Esta semana será crucial para la vida pública de México. Mañana la Corte tendrá que decidir si acepta el proyecto del ministro González Alcántara y echa para abajo una parte de la reforma judicial por considerar que viola nuestra identidad constitucional.  Ante el actuar de la Corte, la presidenta tendrá que decidir qué hacer. ¿Aceptar el sacrificio de los ministros actuales y recular en todo lo demás? ¿O desacatar e intensificar la crisis constitucional?

Desacatar tiene enormes costos. Lo que más me preocupa es que esta crisis no sólo le quita normatividad a la Constitución, sino a todo nuestro orden jurídico. Ya no es sólo una disputa sobre el significado de la Carta Magna, sino sobre la función del derecho mismo en una sociedad. El derecho es un conjunto de reglas que nos damos para resolver nuestros conflictos. Sin el derecho, no hay civilización, sino la ley del más fuerte, la ley de la selva. Un desacato de este tamaño daría el mensaje de que las sentencias no valen nada. Que las autoridades no están sujeta a reglas, sino a voluntades. ¿Quién va a querer ya no invertir, sino vivir en un país así?

Pero hay otro mensaje que la presidenta daría si no acepta el fallo de la Corte. El mensaje que mandaría es que está de acuerdo con la manera en que se ha comportado el poder legislativo. Y esto no le conviene. Aunque sea de su mismo partido, aunque sea su “mayoría”, el comportamiento de sus legisladores es atroz para el país, pero también para ella. El último debate sobre la “supremacía constitucional” dejó claro que están dispuestos a todo, sin reparar en las formas más elementales. El que se hayan atrevido a adicionar un párrafo en el artículo primero constitucional que anulaba el control de convencionalidad, era simplemente impensable hace unos meses. Ese poder irreflexivo no le conviene a nadie. En cualquier momento se le puede revertir e irse contra ella misma. No creo que ella esté controlando cada detalle de lo que sucede en ambas cámaras. Ignoro si la soberbia con que se presentan en tribuna deriva de una instrucción que viene de ella. Creo, más bien, que se está gestando un monstruo independiente, con vida propia, al margen del propio poder de la presidencia.

Ella no es AMLO, no tiene el mismo carisma, ni la misma ascendencia moral sobre sus legisladores, ni el mismo control de la agenda mediática y política. Además, no olvidemos que gran parte del gabinete no es de ella y que las Cámaras son de sus contrincantes. Dice mucho que la agenda hoy esté centrada en el legislativo y en la Corte, y no en el ejecutivo. En tiempos de AMLO eso era imposible. Él acaparaba todo.

A lo mejor acatar el fallo de la Corte sería una forma de ella misma limitar a quien puede erigirse en su peor enemigo: el poder legislativo. Ese poder que se cree supremo sin serlo. Ojo: “supremo”, es decir, por encima de todos, incluida ella.

Abogado. @MartinVivanco

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