Decía Karl Popper que la democracia es valiosa en sí misma porque permite la alternancia en el poder político sin el costoso expediente de la sangre, ya que “las instituciones sociales nos proporcionan los medios adecuados para que los gobernantes puedan ser desalojados por los gobernados”. Esto quiere decir que la democracia es una forma de gobierno que tiene que ver, sobre todo, con cómo resolvemos nuestras diferencias en el ámbito de lo público de forma pacífica. En pocas palabras: ahí donde irrumpe la violencia no hay estado democrático.
Traigo esto a colación por las graves declaraciones del impresentable Félix Salgado Macedonio respecto al INE y, en específico, sobre dos de sus consejeros: Lorenzo Córdova y Ciro Murayama. Macedonio quiso intimidarlos amenazando con revelar en dónde viven y colocando un féretro con sus nombres en el templete. No es cualquier cosa, no es cualquier escena, no son simples palabras pronunciadas al calor de una arenga. La insinuación –nada velada– es que estaría dispuesto a ir por ellos hasta su domicilio para violar su privacidad y violentar su integridad física. Lo más grave es la imagen del féretro, que representa una amenaza directa a la vida de los consejeros. Me podrán decir que exagero, que todo es simbólico; un mero performance por parte de Salgado. No lo creo.
Hay actos del habla o actos simbólicos que son, a su vez, acciones con consecuencias en el mundo. En filosofía del lenguaje se conocen como enunciados performativos, es decir, un conjunto de palabras proferidas en ciertos contextos modifica el estado de cosas del mundo real. Por ejemplo, cuando una persona investida de ciertas facultades por el Estado pronuncia las palabras “los declaro legalmente casados” y aquellos a quienes se dirige aceptan esa declaración, el estado jurídico de los contrayentes cambia: de ahí en adelante serán cónyuges con todos los derechos y obligaciones que esto conlleva.
Así, simples palabras pronunciadas modifican quienes somos socialmente.
Lo mismo pasa con lo que se profiere en un espacio público por alguien que tiene aspiraciones políticas y que es, a su vez, miembro de un poder del Estado mexicano. Salgado no es cualquier mexicano, es un senador con licencia y aspirante a uno de los cargos más importantes del país. Sus palabras tienen un peso que no tienen las palabras de los demás ciudadanos. Por eso, cuando sus palabras se formulan en una amenaza son doblemente potentes. La amenaza por sí misma es delito según nuestro Código Penal Federal; pero, además, en las circunstancias en las que la pronuncia Salgado, merece la condena más enérgica por todas las autoridades del Estado. No ha pasado.
Lo preocupante de que no haya una condena enérgica –que debería provenir del propio presidente de la República- es que se abre un espacio a la violencia. Hay que decirlo claro: quien amenaza, violenta. Y si esa amenaza proviene de alguien investido de poder político, presenciamos un acto de violencia en donde se despoja al Estado de su principal atributo: el reclamo para sí con éxito del monopolio de la fuerza, es decir, de la violencia legítima. Legítima porque se debe apegar a las reglas y procedimientos que marca la ley. Cuando este monopolio se disputa por parte de cualquiera, pero sobre todo por parte como alguien como Salgado, lo que se pone en entredicho es ese monopolio legítimo de la fuerza, a saber, del propio Estado.
A esto sumemos que no sólo amenazó a los consejeros sino al proceso democrático mismo diciendo que si él no es candidato, no se celebrarán elecciones en Guerrero. No quiero dejar de resaltar lo grave de esto último. Es un personaje que abiertamente declara que, si las instituciones no sirven a sus propósitos, si no se adecuan a lo que él dice y manda, entonces él se encargará de desaparecerlas (por cierto, esto también es delito electoral). Ahora resulta que todo el andamiaje electoral que todos los mexicanos hemos construido por décadas está a merced de los caprichos de un bravucón. Sigo perplejo por lo que he visto. Nunca imaginé que alguien pudiera llegar a estos extremos de cinismo; pero ¿qué podemos esperar de alguien que no tiene la dignidad suficiente para renunciar luego de ser acusado de violación? El respaldo del presidente y de su partido Morena le ha hecho creer que su voluntad puede pasar por encima de la ley y de nuestras instituciones.
El martes el INE ratificó su postura: Salgado no será candidato porque no cumplió con la ley. El golpe de regreso vendrá fuerte. Hoy no toca quedarse a ver al toro –como él se “autodenomina”– desde la barrera. Toca entrar al ruedo a defender a nuestras instituciones. Necesitamos alzar la voz, no titubear y defender con valentía lo que hemos construido. Hay quienes piensan que la política es teatro y simulación; se equivocan. La política también es valentía. Necesitamos ser valientes. No es menor lo que está en juego.
@MartinVivanco