Fernando Escalante escribió hace poco que casi todo gobierno en el mundo busca legitimar su actuar con un propósito u objetivo extrapolítico.

Es decir, el conjunto de sus acciones políticas se justificaría fuera de la esfera de lo propiamente político, sea en el ideal de igualdad, de libertad, de bienestar, o algún principio parecido. Lo político no buscaría su autojustificación, sino que sería un medio para conseguir algo propiamente valioso, un ideal social que justifique precisamente esa necesidad que tenemos de lo político.

Sin embargo, dice Escalante, este gobierno parece ser una excepción a esta regla. El régimen lopezobradorista parece no tener un fin extrapolítico, sino que todo lo que hace se encamina a un solo objetivo: ganar elecciones . Todos los demás valores sociales se someten a este objetivo. La concentración de poder —que en una democracia se da a través de los triunfos electorales— aquí no es medio, sino fin en sí mismo.

Traigo a colación esta reflexión porque creo que sirve para leer la conducta reciente del presidente. La invitación a los gobernadores de Sinaloa y de Nayarit, el primero para ser designado embajador en España y el segundo para incorporarse al gobierno federal, muestra a todas luces la tesis anterior.

A ninguno de los dos se les hace la invitación por sus méritos como gobernantes, ni por su trayectoria profesional. Eso es irrelevante. Se les hace porque cumple un doble objetivo.

En primer lugar, es un premio a ambos

. En los dos estados ganó el partido del presidente por un margen amplísimo. El caso nayarita no ha sido tan documentado como el sinaloense, pero lo que sabemos de éste es escalofriante. Sabemos que el modo en que se operó la elección del pasado 6 de junio fue algo digno de una novela criminal. Operadores del PRI secuestrados, amenazados, golpeados. En pleno proceso electoral, de forma abierta, desfachatada, sin un dejo de simulación. Un operativo a todas luces orquestado en connivencia con las autoridades, porque a la fecha no hay ningún responsable de nada. No hay carpetas de investigación abiertas, nadie ha pisado la cárcel ni la pisará.

¿Qué habrá pasado antes y durante la elección entre los mandatarios y los operadores del presidente?, ¿qué acuerdos hubo, cómo se orquestó esta operación, quién la hizo? Son preguntas que quedarán en el aire. Lo que sabemos es que, hoy por hoy, los dos mandatarios de esos estados van a ser premiados a pesar de no emanar de las filas del partido oficial, de no tener un vínculo público con el lopezobradorismo y de supuestamente ser de oposición. Por cierto, esto debería ser el detonante de una discusión profunda del estado de nuestra democracia, pero lo hemos normalizado tanto que ni reparamos en su gravedad.

En segundo lugar, lanza una granada a la “alianza” opositora

. AMLO sabe que su victoria reconfiguró el sistema político mexicano. Su llegada dividió electoralmente al país en dos esferas: los partidos tradicionales y su movimiento. De ahí viene la frase manida de que AMLO “polariza”, pues sí: eso quiso, crear dos polos. Y la famosa alianza cayó en su juego. Aliándose PAN, PRD y PRI materializaron lo que antes era mero discurso. Le dieron a AMLO el poder de crear su realidad política y de moverse en ella. Las pasadas elecciones se desarrollaron bajo una

realidad impuesta por él. El diagnóstico general es que a Morena no le fue tan bien, que el presidente perdió. Como ya lo he dicho en este espacio: yo no comparto ese diagnóstico. Ganó 11 gubernaturas y sigue teniendo mayoría en el Congreso de la Unión. Ahora, al hacer este tipo de movimientos —los nombramientos—, sacude a la alianza que el mismo fraguó. Si en un primer momento quiso mostrar que todos eran lo mismo (y triunfó en el momento en cuanto se aliaron), en este segundo momento quiere dar el tiro de gracia a lo poco que queda de los partidos en lo individual. Por eso ofreció estos nombramientos. Él sabe que las columnas de la coalición se sostienen con palillos y ahí tiene su mira.

Si tiene éxito podría llegar al 2024 con 24 gubernaturas. Volvemos a lo mismo: el común denominador de todo esto es ganar más y más elecciones. No hay otro, ni primero los pobres, ni el bienestar del pueblo, ni la transformación, sino concentrar más y más poder. La pregunta es, una vez que se acabe su sexenio, ¿tanto poder para qué?

1. https://www.milenio.com/opinion/fernando-escalante-gonzalbo/entre-parentesis/el-desconcierto

@MartinVivanco
Abogado y analista político

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