En ambos países hubo segundas vueltas electorales. En Colombia, elecciones presidenciales; en Francia, legislativas (las presidenciales tuvieron lugar hace algunas semanas). Independientemente de los resultados de esas elecciones, sin embargo, el panorama estaba planteado desde mucho antes de las segundas vueltas: en ambos casos, el crecimiento de figuras y partidos antisistema fue notable desde meses atrás. En Francia, las elecciones para la Asamblea Nacional vieron el crecimiento de la extrema izquierda, y notablemente, los mejores resultados legislativos para la extrema derecha en décadas. En Colombia, por primera vez gana un candidato de izquierda, Petro, pero ya desde la primera vuelta se pudo apreciar cómo las candidaturas más asociadas al sistema habían fracasado. Hay, al respecto, excelentes análisis que están siendo escritos desde lo local. La intención del texto de hoy es rescatar algunos elementos que parecieran comunes a esos dos casos, pero que también se están manifestando de una u otra manera en distintas partes del globo.
Consideremos el caso de Francia en donde la coalición de Macron gana, en efecto, el primer lugar en las legislativas, pero pierde 100 de los escaños que tenía. En 2018 hubo una ola de protestas populares por un impuesto “verde” a las gasolinas, pensado originalmente para desincentivar el uso de combustibles fósiles en tiempos en los que urge acción para atender el gravísimo problema del calentamiento global. Sin embargo, para aquellos trabajadores franceses quienes todos los días llevan a cabo largos viajes en automóvil, quienes estaban ya golpeados por una economía cada vez más hostil, quienes resentían el incremento de la brecha de desigualdad de la última década y quienes continuamente pasaban aprietos para cubrir sus gastos mínimos, el calentamiento global no era un tema prioritario. Mucho más importante era cómo llegar al final de la quincena. Por tanto, para ellos, el impuesto “verde” a la gasolina no era otra cosa que un golpe adicional perpetrado por una clase política que les tiene absolutamente olvidados y abandonados. Macron, decían, es el “presidente de los ricos”. Un mandatario que se pasea por el mundo ofreciendo soluciones a conflictos ajenos y lejanos, defendiendo en los foros internacionales su mirada global ante los “populistas”, los “nacionalistas” y “anti-europeístas”, y liderando la lucha ecológica, pero a quien no parece importar la clase trabajadora de su propio país. Para dichos trabajadores, la protesta callejera era la única forma de expresar esa frustración acumulada, mucho más allá de las medidas inmediatas que su gobierno, finalmente y bajo presión, decidió corregir. Para simbolizar su descontento, vestían los chalecos amarillos que los automovilistas franceses deben llevar en sus coches de manera obligatoria. Algunas de estas protestas derivaron en violencia, en saqueos y vandalismo. Pero lo interesante era que, a pesar de que la gran mayoría de la población francesa condenaba esas expresiones de violencia, ocho de cada diez encuestados en ese entonces, favorecían las causas de fondo de los manifestantes.
Ahí, en ese sector, se ubica una parte importante de quienes apoyaron a la coalición de Jean-Luc Mélenchon, segundo lugar en las elecciones legislativas de Francia.
En algunos de los casos de los que hablamos, entonces, se puede apreciar bajos niveles de crecimiento económico y problemas financieros que fuerzan a las autoridades a impulsar medidas de austeridad, alzas de impuestos o la elevación en los precios de servicios básicos, pero eso varía de caso a caso. En Colombia, en donde también ha habido protestas masivas en los últimos años, vamos a ver que esto es justo lo que ocurrió a raíz de las afectaciones por la pandemia y un intento del gobierno por recuperar parte de sus finanzas a través de la reforma tributaria. Pero lo que parece común en varios de los países señalados es el crecimiento de la desigualdad, no solo medida por la desigualdad de ingreso, sino la desigualdad en cuanto a acceso a oportunidades, la brecha entre sectores privilegiados y la ciudadanía común. Esto no está desligado de la prevalencia de un sistema global en el que temas como la tecnologización, la relocalización laboral para abastecer cadenas de producción transnacionales, o bien, las crisis financieras o crisis globales como la que se vive ahora mismo, son situaciones con impactos sistémicos que se terminan traduciendo en lo local. En pocas palabras: clases medias que han crecido en muchos países pero que hoy se encuentran empobrecidas o económicamente asfixiadas y son altamente sensibles ante medidas de austeridad, incrementos de precios o nuevos impuestos.
El punto es que cuando miramos fenómenos sociales como este repetirse cada vez con mayor frecuencia en países muy distintos, fenómenos que se manifiestan a veces en la calle, pero otras veces en las urnas mediante el respaldo a liderazgos no tradicionales, a movimientos populistas de derecha o izquierda (o combinaciones entre ambas), es quizás hora de entender que, además de los muchos componentes locales y particulares a cada caso, algo está ocurriendo de manera sistémica. Comparto algunos elementos que se han estado abordando en distintos análisis, algunos ya mencionados en otros de mis textos, intentando conectar hilos desde vertientes distintas, pero íntimamente relacionadas.
Primero, la vertiente económica.
No se necesita conocer demasiado para detectar que, a medida que la crisis del 2008 fue golpeando el empleo y el bienestar de las clases medias en países como España, Italia o Grecia, el sentimiento anti-europeísta fue aumentando y con ello, el respaldo a movimientos que proponen la salida de sus países de la Unión Europea. En el caso francés es notable el aumento de la desigualdad a partir justamente de ese año crítico, lo que implica que no todos los sectores sociales terminaron igual de perjudicados por la misma. Pero hay que ir más allá puesto que el tema no se limita a Europa. Desde la desocupación juvenil en el mundo árabe—que, junto con otros factores, en 2011 provoca una ola de manifestaciones y revueltas en 18 países de la región—hasta el desencanto de los trabajadores en estados como Ohio o Michigan, experimentamos una crisis honda y de largo plazo en el sistema capitalista global. Un sistema que ha sido incapaz de incluir a determinados sectores golpeados por la segmentación transnacional de los procesos productivos —que ocasiona que las fases de producción se trasladen de país a país, a conveniencia—o afectados por los avances tecnológicos que reducen la necesidad de mano de obra (Mead, 2016). Esto no explica la totalidad del aumento del respaldo hacia movimientos antisistema, pero sí una parte, sobre todo si consideramos la capacidad de determinados líderes para canalizar el descontento que las circunstancias económicas generan y elaborar un discurso convincente de mensajes y respuestas para resolver ese abandono percibido por parte de ciertos estratos de la población.
Segundo, la desconfianza en instituciones y cómo estos fenómenos materiales son percibidos por la población.
Es decir, el creciente distanciamiento entre una ciudadanía que percibe a sus élites completamente alejadas de la realidad que viven. Los golpes por la austeridad o por las crisis económicas, en otras palabras, no son recibidos de manera equitativa. Adicionalmente, el sentimiento de que no existen canales políticos adecuados para procesar las demandas sociales y la desconfianza de las sociedades en las instituciones, o en la democracia no son temas exclusivamente locales. El reporte del Barómetro de Confianza Edelman (2021), detecta que los liderazgos en el mundo se encuentran en crisis; 73% de las personas de una muestra global desconfía de sus gobiernos, altamente percibidos como incompetentes y corruptos.
Las mediciones internacionales indican, además, que esta desconfianza se encuentra más marcada en las poblaciones jóvenes.
En el caso de la victoria de Petro, por ejemplo, es impresionante el impulso que su campaña tuvo desde el electorado más joven (y justamente fue esa juventud quien lideró las protestas del 2021). En una encuesta de este mes realizada por la firma Invamer, más del 68 por ciento de los votantes de 18 a 24 años y casi el 61 por ciento de los votantes de 25 a 34 años dijeron que planeaban votar por Petro.
A esto hay que añadir una creciente desconfianza en quienes Yael Brahms llama los “narradores tradicionales de la verdad”. Esto incluye, por ejemplo, a los medios de comunicación tradicionales, altamente percibidos como parte de esos sistemas corruptos e ineficaces (ver también el Barómetro de Confianza Edelman en sus últimas ediciones, en donde hasta 8 de cada 10 personas de una muestra global de decenas de países, reporta desconfiar de los medios de comunicación tradicionales). Así, por ejemplo, podemos ver la efectividad de candidaturas como la de Rodolfo Hernández (quien perdió contra Petro en la segunda vuelta, pero quien sorprendió con su segundo lugar en la primera), o la compañera de fórmula de Petro, Francia Márquez, en sus campañas a través de Tik Tok (y, por tanto, su eficacia con la generación que más accede a ese tipo de plataformas). En otros países podemos apreciar el eco que produce el discurso en contra de los medios tradicionales como lo utiliza Trump, solo por citar un caso.
También las élites académicas y científicas
forman parte de esos “narradores tradicionales de la verdad”. Es decir, parte de ese distanciamiento que se ha venido generando, incluye un desprestigio de las encuestas, o de la ciencia, y la tendencia a privilegiar no la “verdad”, sino lo que sentimos que es verdad. Esto imprime un sello definitivo al manejo de las emociones, que, por ejemplo, en países como Francia o Estados Unidos incluyen el miedo ante lo extranjero, o en otros países se puede manifestar en el enojo, el agravio, la humillación o, por supuesto, la frustración acumulada.
En fin, hay mucho más que decir. Por ahora hay que leer las lecciones. Más que etiquetar o categorizar, frecuentemente mirando con desdén, a las cada vez más amplias capas de las poblaciones que han optado por expresar su descontento en la calle, o bien, optan por elegir opciones políticas alternativas, a veces extremas, tanto de derecha como de izquierda, vale la pena intentar escuchar y reflexionar más a fondo acerca de la frustración social, el miedo, la desconfianza en nuestras instituciones y mecanismos tradicionales, acerca de la incapacidad de nuestros sistemas políticos y económicos para ofrecer respuestas ante una ciudadanía que se siente vulnerable y abandonada.
Twitter: @maurimm
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