Además de los seis meses del inicio de la guerra de Ucrania, este agosto se cumplió un año del repliegue de Estados Unidos y la OTAN de Afganistán, y de la recuperación del control de Kabul por parte de los talibanes. Y lo pongo así, en estos dos sentidos, ya que, cuando Biden planeó completar el retiro de sus tropas de ese país, no estaba considerando que, en tan solo 11 días, los talibanes iban a retomar cada pulgada de territorio que EU iba abandonando, e iban a derrumbar casi en instantes al gobierno del presidente Ghani. Por tanto, hablar de este tema a un año, supone mirarlo tanto desde el ángulo de Washington, el colapso de su estrategia de dos décadas y el reintento actual por replantear la narrativa, como desde el ángulo de Afganistán mismo, lo que ahí sucede, y las posibilidades que existen para lidiar pragmáticamente con la situación actual.
Desde Washington
1. Recordar que, en realidad, el repliegue militar estadounidense fue pactado por Trump. Leyendo correctamente a la opinión pública en EU, y como parte de su política de “America First”, es Trump quien negocia un acuerdo de cuatro partes con los talibanes afganos. Ello incluía un calendario para el retiro completo de tropas estadounidenses de ese país (que culminaría el 1 de mayo del 2021), un cese al fuego permanente—el cual en realidad solo aseguraba un compromiso de “reducir la violencia”—la liberación de presos y el inicio de las conversaciones denominadas “interafganas”, es decir, pláticas entre los talibanes y el gobierno de Ghani a partir del 10 de marzo del 2020. El gobierno afgano había sido prácticamente aislado de las negociaciones en esa primera fase. EU estimó que este proceso podía y debía ser llevado a cabo en dos etapas distintas: una, entre la Casa Blanca y los talibanes, y la segunda, una vez alcanzado el acuerdo de la fase inicial, propiciando conversaciones que ahora sí incluyesen a Kabul.
2. Pasados los meses, sin embargo, las negociaciones interafganas se estancaron. La violencia, en efecto, se redujo, pero nunca hubo evidencias que garantizaran el compromiso talibán de cortar sus lazos con Al Qaeda o controlar al terrorismo. Tanto 2020 como 2021 fueron años sangrientos plagados de atentados contra civiles. Aún así, Trump inicia y casi culmina el repliegue de sus tropas.
3. Cuando Biden toma el poder, permanecían en el país aproximadamente 3,500 soldados de EU. El nuevo mandatario tenía que decidir si cumplía con el calendario de retiro pactado, o bien, si decidía romper los acuerdos. Esto último hubiese implicado un gran reenvío de tropas (de 6 a 10 mil nuevamente) y un nuevo período de combate contra los talibanes, repitiendo los ciclos de las dos últimas décadas. Así que, también leyendo a la opinión pública en EU y siguiendo su propio instinto (presente desde mucho tiempo atrás, cuando él era vicepresidente), Biden decide continuar con el retiro, extendiéndolo apenas por tres meses.
4. El problema es que ese retiro mostró importantes deficiencias por parte de Washington, huecos enormes en su inteligencia, en la sobrestimación de la capacidad del gobierno en Kabul—aliado de EU—y a la vez, la subestimación de los talibanes para recuperar el país con esa velocidad, sin mencionar una pésima y apresurada planeación de salida no solo para evacuar estadounidenses sino a las decenas de miles de personas afganas que colaboraron durante décadas con Washington.
5. En esencia, dicho repliegue, por la forma como ocurrió, tuvo gravísimas repercusiones tanto dentro como fuera de EU. A pesar de que la opinión pública mayoritariamente favorecía el retiro, su pésima operación contribuyó al desplome inmediato en los niveles de aprobación de Biden. Internamente se le percibió como un presidente débil, titubeante, sin estrategias externas claras para proyectar el poder de la superpotencia y para contener amenazas futuras que podrían proceder de aquel sitio que ahora dejaba. Pero además de ello, prevalecía un sentimiento de que EU abandonaba a la sociedad afgana, a las mujeres, a las minorías étnicas y a decenas de miles de personas que colaboraron con su guerra de 20 años, y les dejaba a su suerte con un gobierno a manos de una organización extremista y radical. Paralelamente, otras superpotencias como Rusia y China, leyeron la indisposición de Washington a usar su fuerza como un síntoma más del declive estadounidense, como un signo más de su aislacionismo y su falta de determinación, y sus deficientes capacidades de inteligencia y logística para llevar a buen término sus tácticas. Estas lecturas sin duda han influido en los eventos que ocurrieron posteriormente en sitios como Ucrania o Taiwán.
6. Así que el balance actualizado desde el ángulo de Washington, tiene que efectuarse evaluando si estas percepciones o consideraciones han cambiado. Para fortuna de Biden, justo por cumplirse el aniversario del repliegue, Washington consiguió liquidar al líder de Al Qaeda, Al Zawahiri, en Kabul, intentando con ello, replantear la narrativa. La Casa Blanca argumentó que su estrategia de salida de Afganistán fue la correcta, pues EU sigue siendo capaz de combatir al terrorismo desde afuera, dice la narrativa, sin tener que invertir tantos recursos humanos y materiales.
7. Aún así, los cuestionamientos continúan: ¿Qué hacía Zawahiri en Kabul, hospedado en un complejo habitacional propiedad de la familia de Haqqani, prominente exterrorista y actual ministro interior talibán? ¿No prometieron los talibanes cortar sus lazos con Al Qaeda? ¿La muerte de Zawahiri realmente puede contener la actividad terrorista de esa organización—razón primera y principal por la que EU invadió Afganistán—y la potencial colaboración de los talibanes con esa u otras organizaciones que pretendan en un futuro atacar a EU o sus aliados? Y al final, ¿qué lectura de esto están sacando otras superpotencias y potencias medias que hoy se pelean por influir en esa región del globo?
Desde Afganistán
1. La situación para los habitantes del país es realmente dramática. A pesar de que no hay un conflicto a escala mayor como antes, la misión de asistencia de Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA) reporta la prevalencia de ejecuciones extrajudiciales, detenciones y arrestos arbitrarios, maltrato y asesinatos de exmiembros de las fuerzas de seguridad y del anterior gobierno afgano, discriminación contra grupos étnicos varios, entre muchas otras violaciones a derechos humanos. Las condiciones de las mujeres y las niñas son lamentables, con una opresión sistemática e institucionalizada, fuertes restricciones a su educación, a su bienestar, a sus libertades y derechos.
2. Además de ello, hoy casi toda la ciudadanía afgana se ubica por debajo de la línea de la pobreza. La economía está colapsada. El país padece un déficit endémico, la huida de capitales, sequías, enfermedades, y por supuesto, la huida masiva de personas, así como el surgimiento de nuevas insurgencias en contra del liderazgo talibán.
3. Ningún país hasta ahora ha reconocido de manera oficial al gobierno talibán. Esto impone fuertes dilemas para la ayuda humanitaria de la cual el país depende. Los bancos comerciales evitan operar en Afganistán para no ser sujetos a sanciones internacionales. Hay, en efecto, países como Turquía o Qatar intentando mediar, pero no se ha encontrado aún una fórmula adecuada para la transición. Hay también una relación informal entre los talibanes y países como Irán o India, que están buscando sacar partido de los vacíos generados. Según el Washington Institute, los talibanes han sostenido al menos 400 encuentros con 35 países diferentes en este último año. Con Pakistán, la relación de los talibanes es más compleja. Si bien se sabe que Islamabad ha funcionado como punto de contacto y negociación con los talibanes desde hace décadas, Pakistán ha estado preocupado por el empoderamiento de la otra insurgencia talibana, la rama paquistaní, que tiene su base justamente en Afganistán. Así, en más de una ocasión Pakistán ha estado bombardeando territorio afgano y ha buscado la mediación de Kabul, pero también ha advertido a los talibanes afganos que deben controlar la situación.
4. La relación con otros vecinos como Uzbekistán, también es compleja. Apenas a fines de julio tuvo lugar una reunión multilateral en Tashkent, la capital de Uzbekistán, en la que se puso a discusión el “hervidero” terrorista que está emergiendo en Afganistán, y la “falla de los talibanes en haber transitado de insurgentes a gobernantes”. Esto, tras un reporte elaborado por expertos para el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el cual señala que Afganistán ha regresado a ser prácticamente el estado que era antes del 11 de septiembre del 2001, cuando hospedaba a Osama Bin Laden. El reporte resalta los riesgos por la actividad de ISIS, de Al Qaeda y de otras organizaciones. Lo más relevante consiste en el crecimiento de estas agrupaciones ya sea por complicidad con los talibanes, por omisión, por la rivalidad que existe entre ellas, o por la incapacidad del actual gobierno para controlarlas. El territorio uzbeko, por cierto, ha sido bombardeado varias veces por misiles de la rama afgana de ISIS en estos meses.
5. China y Rusia permanecen expectantes. Ambas potencias, cuidando sus propios intereses de seguridad, han mantenido contactos con el gobierno talibán, aunque no le han brindado su respaldo absoluto. Habrá que revisar cómo es que Afganistán juega geopolíticamente ante las otras situaciones que ocurren en el globo. Pero más allá de ello, tanto Moscú como Beijing consideran altamente positivo el hecho de que Washington se haya tenido que retirar de esa zona contigua a sus territorios y que hoy tenga que perseguir sus propias metas a la distancia y con una eficacia cuestionable.
Por último, vale la pena considerar lo que recomienda hace unos días en Foreign Affairs Saad Mohseni, un gran empresario de medios y una de las voces de la sociedad civil afgana más escuchadas: hay que dejar de lado ataduras y prejuicios; es indispensable negociar con los sectores más pragmáticos del actual gobierno talibán, que los hay, si es que se desea evitar que el infierno afgano siga consumiendo cualquier expectativa para su futuro. Posiblemente tenga razón. Además, como lo hemos dicho desde hace tiempo, el tema importa; lo que pasa en Afganistán, nunca se ha quedado en lo local.