La indignación que provocó el nombramiento de Hugo López-Gatell como “representante ante la Organización Mundial de la Salud” (cargo creado exprofeso para quien fue el líder del sector salud durante el primer sexenio de la 4T) fue desdeñada por la presidenta Sheinbaum con una frase que compendia la ideología del régimen: “Son los mismos de siempre”.

Así respondió al comunicado suscrito por la “Comisión Independiente de Investigación sobre la Pandemia de Covid-19 en México”, emitido el 2 de julio, en el que sostienen que “por respeto a las víctimas, la relación de México con la OMS no puede quedar en manos de funcionarios directamente responsables de que, en la mayor crisis sanitaria en un siglo, la respuesta gubernamental se apartara de forma sostenida, profunda y sistemática de las recomendaciones de dicha institución”. Los integrantes de esa comisión ofrecen razones: “Nuestra labor de investigación documentó graves omisiones y decisiones que contribuyeron a que México registrara, según las cifras de la propia OMS, el cuarto nivel más alto de exceso de mortalidad en el mundo, con más de 808 mil muertes en exceso; el número más alto de muertes de personal médico en el continente americano; 44% de mortalidad hospitalaria; más de 215 mil niños en situación de orfandad, por la pérdida de su padre o madre; así́ como profundas repercusiones en ámbitos como la educación, la economía y la salud mental”.

Según la presidenta, ninguna de esas razones merece atención, porque fueron emitidas por personas antipáticas a la dupla presidencial. La lógica del argumento no puede ser más simple: no importa lo que se diga, ni por qué se dice, ni tampoco los argumentos ofrecidos; lo único que importa es quién lo dice. La descalificación ad hominem ha sido la clave narrativa del discurso oficial desde el 2018: hay que estigmatizar, despreciar y odiar a los críticos, por encima de razones o evidencias, “porque no somos iguales”.

Sin embargo, las objeciones al desempeño del doctor López-Gatell tienen aún más argumentos que los aportados por aquella comisión. La gran mayoría de las muertes documentadas durante la pandemia fueron de las personas que no pudieron quedarse en casa, porque tenían que salir a ganarse el pan de cada día. Aconsejado por su “experto” en salud pública, López Obrador despreció la propuesta de establecer un ingreso vital de emergencia para proteger esas vidas —me consta— porque la iniciativa venía de “los mismos de siempre”. Tampoco garantizó la calidad ni la cantidad de equipos para salvar a quienes saturaron los hospitales públicos. Ese desdén condenó a cerca de medio millón de personas pobres que debían ir a la calle a trabajar y que, ya contagiados, no podían atenderse sino en los muy deficientes servicios públicos: “los mismos de siempre”.

Fue López-Gatell —también me consta— quien bloqueó las soluciones que se pusieron en la mesa del gobierno para afrontar el creciente desabasto de medicamentos. Y fue en el sexenio en el que sus opiniones pesaban como lápidas (nunca mejor dicho), cuando en vez de resolver el problema de la falta de tratamientos oportunos y adecuados, se optó por reducir el número de consultas médicas, con una ecuación tan simple como tétrica: menos consultas/menos recetas/menos reclamo de medicamentos. Además, se instruyó a los médicos a recetar lo que había en los inventarios y nada más. Con ese “experto” a la cabeza, el sector salud no llegó a los estándares de Dinamarca, sino al ominoso cuarto lugar mundial de muertes que pudieron evitarse.

Sin embargo, en la lógica del régimen, el susodicho tiene una virtud que ha valido mucho más: ha sido leal al presidente López Obrador. ¿Quién dice que eso es menos importante que las vidas destruidas? Respondo: los mismos de siempre.

Investigador de la Universidad de Guadalajara

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