La victoria de López Obrador en 2018 fue apabullante. Muchos imaginábamos que podía ganar, pero no dimensionábamos con qué fuerza. Como se ha dicho en repetidas ocasiones, el asombro llevó a la oposición a un pasmo. Frente al fenómeno, los partidos tradicionales no supieron reaccionar, repensarse y ponerse en pie. Pero no sólo afectó a los partidos, sino a la sociedad en general.

De pronto todos teníamos frente a nosotros a un presidente poderosísimo que dotó de nuevos significados, de nuevos sentidos, a nuestra vida colectiva. No hay mejor muestra de esto que el cambio de lenguaje que impuso AMLO. Antes se hablaba poco de “neoliberalismo”, de “fifís”, de “conservadores”. Hoy todos estos vocablos forman parte de nuestro lenguaje cotidiano. La polarización está ya instalada en nuestro sentido de creencias: hay un “nosotros” y un “ellos” definidos por el presidente. Ante su enorme legitimidad, ante las nuevas reglas que impuso, todos mirábamos atónitos, permanecíamos impávidos ante un fenómeno que no lográbamos entender.

La marcha del domingo cambió eso: transformó el pasmo en movimiento. Estoy convencido que no fue una marcha que sólo defendía al INE (por importante que esto sea). La marcha fue el primer movimiento de una disputa por el sentido de nuestra vida social. Fueron centenas de miles de ciudadanos que tomaron el espacio público para redefinir la “gramática de nuestra forma de vida”, como diría Habermas. Fue un movimiento que desafía la retórica de la política populista imperante. Fue el catalizador de un descontento que no lograba deletrearse, nombrarse. Ese desencanto por fin tomó forma física, corpórea, de ciudadanas y ciudadanos tomando las calles.

La dimensión simbólica de la marcha no es menor. Es la primera vez que un agente colectivo le disputa el monopolio de los símbolos al presidente. Una marea democrática inundando las principales arterias del país, Woldenberg recordando de dónde venimos, la palabra “democracia” por doquier. Después de cuatro años en los que todos los días son días del presidente, el domingo no lo fue.

Hace mal el régimen en minimizar la marcha. Hacerlo es no querer ver el cansancio de una sociedad con un gobierno que habla mucho y hace poco. Fue una oleada que vino desde ese malestar con las mentiras, con el reino de la posverdad de Palacio Nacional, con la monopolización de la voz pública, con quien no quiere ver la pluralidad del país y quiere reducirla a una masa homogénea del pueblo bueno y sabio —víctima de los villanos detractores—. Fue también el hartazgo de los que tienen memoria, de los que han luchado por este país, que han vivido tiempos peores y no quieren regresar a esos tiempos. Y de los que saben que todo, siempre, puede estar peor.

Por eso fue una marcha en defensa del INE, sí, pero también fue mucho más. Fue la movilización de los grupos más directamente afectados por la formación de significados del régimen. Fue una marcha en contra de quien nos quiere definir como una nación dividida y en quiebra moral. Es la primera vez que resuena un rotundo NO hacia el Presidente.

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Abogado y analista político @MartínVivanco

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