Desde hace tiempo se habla de que vivimos una “crisis de cuidados”. Es cierto. “Cada vez somos más las personas que requerimos de cuidados, y cada vez menos las personas dispuestas a prestarlos”.[1] Debido a esta crisis se han hecho varias propuestas para crear un Sistema Nacional de Cuidados en nuestro país. El tema ha cobrado tal relevancia que estuvo en la agenda electoral de todas las fuerzas políticas en la última contienda presidencial. Lo interesante es que no es a nivel federal en donde se están dando los pasos más importantes, sino a nivel subnacional. Ya son seis entidades federativas que reconocen el derecho al cuidado en su constitución local: CDMX, Jalisco, Tamaulipas, Estado de México, Puebla y, recientemente, Durango. Fuera de las complejidades normativas y competenciales que conlleva el aterrizaje de este derecho a la realidad, llama la atención que un derecho de tal trascendencia avance desde lo local. Me explico.
Una vez le preguntaron a una gran antropóloga qué cuál era el primer símbolo de civilización humana: ¿una cazuela, el anzuelo? Su respuesta, sin embargo, fue otra: un fémur roto, y posteriormente sanado. Un animal que se rompe una pierna, lo más seguro es que muera. Un fémur sanado implica que alguien cuidó del herido. Ese cuidado es el símbolo que nos distingue como civilización humana. Esta anécdota demuestra que los cuidados están en el corazón de nuestra sociedad. Somos, en esencia, una especie de cuidados. [2]
El Derecho al Cuidado es uno que nos reconoce más humanos de lo que pensamos. No exagero. El derecho al cuidado es un derecho que modifica la forma en que nos concebimos a nosotros mismos porque agrieta el paradigma que por muchos años se consideró como dogma, ese que dicta que la sociedad está compuesta por individuos egoístas. Esa manera de concebirnos —como una sociedad atomizada, llena personas aisladas con intereses contrapuestos y siempre en competencia— nada tiene que ver con la realidad. La realidad es que somos mucho más solidarios de que lo que creemos. Que nuestra vida cobra sentido a partir de la vida de los demás y, sobre todo, de cómo nos dirigimos hacia los demás. Parafraseando a Octavio Paz, se trata de esos otros que conforman un nosotros. Y en este sentido no hay nada más humano que cuidar y ser cuidados.
Por mucho tiempo los cuidados se dejaron en el ámbito íntimo y privado. Era un deber impuesto, especialmente a las mujeres, por el cariño, el amor y el parentesco. Y aunque esto puede tener toda la justificación, lo cierto es que minimiza lo que implica cuidar. Cuidar a alguien, por más cariño que se le tenga, es una carga: a veces llevadera, otras insoportable. Hay que decirlo: a veces se cuida a pesar de uno, de la vida de uno, y ahí es cuando el cuidado se convierte en una imposición injusta. Toda vida se puede ver truncada por un accidente o enfermedad. Y lo tradicional, insisto, era ver esas situaciones como desgracias que se debían enfrentar desde lo familiar. El Estado se mostraba indiferente ante lo que implicaba cuidar y lo remitía a un deber moral.
El problema es que no sólo atañe a la esfera íntima, sino a la pública. Porque los cuidados rebasan la esfera individual y se convierten en una actividad que trastoca múltiples dimensiones de nuestra organización social. Alguien que cuida, por lo general, ve afectada su vida laboral y con ello su derecho al trabajo. Alguien que cuida, también puede ver afectado su derecho al descanso, su salud mental, física y emocional. Y todos estos son derechos, es decir, son expectativas subjetivas que derivan en normas que consideramos fundamentales para vivir en una sociedad bien ordenada. Todos esos derechos se solapan y echan luz sobre la situación de hecho que las origina: el cuidado. Esa actividad que hemos normalizado como un deber moral, emanado del cariño y la compasión, mas no de un derecho que debe ser garantizado por parte del Estado.
Constitucionalizar el Derecho al Cuidado es un paso para remediar esta situación. No necesitamos un Estado impávido y neutral, no, necesitamos un Estado activo que se torne en la bujía que construya una comunidad de cuidados. Que lleve a cabo todas las políticas públicas posibles para garantizar que todas las personas que requieran cuidados los obtengan y que quienes cuidan lo hagan sin menoscabo a sus otros derechos. Y si lo hacen que lo hagan de manera equitativa, corresponsable y remunerada; en otras palabras: en condiciones de dignidad y justicia.
Garantizar el Derecho al Cuidado es encaminarse a revertir injusticias de género profundas. El 80% de los cuidados en este país recaen sobre las mujeres. Ellas dedican 3 veces más tiempo a los cuidados que los hombres. Para resolver esta necesidad de cuidados y al mismo tiempo atender la desigualdad de género que implica, el Estado tiene que hacerse responsable. No sólo de que exista una estrategia integral de cuidados, que se piense articuladamente, sino que también haya una estrategia para cambiar las dinámicas sociales que han depositado las labores de cuidado en las mujeres de manera desproporcional.
Este derecho también es un recordatorio de algo fundamental. Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos sido cuidados y vamos a tener que ser cuidados. Ya sea por edad, enfermedad o accidente, en algún momento necesitaremos que alguien esté para nosotros. Así, el reconocimiento de este derecho nos recuerda algo muy profundo: no estamos solos y no debemos estar solos. No somos seres solitarios que vagan por el mundo portando intereses egoístas, sino seres que florecen en comunidad. Sentirnos amados y cuidados son necesidades humanas que todos compartimos. Y, por tanto, el Estado no puede ser ajeno a un hecho —el cuidado— que constituye el origen mismo de la sociedad a la que pretende servir.
Reconocer este derecho y, posteriormente, forjar un sistema estatal de cuidados es hacernos cargo de esta corresponsabilidad que nos compete atender a todos. Ya van seis estados que asumen esta responsabilidad. Enhorabuena.
@MartinVivanco
Diputado Local de Movimiento Ciudadano en el Congreso del Estado de Durango
[1] Michel, Cejudo y Oseuera, “¿Por qué seguimos hablando del problema de cuidados en México?”, Nexos, febrero de 2024, disponible en: https://redaccion.nexos.com.mx/por-que-seguimos-hablando-del-problema-de-cuidados-en-mexico/
[2] Michel, Cejudo y Oseuera, “¿Qué no es un sistema de cuidados?”, Nexos, marzo de 2024, disponible en: https://redaccion.nexos.com.mx/por-que-seguimos-hablando-del-problema-de-cuidados-en-mexico/

