales en lo internacional) podría hacerse cargo de una mejor y más segura convivencia entre los países. Ahora, por el contrario, corre el sentimiento de que “hemos perdido la inocencia”, tenemos que pagar los costos por habernos confiado en aquel “idealismo”, y tenemos que retornar a líneas mucho más duras de pensar y de actuar en lo global.
Lo interesante es que Gorbachov se marcha en medio de este debate y que, al hacerlo, nos obliga a discutir acerca de la relevancia, la pertinencia, el acierto o desacierto de las decisiones que tomó en esos seis años en que gobernó a su país. Sobre todo, nos llama a evaluar los impactos de una historia que nunca para y que conecta de manera a veces dramáticas, cada uno de los pasos que dio, con el presente que nos toca vivir.