Los estadistas no se reconocen por sus palabras, sino por su obra. Sin embargo, las palabras importan para confrontar lo que se dice con lo que se hace: las promesas formuladas y los hechos confirmados. Después de haber entregado el “bastón de mando” y a un año de concluir su periodo de gobierno —el próximo 1 de octubre— ya es evidente que el presidente López Obrador falló: ofreció mucho más de lo que pudo cumplir y hoy, en las vísperas de la conclusión de su mandato, México no está ni remotamente cerca de lo que el presidente prometió a las y los mexicanos.
En su libro 2018 La Salida. Decadencia y renacimiento de México (Planeta, 2017), dijo que al concluir su sexenio ningún mexicano padecería hambre ni viviría en pobreza extrema. Hoy viven en esa condición de 9.1 millones, mientras que en el 2018 eran 8.7 millones. Dijo que habría una recuperación del poder adquisitivo del 20% y, en el mejor de los casos, el salario mínimo recuperará su condición previa a la pandemia hasta el 2024. El presidente prometió que el país crecería al 6% en el sexto año en términos reales, pero apenas está saliendo de la depresión de los años anteriores. Dijo que el campo crecería como nunca y que seríamos autosuficientes en la producción de maíz, frijol y arroz. Al final del sexenio, solo la demanda de frijol podrá ser cubierta sin recurrir a las importaciones, mientras que hoy solo producimos 20% del arroz demandado y hay una crisis potencial en la producción y en la importación de maíz.
El presidente ofreció que al final del sexenio la delincuencia estaría acotada y en retirada. Hoy sabemos que ha sucedido lo opuesto: los cárteles criminales están más fuertes y más empoderados que nunca. Dijo que estaría erradicada la corrupción política y la impunidad, pero ambos fenómenos siguen vigentes y todos los datos verificables nos dicen que no podrán abatirse en el corto plazo. Dijo que no existiría la compra del voto ni el fraude electoral, pero es la propia Presidencia de la República quien ha decidido burlar abiertamente las leyes electorales para favorecer al partido oficial, a la vista de todo el país.
Ofreció, en fin, que habría una sociedad mejor no sólo por los logros materiales, sino por haber consumado (consumado: subrayo) una revolución de las conciencias en la que predominaría la dignidad, la verdad, la moral y el amor al prójimo. Sobre esto último, sobra la confrontación con la evidencia que padecemos todos los días, atizada durante 2023/24 por la confrontación política que está en curso, inédita tanto por sus dimensiones cuanto por la polarización, las trampas y el encono que ya está produciendo.
Muy poco de lo que se prometió se cumplió. Ni siquiera las grandes obras emblemáticas del sexenio —que han exigido recursos muy superiores a los que se anunciaron, presumiendo el apego a una austeridad republicana— habrán logrado consolidarse al final del sexenio: las tres principales —el AIFA, el Tren Maya y la Refinería de Dos Bocas— necesitarán en 2025 muchos más caudales públicos para mantenerse en operación, financiadas ya desde el 2024 por un déficit histórico y por un crecimiento exponencial del endeudamiento público que también, se dijo, sería cancelado durante el sexenio.
El argumento del presidente para justificar esos fracasos —dicho una y otra vez en las mañaneras— es que los gobiernos pasados destruyeron a México y que las fuerzas conservadoras se han opuesto a la transformación prometida. Dada la comparación entre palabras y hechos, lo menos que puede decirse es que el presidente fue derrotado durante este lustro por sus adversarios: que ha hablado mucho y ha logrado muy poco. Ahora dice que hace falta más tiempo y más poder: todo el poder concentrado para levantarse de la gran derrota de su sexenio.