Conocí al Doctor Arturo Zaldívar en el año 2007. Desde que llegué a la Escuela Libre de Derecho, escuché de él. Se le calificaba como uno de los mejores “amparistas” y constitucionalistas del país. Cuando fue mi profesor, confirmé el rumor. No sólo dominaba los aspectos procesales y técnicos de nuestro complicado juicio de amparo, sino que su formación combinaba virtuosamente esa parte técnica con un profundo conocimiento del constitucionalismo moderno. Contrario a sus colegas, entiende que —como decía Kant — toda buena práctica precisa de una buena reflexión teórica. En la primera clase dijo algo que aún mantengo sellado en mi memoria. Preguntó a la clase: “¿Cuál es el fin del constitucionalismo”? Después de varios intentos de respuesta fallidos, él respondió —con un dejo de obviedad y desesperación: “el fin del constitucionalismo no es otra cosa que la limitación del poder político a través de la Constitución y sus mecanismos de defensa”.
Recuerdo nítidamente cuando fue electo ministro. Fue emocionante ver a uno de mis maestros llegar a la más alta tribuna. Y no tardó en sorprendernos a propios y extraños. Los asuntos de la guardería ABC y de Florence Cassez fueron una bocanada de aire fresco: por fin llegaba alguien que encaraba al poder.
Por eso veo hoy con frustración y tristeza lo que está pasando. No logro entender qué es lo que pasa por la mente del hoy Presidente de la Corte. Algo pasó en el 2018 que cambió su discurso radicalmente. Desde entonces su papel como juez constitucional entró más al terreno de la política y se alejó de la órbita de lo jurídico. Empezó en el plano discursivo cuando dijo que había que “acusar recibo de los mensajes de las urnas”, que México necesitaba una Corte “cercana a la gente”. Nada más alejado a lo que había pregonado durante años en la academia y como ministro.
Sin embargo, con la inteligencia que lo caracteriza, no fue este un cambio hueco o sin sustento. Aunque el cambio a mí nunca me convenció, no se quedaba en el horizonte de la ocurrencia, sino que lo ancló en una teoría política y constitucional. Se empezó a hablar del “constitucionalismo transformador”, es decir, un nueva concepción en donde los jueces a través de sus fallos progresistas buscan moldear la realidad social en una dirección participativa e igualitaria.1
El problema es que este giro filosófico y teórico se ha vuelto ideológico en el sentido más peyorativo del término, es decir, ha servido para justificar todo sin reparar en su corrección. Bajo la égida de la “transformación” y el nuevo papel social de la Corte, lo mismo se justifica que Zaldívar acompañe al Presidente de la República en una gira de trabajo para supervisar el aeropuerto de Santa Lucía —cuya viabilidad jurídica está en disputa, por cierto—; que su asistencia a una mañanera para presentar la reforma al Poder Judicial de la mano del Ejecutivo; hasta enmendarle la plana a AMLO para que su consulta popular con la que busca juzgar expresidentes —a todas luces inconstitucional— fuera jurídicamente “viable”. Lo mismo justifica al presidente tuitero y mediático, que al que defiende a los secretarios de Estado y se posiciona sobre temas de política exterior, como lo fue el caso de Bolivia.
Ese activismo del presidente de nuestra Corte Constitucional contrasta con una pasividad inexplicable en otros frentes. El mutismo de Zaldívar ante los recurrentes ataques de parte de AMLO hacia los jueces y hacia el propio juicio de amparo cuando lo tilda de un mecanismo de defensa de los privilegios; la inacción cuando descalifica a un ministro en retiro, la indiferencia ante los muchos dichos sobre la primacía de la justicia ante la ley, un claro ataque a uno de los pilares del Estado Constitucional; y claro, la inexplicable postergación de más de 20 asuntos pendientes de resolver por la Corte sobre la constitucionalidad de diversas leyes fundamentales para la 4T. Todo esto hace que emerjan serias dudas sobre la posición del presidente de la Corte respecto al actual régimen. Se ha posicionado más como un actor político —en el sentido más tradicional— que como el garante del poder que custodia la Constitución.
El episodio que hoy vemos con la llamada “Ley Zaldívar” es la gota que derramó el vaso. ¿Cómo justificar el silencio de Zaldívar ante tamaña aberración constitucional? No es sólo que el artículo que prolonga su mandato tenga visos de inconstitucionalidad. No. Es que es abierta y patentemente inconstitucional. Si la Constitución dice que el Presidente de la Suprema Corte de Justicia dura cuatro años en su encargo, una ley no debe decir que durará seis. No hay ambigüedad, no hay vaguedad en la norma, no hay nada que interpretar. Es un simple ejercicio de lectura y de contraste. Además, es una ley privativa, en el sentido de que tiene un beneficiario con nombre y apellido —el propio Zaldívar— y esto también está prohibido por el artículo 13 constitucional. Y claro que vulnera la independencia y autonomía del poder judicial porque el legislativo usurpa —mediante ley— la facultad que tiene la propia Corte de autogobernarse.
Todo esto es evidente y, por supuesto, Zaldívar lo sabe; por eso insisto: ¿cómo justificar ahora su silencio? Sus declaraciones recientes de que no cederá a la presión de la opinión pública y mantendrá el asunto dentro de los cauces institucionales contradicen su actuar previo. ¿Dónde quedó el ministro mediático y activo? Él argumenta que su silencio se debe a que el asunto seguramente llegará a la Corte y él no puede adelantar criterio, pero ¿por qué no simplemente deslindarse y decir que él no aceptará quedarse dos años más en el cargo? Esa declaración ni adelanta criterio, ni violenta norma alguna. ¿Acaso está pensando en burlar la Constitución y sí quedarse en el cargo en el supuesto de que no se logre la mayoría de votos para derrotar la norma?
Recuerdo un día que Zaldívar invitó a don Héctor Fix-Zamudio a la Libre de Derecho a impartir una conferencia. Yo era presidente de la Sociedad de Alumnos. El rector de ese entonces me invitó a que yo estuviera en la recepción de don Héctor. Me le acerqué y empecé, con admiración, a hablarle de su obra. En el camino al evento, Zaldívar volteó con el rector y, refiriéndose a mí, le dijo “rector, dile a este muchacho que no son momentos de grilla”. Yo no estaba grillando, pero entendí a qué se refería.
Hoy, lo que a mí me dijo en ese momento, yo me atrevo —con todo respeto— a decírselo a él: Maestro, no son tiempos de grilla, menos cuando la Constitución y toda la fortaleza de un poder del Estado mexicano está en entredicho.
@MartinVivanco
1 Zaldívar, Arturo, "Constitucionalismo social inacabado", Milenio, 5 de febrero de 2019, https://www.milenio.com/opinion/arturozaldivar/losderechoshoy/constitucionalismo socialinacabado