Tal vez sea correcto decir que los partidos políticos no sirven para nada; también es justo sostener que no hay democracia posible sin ellos. Estas dos frases las he escrito con cierta sospecha del momento que vivimos. Momentos de contradicción, de respuestas simplonas, de confusión intelectual. No me asusta la primera frase: es evidente que los partidos no gozan de buena reputación, pero sí me preocupa su amplitud, su anchura, su generalización. Siempre he tratado de no hablar así —desde las certezas— porque prefiero los caminos laterales, los callejones sin salida, las eternas incertidumbres. La segunda frase llama más mi atención. Los partidos son indispensables para la democracia. La encuentro más clara y real (la primera es, simplemente, falsa). La conquista civilizada del poder necesita de organización y participación política. Y los partidos hacen, precisamente, eso: organizan la participación política; de ahí que sean necesarios para la vida democrática.
Desde luego, debemos repensarlos porque hay una crisis evidente: casi nadie confía en los partidos y los ven como entes rapaces. Hay algo de razón en pensar así: algunos se preocupan más por la administración de los recursos económicos y las plurinominales que por la ciudadanía y la conquista del poder. Pero muchas veces se pasa por alto que ese repensar no se da en el vacío, sino que requiere de lo obvio: personas que piensen esos temas desde la circunstancia actual. Personas que puedan escapar de lo inmediato, del aplauso fácil, de la inercia y los lugares comunes; se necesita alguien que realmente ponga su energía en esta empresa. Por eso hay que hablar de Jorge Álvarez Máynez y su llegada a la dirigencia nacional de Movimiento Ciudadano.
Máynez tiene todas las virtudes para sacudir a los partidos en este tiempo de crisis. Ha hecho un trabajo intenso a lo largo y ancho del país para formar al partido y hacer campaña presidencial en condiciones de desventaja. Tiene una preparación académica sólida y experiencia política real, en todos los ámbitos. Conoce los rincones, las salas y antesalas del poder. La palabra oral es su instrumento predilecto y más potente, aquel que maneja con soltura y comodidad, con espontaneidad y hasta con creatividad política. Muchos lo vieron en los debates, muchos lo escucharon en la tribuna y otros tantos en las plazas públicas. Conectó con sectores desencantados con la política partidista.
Todo este arsenal lo distingue en el paisaje político actual. Mientras el PRI y el PAN huelen a lo mismo de siempre, con dirigencias que se apegan a la partitura conocida porque no tienen nuevos instrumentos, Máynez sí los tiene. A pesar de los vaticinios fúnebres, de campañas ridículas como la del “voto útil”, de una minimización burda, de la invisibilización de medios y de algunos comentaristas que caían en contradicciones titánicas; Movimiento Ciudadano obtuvo una votación histórica en la elección anterior. Esto ya se ha dicho. Pero para mí ese no fue el principal éxito de Movimiento Ciudadano. Lo realmente relevante es que logramos salirnos de la lógica polar y asentarnos como una opción política real.
Movimiento Ciudadano es la única fuerza política de oposición que creció a pesar de la crisis. No es cosa menor, tomando en cuenta dos factores. Primero, que fue la elección donde también se asentó una nueva fuerza hegemónica. Segundo, la disparidad de recursos de todo tipo: mientras las alianzas salían con tanques de guerra a la campaña, Movimiento Ciudadano salía con resorteras y sondas. Era un David contra dos Goliats. Dos Goliats que, además, violaron la ley y adelantaron un año su campaña.
El reto que enfrenta Máynez no es menor. El tamaño debe subrayarse sin exceso de palabras, pero con contundencia. Estamos en una nueva era, donde los códigos y las coordenadas de la política han cambiado diametralmente. Donde lo falso puede ser verdadero, donde lo efímero vence a lo transcendente y donde la antipolítica mueve a la mayoría a refugiarse en la vida privada. El autoritarismo enajena a la gente de la política. ¿Para qué participar si es mejor que alguien más, con mucho poder, tome las decisiones públicas? ¿Por qué participar si el poder ya lo tienen otros? A eso se enfrenta hoy un dirigente de partido.
Movimiento Ciudadano debe apostarle a la organicidad y al territorio. No hay agua tibia que inventar. La política electoral es organización. Debemos hacer una apuesta seria por nosotros mismos. Pero, sobre todo, necesitamos seguir apostándole a las ideas de manera contundente. Debemos analizar lo que pasó en EE. UU. con los demócratas: no descuidar a las bases y los agravios que les aquejan. Tampoco hay que caer en una agenda woke irreflexiva que menosprecia preocupaciones reales cuando no embonan con algún postulado de vanguardia. Debemos profundizar nuestra agenda laborista, pero además aterrizarla en la vida real de las organizaciones de trabajadores. Defender la libertad, pero entender que esta no se logra sin condiciones de igualdad. Ese es el corazón de nuestra agenda socialdemócrata, de nuestro liberalismo igualitario. Cada uno de los representantes populares debe tener clarísimas las ideas para de ahí concretar la agenda política. La tribuna es poderosa, la tribuna convoca. Eso nos distinguirá y reafirmará que somos opción.
Máynez sabe todo esto. Lo mueve, como debe ser, una moral indignada y no una indolencia teórica. Encuentra energía en el testimonio diario de la injusticia y en la crítica del presente. Tiene, pues, voluntad de combate. Quizá por eso me encuentro optimista. Porque, como decía el viejo Gramsci, “el pesimismo es un asunto de la inteligencia; el optimismo de la voluntad”.[1]
@MartinVivanco
Diputado local en Durango