Estamos viviendo el mundo de cabeza: el presidente Trump se ha propuesto combatir el libre mercado internacional y bloquear las importaciones, mientras que el gobierno mexicano está defendiendo la apertura comercial, las inversiones extranjeras y la eliminación de impuestos y aranceles. De momento, el liderazgo a favor de la integración económica de América del Norte lo tiene México; en cambio, el gobierno de los Estados Unidos ha optado por la guerra de tarifas para cerrar mercados y el de Canadá ha preferido buscar una nueva alianza con Europa.

Por increíble que parezca, el gobierno más proclive a la globalización es el de México: quiere fronteras abiertas para exportar (e importar) sin trabas; quiere potenciar las inversiones extranjeras; y quiere abrir las puertas a los negocios compartidos con el capital internacional, aprovechando su cercanía con los Estados Unidos. Se ha negado a aumentar impuestos o gravar la acumulación de capital dentro del país y se ha propuesto reducir trámites y regulaciones burocráticas para favorecer la inversión privada. Además, ha identificado los mercados con mayores posibilidades de éxito y ha ofrecido el respaldo de las autoridades a las empresas que decidan invertir en esas áreas.

Por otra parte, se ha renovado la cercanía entre el gobierno y el sector empresarial. El Consejo Coordinador Empresarial y el Consejo Asesor Empresarial de la presidencia –encabezado por Altagracia Gómez Sierra— han sido los protagonistas del llamado Plan México que, en apenas unas semanas, limó años de disputas con la iniciativa privada del país. Y ese sector, a su vez, se ha sumado al llamado de unidad nacional en contra de los aranceles comerciales que quiere imponer Donald Trump. Esa fue la razón que llevó a llenar el Zócalo hace una semana con todo el músculo político del partido en el poder. ¿Quién hubiese imaginado, hace diez años, que Morena saldría a las calles para defender el libre mercado y la integración económica con los Estados Unidos?

Del otro lado, lo que quiere Donald Trump es proteger su mercado nacional. La estrategia explícita de su gobierno es forzar el fracaso del llamado nearshoring que había venido promoviendo el gobierno de México. El presidente estadounidense se ha propuesto que la industria financiada por capitales de Estados Unidos se vea obligada a producir en su territorio nacional. Ha puesto el acento en algunas en particular, como la automotriz, para que los coches se fabriquen íntegramente allá y ha decidido aumentar las inversiones y la producción de energía y petróleo. Dice que están montados sobre una montaña de oro (de oro negro) y que es hora de explotarlo. Lo mismo que se dijo en México con el gobierno de López Portillo, quien creyó que vendría “la administración de la abundancia”.

En contrapartida, el gobierno de México está luchando para retener las inversiones hechas por las empresas estadounidenses y tejer con ellas nuevas alianzas comerciales con capitales nacionales: de eso se trata el Plan México y es lo que ha sostenido una y otra vez la presidenta Sheinbaum: fortalecer la alianza norteamericana, para competir exitosamente con la industria asiática.

Donald Trump está buscando cerrar fronteras y México, abrirlas. Tanto así, que en las últimas semanas he leído y escuchado varias voces proclives a Morena que han defendido a la USAID. Algunas celebraron incluso el descalabro que sufrió el gobierno de Estados Unidos en la Suprema Corte de su país, cuando ésta le negó la orden de congelar todos los fondos destinados a esa agencia. La USAID fue denostada en las conferencias de AMLO, quien pidió que se suspendiera el flujo de dinero de esa oficina. Hoy nos dolemos de lo contrario. Todo lo sólido se desvanece en el aire, escribió Marx: tenía razón.

Investigador de la Universidad de Guadalajara

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