La acusación formulada por la Casa Blanca en contra del gobierno de México ha rebasado todos los límites de la diplomacia y, leída con cabeza fría, significa una amenaza gravísima: ¿cómo se puede exigir cooperación de un gobierno al que se considera aliado y protector de los cárteles criminales más poderosos del mundo? ¿De qué sirven los aranceles y la destrucción del tratado de libre comercio si el problema está en la entrada ilegal de drogas y el trasiego de personas vinculadas con los narcotraficantes? No hay conexión lógica entre lo que el presidente Trump está denunciando y lo que está decidiendo.

Si el problema está en la fuerza de los cárteles mexicanos que, según la versión de la Casa Blanca, han sido capaces de saltar todas las barreras para infestar de fentanilo y otras drogas mortales a la sociedad estadunidense “matando –dice Trump—a cientos de miles de personas” y si, como se afirma, eso ha sido posible gracias a la alianza con el gobierno mexicano, ¿de qué sirve poner aranceles? ¿Qué se supone que tendría que hacer la presidenta Sheinbaum para vencer la desconfianza y anular el castigo impuesto por su furioso homólogo de los Estados Unidos? ¿Reconocer, acaso, que en efecto se ha protegido a los cárteles de Jalisco y/o de Sinaloa y anunciar el fin de esa alianza? Solo decirlo suena tan ridículo como inútil. ¿Y qué tienen que ver los migrantes que huyen de la pobreza y de la violencia con esa supuesta alianza? El “Fact Sheet” publicado por Estados Unidos para justificar sus medidas draconianas no tiene ni pies ni cabeza.

Por eso es más preocupante: porque la ofensiva es dizque económica, pero el asunto de fondo es la seguridad nacional y la legitimidad política del presidente. En rigor, Donald Trump le está asestando una “sopa de su propio chocolate” a Morena: está haciendo política interna con la exterior y está justificando esas decisiones con el mandato recibido abrumadoramente en las elecciones de los Estados Unidos. Un mandato que basta y sobra para pasar por encima de leyes, acuerdos, datos y razones y cuya interpretación empodera al presidente para hacer casi todo lo que le venga en gana, a nombre del pueblo. Y sucede que la promesa de vencer a los cárteles mexicanos, tras inculparlos por el consumo masivo de drogas en Estados Unidos, se ha convertido ya en una prioridad absoluta de quien se considera a sí mismo la encarnación de la voluntad popular en ese país.

Así que, si dos más dos siguen sumando cuatro, cabe suponer que el presidente de los Estados Unidos está dispuesto a ir mucho más lejos: afirmar que el de Claudia Sheinbaum es un gobierno aliado de organizaciones terroristas que amenazan la seguridad regional indica que la ruptura de las relaciones comerciales puede ser solamente el preludio de decisiones mucho más graves. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar? Quizás decida llevar sus acusaciones sobre el gobierno mexicano hacia personas concretas, para darle carne y hueso a esa denuncia.

Tomando en cuenta la información que poseen tras la captura y los juicios emprendidos en contra de los líderes principales del cártel de Sinaloa (el Chapo, los chapitos y el Mayo, además de García Luna, entre otros) cabría suponer que tienen los medios suficientes para integrar expedientes que inculpen a personajes políticos relevantes. Pero también podrían intentar (como lo ha sugerido el secretario de la Defensa Pete Hegseth) una incursión militar directa en contra de los cárteles mexicanos para destruir sus instalaciones o para detener a alguno de sus líderes. Y en última instancia, cuesta trabajo pensar siquiera que decidan desdecirse y respaldar al gobierno de Claudia Sheinbaum si no pasa nada que justifique ese cambio.

Se acabó la esperanza: con Trump no habrá abrazos.

Investigador de la universidad de Guadalajara

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