“La Ruta Trump para la Paz y la Prosperidad Internacional”. Difícilmente el presidente estadounidense podría haber encontrado una forma más clara de sellar su nombre y su papel en este asunto. Y sí, hay temas en los que Trump está logrando avances, no solo en lo comercial, sino también en lo geopolítico y como promotor de acuerdos de cese al fuego o de estabilidad. Quizá en muchos de esos casos sea demasiado pronto para hablar de una paz duradera; incluso en situaciones como India-Pakistán o Tailandia-Camboya, los altos al fuego gestionados por la actual Casa Blanca siguen siendo frágiles. Sin embargo, no podemos ignorar ciertos eventos recientes, como lo pactado hace unos días en Washington entre Armenia y Azerbaiyán. Trump logró que ambos países firmaran una declaración conjunta de intención de paz, que incluye la resolución de la ruta ferroviaria operada por EU y que conecta Azerbaiyán con su enclave en Nakhchivan y Turquía, evitando pasar por Irán y Rusia. Este acuerdo es relevante no solo por la gestión de un pacto que, si se cuidan los aspectos más delicados, podría generar un nivel de estabilidad que no se veía en la región desde hace tiempo, sino también porque coloca a Washington como “hacedor de paz” en una zona tradicionalmente bajo influencia rusa, al tiempo que vulnera los intereses de Irán. Unas notas al respecto:

¿De dónde venimos y por qué este tema es tan importante?

1. Nagorno-Karabaj (Artsaj, para los armenios) es un enclave de mayoría armenia, aunque reconocido internacionalmente como parte de Azerbaiyán. La disputa por este territorio comenzó con fuerza en 1988, se intensificó tras la caída de la URSS y desembocó en una guerra entre 1991 y 1994 que dejó entre 25 y 30 mil muertos, colocando a la región —junto con distritos circundantes— bajo control armenio, sin que se reconociera internacionalmente.

2. Desde la tregua de 1994, el conflicto nunca se resolvió de manera definitiva. Se registraron escaladas como la “guerra de los cuatro días” en 2016 y múltiples choques fronterizos, mientras Armenia y Azerbaiyán continuaban rearmándose y buscando alianzas. La rivalidad se vio impulsada tanto por factores internos —como protestas, crisis económicas y nacionalismo— como por factores externos, incluyendo el interés geoestratégico en el Cáucaso y las disputas entre potencias.

3. El conflicto estalla de manera abierta nuevamente con una guerra entre ambos países en septiembre de 2020. En ese choque que duró 44 días, las posiciones y respaldos se hicieron evidentes.

4. Para comprenderlo, es necesario considerar que el Cáucaso es una región rica en recursos energéticos, como petróleo y gas, rodeada de potencias que compiten constantemente por influencia en la zona. Muchos de los países involucrados indirectamente en esta nueva guerra ya protagonizaban otros conflictos en distintas regiones. Así, para 2020, la guerra entre Armenia y Azerbaiyán se convirtió en un escenario adicional para dirimir sus luchas de poder.

5. Las alianzas regionales, sin embargo, son complejas y no pueden interpretarse de manera simplista. Armenia forma parte de una alianza militar liderada por Moscú, lo que hacía que Rusia fuera percibida como un pilar de respaldo. En el país, Rusia mantiene una base militar, pero su interés iba mucho más allá de apoyar a un solo bando. El Kremlin buscaba proyectarse como mediador, consolidar su poder en un espacio que considera su zona inmediata de seguridad y, al mismo tiempo, ocupar los vacíos que Washington había dejado en la región.

6. Por su parte, Turquía —país con una larga rivalidad histórica con Armenia— se convirtió en el principal aliado de Azerbaiyán y, en buena medida, en uno de los factores que dieron a Bakú la confianza para intentar recuperar este territorio que consideraba naturalmente suyo. Además de brindar apoyo político incondicional a Aliyev, hubo reportes de que Turquía trasladó a miles de combatientes sirios a la zona para luchar a favor de Azerbaiyán. Aunque tanto Bakú como Ankara han negado estas versiones, la estrategia sería similar a la que Erdogan implementó en Libia para respaldar a uno de los bandos en aquella guerra civil. Armenia acusó también a Turquía de haber derribado uno de sus aviones de combate, acusación que Ankara calificó nuevamente como absurda.

7. Todos estos factores convirtieron al conflicto armenio-azerí en un enfrentamiento que trascendía lo interno y que, de hecho, era alimentado por rivalidades externas. Las tensiones entre Turquía y Moscú, o entre Turquía y París, se trasladaban al Cáucaso, y en lugar de contribuir a una solución, intensificaban las hostilidades.

8. Así, ante el estancamiento de las negociaciones y la persistencia de este conflicto como un asunto sin resolver, surgió un incentivo adicional, especialmente para Azerbaiyán, que buscaba recuperar la totalidad de su territorio: demostrar hacia el exterior que la disputa y sus aspiraciones seguían vigentes, y que la falta de solución solo agravaba la situación. Si a eso se sumaba el respaldo de Erdogan en un momento marcado por su política de aventuras turcas, los incentivos para actuar se multiplicaban.

9. Sin embargo, como dije, las alianzas y los respaldos son complejos. Acá otro ejemplo: debido a su rivalidad con Irán, Azerbaiyán ha sido percibida por Israel y Estados Unidos durante años como una línea de contención contra Teherán. Esto le permitió acceder a armamento israelí de alta tecnología, que empleó en el conflicto contra Armenia, provocando que Ereván incluso retirara a su embajador en Tel Aviv. Al final, Turquía e Israel —dos países enfrentados regionalmente— parecían operar del mismo lado en el Cáucaso. Además, Azerbaiyán se ha convertido en una ruta alternativa para el gas que Europa consume, por lo que no todos los países del continente, pese a sus diferencias con Turquía, estaban dispuestos a tomar partido.

10. Al final, no solo Azerbaiyán logró derrotar a Armenia en la guerra de 2020, sino que, en septiembre de 2023, completó la expulsión de Armenia de Nagorno-Karabaj tras una ofensiva relámpago que forzó la rendición de las fuerzas de ese país y provocó el éxodo masivo de más de 100,000 armenios étnicos del enclave.

11. Sin embargo, en ninguno de los dos casos —2020 y 2023— el conflicto terminó con un tratado de paz formal; se resolvió mediante altos al fuego mediados por Rusia: el primero en noviembre de 2020 y el segundo en septiembre de 2023. Este último acuerdo desarmó al ejército de Artsaj (Nagorno-Karabaj) y marcó la disolución de facto de su administración autónoma, sin lograr una reconciliación plena ni acuerdos de fondo.

Esto pone de relieve el papel que Rusia desempeñaba y, al mismo tiempo, la relevancia de la irrupción de Trump en la escena dos años después.

La relevancia del actual pacto gestionado por Trump

1. Como sabemos, entre 2020, 2023 y 2025 han ocurrido muchos eventos, y el contexto requiere ser comprendido. La realidad es que Rusia lleva años descuidando esa porción de su esfera de influencia debido a sus prioridades en la guerra contra Ucrania. Irán, por su parte, atraviesa un periodo de alta debilidad tras su guerra con Israel y los bombardeos estadounidenses a sus instalaciones nucleares, sin mencionar los reveses sufridos por parte de su eje de alianzas en el último año. Por ello, la gestión estadounidense puede interpretarse como un aprovechamiento eficaz de la oportunidad que surgió en la región a raíz de estos vacíos.

2. Dicho esto, el pacto sellado recientemente por Trump fortalece a Azerbaiyán, que asegura el tránsito por un corredor geográfico que conecta su territorio principal con un enclave dentro de Armenia, pero sin controles armenios. Esto refuerza su posición como enlace estratégico entre Europa, el Caspio y Asia Central. Al mismo tiempo, Armenia obtiene la apertura de fronteras con Turquía y la reactivación de su conexión ferroviaria con Rusia.

3. Pero, además, Trump gana de múltiples formas. Primero, porque se proyecta como el “hacedor de paz”, tal como ha prometido en varias ocasiones. Segundo, porque—muy a su estilo—consigue asociar su nombre al corredor ferroviario mencionado: la "Trump Route for International Peace and Prosperity", abreviada como TRIPP, es decir, la Ruta Trump para la Paz y Prosperidad Internacional. Tercero, porque ese proyecto será operado por Estados Unidos, lo que no solo generará beneficios económicos, sino que también incentiva a Washington a garantizar la estabilidad en la región. Y cuarto, porque al hacerlo, reorganiza todas las piezas de la ecuación geopolítica que describimos anteriormente.

4. En este escenario, Irán y Rusia resultan perdedores: Teherán ve a Estados Unidos establecerse junto a su frontera, y Moscú pierde influencia en el Cáucaso, reduciéndose la dependencia de Armenia respecto a su protección.

5. Así, aunque no se trate de un tratado de paz definitivo, el pacto le otorga a Trump un triunfo diplomático tangible, combinando intereses geoestratégicos y comerciales que posicionan a Estados Unidos como actor central en la región.

Nada mal en tiempos en los que ese presidente necesita consolidar victorias.

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