El promotor principal del libre comercio y de la globalización ha dado un giro de 180 grados para cerrar fronteras y declarar la guerra al intercambio comercial: Estados Unidos se ha propuesto defender a golpes su mercado interno. Ese gobierno que asumió el liderazgo del neoliberalismo durante los ochentas del Siglo XX, con Ronald Reagan a la cabeza, ha decidido desdecirse para apostar por el proteccionismo, la sustitución de importaciones y el control de los mercados. Nadie imaginó que algo así podría pasar.
No parecen decisiones tomadas desde Washington sino desde la Unión Soviética en los años previos al 1989, cuando todo dependía de sus gobiernos y de sus dirigentes políticos. Y en sentido opuesto, hoy es China quien le ha plantado cara al presidente Trump en defensa del mercado libre y de la iniciativa empresarial sin taxativas. El así llamado “capitalismo de Estado” chino ha recogido el guante para enfrentar, como el nuevo adalid de la globalidad, la ofensiva fiscal de los Estados Unidos. No es difícil imaginar a Xi Jinping murmurando algo como: “muy bien Donald, si quieres cerrar tu economía, ciérrala completamente”.
En nuestras tierras, escucho una y otra vez que la estrategia seguida por la presidenta Sheinbaum ha sido un éxito, que México ha salido bien librado de esta primera ofensiva arancelaria, que se ha colocado en un lugar de privilegio para enfrentar lo que vendrá y que nuestra economía está a salvo. Quiero creer que quienes dicen eso saben de lo que están hablando y que no están celebrando como quien salva la vida después de un asalto a mano armada. Otros aseguran que tras las caídas de las bolsas de valores y las reacciones de otros gobiernos —empezando por el chino— el presidente Trump reculará muy pronto y la economía mundial volverá a sus rutinas. Yo prefiero huir de las apuestas, pues el futuro no es lo que será, sino lo que ya está siendo.
Como sea, el gobierno mexicano también se ha colocado en la fila de los defensores del mercado libre y de los intercambios regionales, y ha optado por retomar su alianza con las organizaciones empresariales a las que solía atacar como enemigas. Y a contrapelo del discurso dominante, ha hecho más que cualquier otro de nuestra historia para consolidar su relación con los Estados Unidos: ha puesto tropas a su servicio, ha modificado su estrategia de seguridad, ha sometido su política migratoria a las prioridades del vecino, ha convalidado la intervención de las autoridades judiciales estadounidenses para sancionar a los criminales mexicanos y se ha negado a confrontar el discurso hostil y pendenciero de Donald Trump.
Casi todos los roles de los actores principales de la escena internacional están modificados y nadie sabe a ciencia cierta (esa es la verdad) cuál podría ser el destino final de estas mudanzas atrabiliarias. Nuestro libro de texto solo alcanza para advertir que todas las alcabalas (aranceles, tributos, impuestos) que se imponen al comercio incrementan los costos de las transacciones y, por ende, aumentan los precios e inhiben nuevas inversiones. Si Estados Unidos quiere rascarse con sus uñas y nada más, su mercado tendrá que darle dinero suficiente para superar a todos los demás y vivir aislado (con México, quizás, pegado como lapa).
Mientras todas esas dudas se despejan (y por si no fueran suficientes) aquí seguimos viendo cómo se organiza un nuevo régimen, con un Poder Judicial electo al ahí se va, con un Congreso completamente sumiso, tropezando con la reforma dizque ahorrativa de transparencia, rediseñando el gobierno a partir de la precariedad fiscal y lidiando con los cárteles en cada esquina. Como le gustaba decir al presidente López Obrador ante situaciones incómodas: estamos viviendo tiempos interesantes (y apenas vamos empezando.
Investigador de la Universidad de Guadalajara