La idea del tejido social que acuñaron los sociólogos al final del Siglo XIX y que adoptamos luego para discutir la fragmentación de los intereses que pugnan por espacios de poder, cayó en desuso por su imprecisión y por la emergencia de la sociedad global que trajo consigo la masificación del internet. Otros conceptos lo sustituyeron: el capital social, la teoría de redes y sistemas y el estudio de los grupos de presión y de la sociedad civil organizada. Es ya casi un arcaísmo que, sin embargo, quiero traer hoy para explicar mi desazón.

Si por tejido social entendemos el conjunto de relaciones, vínculos y valores que establecemos como integrantes de una comunidad, habrá que admitir que es muy difícil saber dónde empiezan y dónde terminan esos vínculos en nuestro tiempo cruzado de “redes sociales” electrónicas, plataformas, algoritmos e . Cuesta trabajo identificar sus límites en sociedades cada vez más aglomeradas en zonas metropolitanas desiguales e inhumanas y en una nueva división del trabajo que ha modificado casi por completo la vieja distinción entre proletarios y burgueses.

Los sociólogos que hablaban del tejido social roto se referían, nostálgicos, al abandono de los valores más o menos tradicionales y más o menos permanentes. Se dolían de la ruptura cuando los cambios sociales les rebasaban y su capacidad de comprender y analizar a las sociedad que estudiaban ya no correspondía con lo que pasaba antes. Romper el tejido social equivalía a dejar atrás identidades, comunidades, saberes y vínculos pasados. Pero en realidad los tejidos nunca se rompieron, sino que adoptaron otro conjunto de valores.

El tejido social de México está atravesando por un nuevo cartabón, que están fijando los cárteles y las grandes organizaciones criminales, que cada vez están más presentes en nuestras relaciones cotidianas. El éxito y el debate actual sobre los es una expresión palpable de ese nuevo ciclo. Comprendo que la audiencia multimillonaria de los principales expositores de esa música (si es que puede llamarse así) responde más al dinero invertido en medios digitales que a la calidad del contenido. Pero el resultado es elocuente: millones de jóvenes escuchan, memorizan y repiten como propios esos mensajes. Sería inútil prohibirlos: ya están viviendo entre nosotros.

Lo mismo pasa con el estilo de moda: la estética de los y las “buchonas” (cuyo apelativo viene del consumo de una marca de whisky) se ha venido imponiendo cada vez más y está inundando tiendas de ropa, de zapatos (y botas), de cinturones y de pulseras y relojes. Antes decíamos que había narcos en una calle, en un restorán, en un parque, por su forma peculiar de vestirse y convivir. Hoy es imposible distinguirlos de quienes solamente los emulan.

Pero además hay vínculos profesionales y sociales cada día más extendidos: desde la tiendita de la esquina donde se vende droga, pasando por la escuela donde estudian los hijos de los narcos, el vecindario donde conviven con cualquier otra persona, o los trabajadores de las empresas que lavan el dinero ilícito, entre muchas otras formas de relación que se han ido normalizando como el nuevo tejido social de México.

Hay una ciega necedad entre quienes insisten en creer que esos cárteles tienen sus propias redes y no interactúan con los demás: como si fueran una sociedad secreta. Hace mucho que no es así. Las organizaciones criminales se han ido colando como el agua a todos los espacios de nuestra convivencia y han transformado e inoculado el tejido de la sociedad. Se han metido hasta la cocina y, sin embargo, seguimos actuando como si eso no estuviera sucediendo. El tejido social no se rompió: se transformó y hoy forma una tela que nos cubre casi por completo.

Investigador de la Universidad de Guadalajara.

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