El problema no es tanto México, o Bolivia, o la polarización, o la guerra informativa y la posverdad, sino la mezcla de todo ese conjunto de factores a la vez. En efecto, estamos inmersos en un entorno que favorece dinámicas de polarización severa, los prejuicios y las espirales de odio; un sistema global en el que los nacionalismos se combinan con los populismos, los cuales a su vez se alimentan de la crisis de confianza en las instituciones y en los “narradores tradicionales de la verdad” (Brahms, 2019); circunstancias todas que, por supuesto, han ocurrido muchas veces en la historia, pero que hoy se manifiestan de manera mucho más veloz, amplia e intensa, hasta convertir, por ejemplo, la situación boliviana en una cuestión que se termina por entretejer con la realidad política mexicana.
Fue impactante atestiguar el desarrollo de los eventos del domingo pasado, no en Bolivia, sino en México. Ebrard no había anunciado nada aún acerca del asilo político para Evo Morales, cuando las opiniones en nuestro país al respecto de lo que allá ocurría, estaban ya firmemente asentadas. Antes de que terminara de fluir la información, las conclusiones, desde los distintos polos, habían sido ya extraídas. En redes sociales como Twitter, Facebook o en grupos de Whatsapp, se podía leer discusiones calientes, frecuentemente agresivas, en torno a varias cuestiones como la figura de Evo, su rol como mandatario en Bolivia, su desempeño político y económico, sus distintas reelecciones, su participación en el último proceso, las acusaciones sobre el fraude y el papel de la OEA en esa narrativa, el rol de las clases medias y altas en las últimas manifestaciones en Bolivia, el papel que jugaron los militares en la renuncia del presidente, las definiciones de lo que es y lo que no es un golpe de Estado, las afirmaciones sobre una presunta intervención de Washington y la CIA en todo el esquema, o hasta incluso la comparación entre Evo y Angela Merkel. Impresionante era observar las discusiones, asistidas por el flujo de notas, datos, textos de análisis y tuits compartidos para respaldar la opinión del usuario en cuestión, solo para inmediatamente recibir, cual balazos en represalia, otros textos, análisis o tuits que respaldaban la opinión rival. Todo esto, repito, siendo discutido en México bastante tiempo antes de que el gobierno anunciara la decisión de otorgar el asilo a Evo. Sobra decir que cuanto este anuncio tuvo lugar, las trincheras estaban ya excavadas y el fuego cruzado solo se intensificó.
Esto—que quizás parecería normal en un entorno de deliberación democrática—necesita ser analizado dentro de un contexto mayor. A partir de un libro apenas publicado, editado por Thomas Carothers y Andrew O’Donohue ( Democracies Divided) , el cual analiza casos actuales de polarización en muy diversos países, además de otros ensayos como el de Yael Brahms acerca de la Posverdad, intento resumir algunos elementos que, me parece, se han estado retratando estos días en nuestro país.
Un primer factor que caracteriza el momento actual tiene que ver no solamente con el tamaño de la masa informativa a la que estamos sujetos, sino con la amplitud, intensidad y la velocidad a la que ésta viaja. Vivimos, o al menos sentimos que “vivimos” los eventos de manera instantánea gracias a la o las narrativas con las que tenemos contacto. La cuestión es que las noticias falsas, de acuerdo con investigación de Harvard, se esparcen más rápida y mucho más ampliamente que las verdaderas. Un tuit falso, por ejemplo, tiene 70% más probabilidades de ser retuiteado que uno verdadero y una noticia falsa llega 100 veces más lejos que las verdaderas. Combinemos esto con el hecho de que en diversas partes del globo se están experimentando guerras informativas, muchas veces auspiciadas por actores políticos locales o internacionales, quienes, mediante cuentas, notas, imágenes y videos falsos o especialmente preparados para tal objetivo, buscan inducir temas, conversaciones y opiniones, a fin de ejercer influencia y así avanzar sus agendas y posiciones. Asumir entonces que esos intercambios de textos, información y análisis se basan en “verdades” es, cuando menos, cuestionable. Y a veces, lo único que nos salva de esos torrentes informativos, es mucha paciencia y minuciosidad para revisar y contrastar antes de compartir, atributos que no siempre tenemos. Es decir, la discusión pública siempre ha existido, al igual que las noticias falsas y las guerras informativas. Sin embargo, la intensidad, la velocidad y la amplitud con la que hoy estos factores se presentan y se esparcen, no tiene precedentes.
Segundo, vivimos en un entorno de alta desconfianza de las sociedades en las instituciones, en la democracia y en los medios de comunicación tradicionales. El Barómetro de Confianza Edelman, detecta que en 75% de los países del globo los gobiernos son percibidos como incompetentes y corruptos mientras que en el 82% de los países hay una enorme desconfianza hacia los medios de comunicación tradicionales. Brahms indica que esa disminución de la confianza en las instituciones y en los "narradores de la verdad" está contribuyendo a un proceso de toma de decisiones menos influenciado por el análisis profesional basado en hechos, que por los “sentimientos, creencias, opiniones y mentiras”. Lee McIntyre argumenta que lo trascendente acerca del fenómeno de la posverdad en la actualidad no es la negación de la existencia de la verdad y los hechos, sino la subyugación de los hechos a las preconcepciones personales y a las perspectivas subjetivas. Dennett lo pone así: “el peligro real es haber perdido el respeto por la verdad, los hechos y el deseo de comprender el mundo sobre la base de esos hechos”.
Tercero, estamos inmersos en contextos de polarización severa, no solo en México, sino en varias partes del mundo. El análisis de casos de diferentes países refleja que estos procesos de polarización parecen estar marcados no tanto por “diferencias de opinión”, como por una división enraizada en identidades (Carothers y O’Donohue, 2019). El “nosotros” contra “ellos”. Una especie de “No estoy en contra de ti por lo que piensas, sino por quién eres y por lo que soy”. El pensamiento "tribal" entre grupos rivales, dicen los autores, conduce a la incapacidad de procesar puntos de vista diferentes y aceptar datos contrarios. En ese sentido, se fortalecen los prejuicios y el pensamiento categórico (la categorización de individuos identificados bajo etiquetas que ordenan nuestra forma de pensar: “los gringos”, “los judíos”, “los negros”, “los musulmanes”, “los extranjeros”, “los izquierdistas”, “los conservadores”, “los chairos”, “los fifís”), lo que favorece procesos de ira, odio, discriminación y en última instancia violencia directa. “Los niveles de polarización afectiva —la medida en que las personas de un lado de la división partidista disgustan a las personas del otro— se han vuelto tales que los ciudadanos a menudo sienten que no pueden coexistir pacíficamente con personas leales al lado opuesto” (Carothers y O’Donohue, 2019).
La combinación de los elementos anteriores hace, entonces, que un asunto que ocurre en un país como Bolivia, tenga un aterrizaje accidentado en México, hasta el punto en que se inserta dentro de la propia dinámica política que acá se vive. Antes y después de la decisión de otorgar asilo a Evo, pareciera que el pensamiento categórico se impone por encima del pensamiento complejo. Estás con Evo o estás contra Evo, lo que frecuentemente parece traducirse en estar a favor o en contra de la 4T. Para unos, hubo un golpe de Estado clarísimo. Para otros, el hablar de golpe de Estado está fuera de cualquier discusión. Para unos, el asilo político a un “dictador” y “fraudulento” personaje no debería siquiera considerarse. Para otros, el asilo obedece a la tradición de política exterior mexicana y es puramente humanitario. No hay grises. No parece haber la posibilidad de que haya múltiples vectores entretejidos. pedazos de verdad mezclados entre las distintas versiones de una historia que presenta a un Evo lleno de claroscuros, inmerso en una sociedad compleja, con aciertos encomiables, pero también con errores y omisiones graves. Una historia de 14 años que tiene signos de anormalidad democrática desde varias de sus distintas fases hasta la última contienda electoral, pero que también se sella con la anormalidad de la intervención del ejército, sin la que es imposible entender la renuncia del presidente. Una historia en la que la muy digna tradición mexicana de asilar prominentes figuras a lo largo de décadas, se suma a la nada inocente agenda política interna y externa del actual gobierno.
Estas zonas crepusculares, de las que invariablemente está constituida la historia de la humanidad son difíciles de dilucidar en entornos polarizados como los que describo, y es justo ahí cuando la forma como desde acá leemos el relato boliviano termina por hablarnos menos de lo que allá ocurre, y mucho más acerca de nosotros mismos.
Analista internacional
Twitter: @maurimm