En el camino hacia la autocracia electoral que está en curso, los panistas decidieron enclaustrarse en vez de asumirse como el principal partido de oposición. Sus compañeros de ruta se quedaron varados: el PRD ya no existe y el PRI se convirtió en franquicia con caducidad. Pero el panismo sigue vivo en buena parte de la república gracias a su ideario católico, liberal, de centro derecha y raigambre empresarial, que no tiene otro referente político. Pero prefirió anularse.

Si fuera un gato, al PAN no le quedarían vidas pues se han equivocado ya siete veces. Luego de haber encabezado la primera alternancia pacífica de la historia de México (que les tomó por sorpresa) el presidente Fox optó por dilapidar el capital político que había acumulado, convirtiendo a Andrés Manuel López Obrador, obstinadamente, en el líder único de la oposición. Hoy sabemos a ciencia cierta que sin el episodio del desafuero la historia de AMLO habría sido muy diferente.

Poco después volvieron a equivocarse en las elecciones del 2006. Recién llegados a la Presidencia, optaron por reproducir las viejas mañas del PRI para tratar de bloquear las aspiraciones del dirigente rebelde que ellos mismos habían potenciado. El presidente Fox traicionó su investidura y se volcó a la campaña para hacerle un nuevo favor a su némesis, quien denunció (con razón) la intervención electoral abusiva de aquel gobierno. ¿Quién no recuerda aquella frase de “cállate, chachalaca”? La tercera negación de sí mismos vendría inmediatamente después, cuando se opusieron al recuento total de votos en aquella elección empatada y le entregaron a Felipe Calderón una presidencia manchada de origen. Para sobreponerse a aquella victoria pírrica, a lo largo de su sexenio Calderón hizo nacer al PRIAN y abandonó después a la candidata de su partido Josefina Vázquez Mota, ¿se acuerdan? Para favorecer la candidatura de Peña Nieto y asegurar el regreso del PRI a Los Pinos: lo que fuera, antes que rendirse ante López Obrador.

El PAN se fue perdiendo aún más entre rupturas y reproches de sus dirigentes y traiciones de sus gobernantes locales. Pero entonces optaron por tropezarse por quinta ocasión con la misma piedra: ya convertidos en el sparring del personaje que ellos mismos auparon, decidieron abandonarse a las calculadoras de votos para aliarse con las izquierdas resentidas con quien fuera su líder, para emitir un mensaje que todo el país entendió: si no se formaba una coalición, Andrés Manuel ganaría los comicios. Una vez más, en vez de honrar su legado y su identidad, los dirigentes panistas optaron por el suicidio.

Si la alianza del 2018 ya era trágica, la del 2024 fue una farsa: ¿qué dirán los historiadores en cincuenta años, cuando escriban sobre ese despropósito del PAN/PRI/PRD aliados contra AMLO, con sus papeles de “debe y haber” en las manos?

Obstinados en su autodestrucción, acaban de elegir como líder nacional al más vulnerable de sus dirigentes. Ese personaje al que yo mismo denuncié en 2018 por haberse arrogado (en complicidad con Leonel Luna y Mauricio Toledo) la facultad de distribuir, desde la Asamblea Legislativa de la CDMX, los recursos destinados a la reconstrucción; el que ha sido identificado una y otra vez (incluso por Felipe Calderón) como cabeza de un “cártel inmobiliario”; y el que representa, mejor que nadie, la visión y los valores del privilegio y la colusión entre poder y dinero. Parecía imposible superar el desprestigio del dirigente del PRI, pero el PAN lo acaba de conseguir. Nadie está más feliz que los dueños del régimen: por séptima ocasión, el panismo les ha pavimentado el camino.

Investigador de la Universidad de Guadalajara

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