Además de la disputa entre Arabia Saudita y Rusia sobre el precio del petróleo y otros asuntos internacionales que hemos estado comentando en este espacio, el estar revisando al mismo tiempo distintos sitios en el mundo, ahora prácticamente todo afectado en mayor o menor grado por la pandemia del coronavirus, arroja algunos factores que vale la pena observar, y sobre los que no haríamos mal en reflexionar. Comparto solo algunos apuntes al respecto:
1. La ONU y, particularmente la Organización Mundial de la Salud (OMS) que pertenece al sistema de Naciones Unidas, han estado recibiendo críticas de todo tipo de actores en diversos países . Principalmente, a raíz de lo que es percibido como una falta de liderazgo en estos difíciles momentos. Pero no se puede pretender que estas organizaciones internacionales—y, de hecho, todo el sistema de arreglos, instituciones y mecanismos multilaterales que hemos construido a lo largo de décadas—hagan milagros de liderazgo cuando llevan años bajo asedio por parte de las potencias. Acuerdos abandonados o cancelados, presupuestos detenidos o disminuidos, lineamientos y normas desconocidas, son factores que ayudan al debilitamiento, no al fortalecimiento de esas instituciones a las que hoy se les demanda que jueguen un rol diferente. Y no pensemos solo en Trump. Hay muchas personas adentro de su país y afuera de éste que han contribuido a esas tendencias. Algunos lo han hecho activamente, otros pasivamente. La pandemia actual está reflejando la importancia de aprender la lección, y retomar un camino que nos ha costado mucho tiempo construir, y de una vez por todas, solidificar el sistema de instituciones y arreglos multilaterales para prevenir y si hace falta, intervenir en crisis globales que no pueden ser resueltas por países de manera aislada .
Sin embargo, no todo lo que se aprecia en el mundo tiene ese color. Hay notas interesantes en distintas latitudes.
2. En Medio Oriente, casi al borde de una crisis armada de proporciones mayores a inicios del año, estamos atestiguando una especie de tregua tácitamente acordada . Irán, el mayor foco de contagios de COVID-19 en la región se está viendo obligado a mirar hacia adentro. Palestinos e israelíes están colaborando para salvar vidas: “Profesionales de la salud palestinos han recibido capacitación en hospitales israelíes, laboratorios israelíes han analizado las pruebas de COVID-19 palestinas y médicos de ambos lados de la frontera están compartiendo datos”, escribe el Christian Science Monitor. Hasta ISIS ha pedido a sus militantes que no viajen a Europa y que por ahora se abstengan de cometer atentados. Como si hubiera tenido que llegar este mal para mostrar a todos que, en ciertos asuntos, no hay fronteras sino problemas y retos compartidos, y que a veces se necesita colaborar con quienes consideramos nuestros enemigos, como lo explica Adam Kahane.
3. Esto no significa que la región esté exenta de su propia dinámica. Hace pocos días, una de las milicias chiitas pro-iraníes en Irak lanzó varios misiles contra una base que aloja soldados de EEUU matando a dos, además de uno británico. Un incidente como ese el 27 de diciembre, es el que activó la espiral que casi llevó a Washington y a Teherán a un conflicto armado. Sin embargo, bajo la pandemia actual, el entorno es muy distinto al de apenas hace tres meses. Ni EEUU ni Irán están interesados en mostrar el músculo en este momento. Esto causó que la represalia de Washington en esta ocasión fuese mucho más limitada que en diciembre, cuando lanzó un ataque que terminó con la vida de 30 miembros de aquella milicia. Esta vez, el secretario de defensa Esper solo anunció la represalia sin indicar que hubiese bajas tras la misma. Ayer esa misma milicia volvió a atacar una base con presencia estadounidense, pero ya solo lanzó 2 misiles sin causar víctimas. Es decir, en el fondo, la conflictiva sigue ahí, pero las circunstancias actuales exhiben prioridades muy diferentes, lo que, aparentemente, resulta en un rápido desescalamiento de hostilidades cuando estas llegan a brotar .
4. Desde Israel, por cierto, llega un interesantísimo debate. Ante el temor de que los contagios se salgan de las manos, el Estado está imponiendo una vigilancia digital sin precedentes. Los teléfonos celulares de pacientes confirmados o sospechosos de COVID-19 estarán siendo monitoreados por los servicios de inteligencia y la policía. Esto en teoría, permite al gobierno controlar las cuarentenas obligatorias. Ya en China vimos una situación muy similar. Pero la diferencia es que, en un país como China, los desacuerdos con este tipo de políticas difícilmente salen a la luz y cuando lo hacen, son brutalmente reprimidos. En Israel, cuyo sistema democrático ya padece importantes cuestionamientos al interior de la sociedad, esta situación llega en un mal momento. Pero las preguntas no son simples de resolver: ¿Puede el Estado tomar ese tipo de medidas si lo que hay en juego son vidas humanas? ¿Será que privilegiar las libertades y los derechos de las personas es lo que permite que la fatalidad de este virus sea aún mayor y entonces, deberíamos sacrificar esas libertades y derechos en aras de salvar gente? ¿O será que, si hoy ponemos en riesgo esas libertades y derechos, podríamos haber dado vida a un monstruo del cual, pasada esta crisis, ya no podremos escapar?
5. En otro ámbito, la actividad en redes sociales nos ha mostrado lo vulnerables que somos en ciertos temas, dada la propagación de pánico, rumores, noticias falsas y teorías de la conspiración en toda clase de direcciones . Muy al inicio de esta pandemia, desde China—entonces el país más afectado y el único que presentaba víctimas mortales salvo uno o dos casos—e incluso desde fuera de China, surgía la teoría de que todo esto era una guerra biológica orquestada por Washington para atacar a su rival geopolítico en el momento más álgido de su enfrentamiento comercial y tecnológico. Poco después empezaron a emerger teorías en sentido opuesto pues ahora China estaba logrando controlar la propagación del virus y supuestamente se estaba “beneficiando” de los efectos en las bolsas y la crisis económica que se avecina en EEUU y en países aliados. Desde la extrema derecha surgían teorías de la responsabilidad de laboratorios “controlados por judíos” y desde la extrema izquierda llegaban las teorías de que todo es un invento para que los titanes de la comunicación hagan dinero. Como estas, hay decenas de teorías locales y globales que son compartidas a través de mensajes de texto y redes sociales. Esto, sin mencionar las guerras informativas y las noticias falsas que, según la evidencia de Harvard, se propagan mucho más rápido que las verdaderas, a lo que debemos añadir el terror que muchos sienten, de manera natural, cuando se enteran del crecimiento de una amenaza para la que no existe cura.
6. Sin embargo, las redes están también demostrando que pueden funcionar como plataformas para sacar lo mejor de nosotros, nuestra capacidad de dar, compartir y empatizar . Considere el caso de un esfuerzo de donaciones en línea organizado por el escritor Shea Serrano, mediante el que no solo ofreció dar su dinero de forma directa a personas que estaban en necesidad de pagar una deuda, y que iban a salir afectadas por la suspensión de labores a causa del virus, sino que consiguió que otras personas hicieran exactamente lo mismo desatando una cadena de donaciones. Las muestras de cariño, cercanía y compasión están surgiendo todos los días en distintos sitios del globo. Las redes sociales no solo nos permiten enterarnos de ellas, sino participar activamente en estos esfuerzos.
7. Vale además la pena mencionar un tema relacionado: el uso de la tecnología como herramienta profesional y personal para combatir el distanciamiento social . Así como frecuentemente denunciamos nuestra alta dependencia de aparatos y plataformas digitales—y consecuente vulnerabilidad por esa dependencia—en este punto surgen casos desde todas partes del globo acerca de cómo las plataformas digitales están sacando la casta y logran mitigar los efectos económicos, sociales y psicológicos del distanciamiento social al que tenemos que someternos. Desde clases virtuales hasta reuniones por Zoom, Skype, Google o Teams, los mensajes en todas las redes sociales, la transmisión de “en vivos”, los videos y fotografías, nos permiten conducir actividades profesionales y reconectar con personas que nos importan en tiempos en los que más se necesita derrotar al alejamiento obligatorio.
Hay mucho más que decir. Como indiqué en mi texto previo, estamos en un territorio vastamente desconocido, y eso nos produce miedo. El miedo contagiado masivamente se torna en pánico y, bajo ese entorno, el conflicto—entre personas, países, actores políticos, económicos y sociales—se vuelve pan de cada día. Pero al estudiar el panorama de forma más amplia, emerge también esa serie de otras historias que también deben ser contadas.