No todo se escribe para causar daño, ni todas las opiniones son perversas, ni cada acción es resultado de un complot. Ese discurso fue válido mientras el prócer hacía avanzar las banderas disruptivas de su movimiento y se presentaba como el adalid que derrotaría a la mafia del poder con el respaldo unánime del pueblo; y lo fue también, con menos fuerza, durante los primeros años del gobierno que ofreció cambiarlo todo para justificar decisiones que parecían simples caprichos o arrebatos histriónicos. Pero ya se agotó; ya terminó la gesta heroica; aquellos rebeldes son los dueños del poder.
La presidenta Sheinbaum tiene que salir del molde en el que se fraguó. Ella no es la fundadora, sino la heredera del partido que la llevó al poder y, por mucho que se esmere, no es, ni puede (ni debe) llegar a ser la réplica de AMLO. Seguramente comparte con el líder insustituible, con sinceridad, buena parte de su visión del mundo. Pero ella no llegó a la Presidencia después de haber dado la batalla contra los molinos de la mafia del poder, sino cuando la derrota moral ya había sucedido y un nuevo aparato partidario ya estaba empoderado. Sí, fue aliada de ese proceso. Pero ella no llegó a la Presidencia demoliendo ni a demoler, sino a quitar escombros y tratar de construir.
La jefa del Estado no puede seguir actuando como si encabezara a la oposición y tuviera que arrebatarle la autoridad a alguien. ¿La oposición a qué, si su partido ganó casi todo en junio y concentrará aún más poder dentro de dos meses? Los partidos que le disputan el poder no tienen mayoría en el Legislativo, ni en los gobiernos estatales, ni en los congresos locales. Carecen de estrategia, están divididos y desprestigiados y, según algunas encuestas, no alcanzan siquiera a acreditar preferencias de dos dígitos. Si su líder no sabía perder, ella debe saber ganar. Seguir hablando de la mafia del poder, de campañas orquestadas y de enemigos invencibles a estas alturas (con todo respeto) parece más berrinche que arenga.
No cabe duda de que todos los problemas públicos tienen una historia propia y protagonistas. Ninguno nace por voluntad divina. Pero la tarea fundamental de los gobiernos no es contar esa historia y rasgarse las vestiduras cada mañana, sino enfrentarlos y resolverlos.
Sí, Felipe Calderón se equivocó y García Luna está en la cárcel, pero la inseguridad que estamos viviendo debe ser encarada por el gobierno actual. Sí, hubo corrupción y derroche en Pemex y CFE y sí, se abandonaron a su suerte, pero la deuda que contrajeron debe asumirse ahora. Sí, hubo gravísimos errores en el manejo de la hacienda pública durante los sexenios anteriores, pero la falta de crecimiento debe afrontarse hoy. Y sí, México se rindió mucho ante el poder de los mercados durante el neoliberalismo, pero las amenazas de Trump están medrando hoy sobre la economía del país.
Podemos hacer largas listas de los culpables de la violencia, de las debilidades institucionales, de la corrupción, del estancamiento económico y de la pobreza, pero ninguno de esos nombres eximirá a Claudia Sheinbaum de hacer frente a cada uno de esos desafíos. Nadie los creó para dañar a AMLO, ni para cebarse sobre la 4T, ni para bloquear el éxito del gobierno actual. Son viejos y son reales. Y más nos vale hacerles frente para mitigar sus consecuencias en todos los planos de nuestra convivencia.
Me gustaría que la presidenta sea capaz de superar el manido discurso de los buenos y los malos, de los complots y las campañas orquestadas por los más oscuros intereses, porque el poder que tiene entre las manos es muy superior al que haya tenido cualquier otro presidente mexicano desde Luis Echeverría y, si se suma la legitimidad, desde Lázaro Cárdenas.
El pleito está ganado; guarde la pistola.
Investigador de la Universidad de Guadalajara