Ante las acciones de Trump, lo más lamentable sería caer en la desesperación. Hasta ahora, hay que decirlo, el gobierno de México lo ha hecho relativamente bien. Ha respondido con claridad, no ha caído en bravuconerías (como las de Petro), y ha mostrado su disposición al diálogo y a la cooperación. No digo que esto vaya a suavizar a Trump —no soy ingenuo—; ni que se vayan a abrir canales de diálogo tan sólo por la buena fe de una de las partes. Lo que sí creo es que esta estrategia le da al gobierno mexicano algo fundamental: tiempo.
En su show del New York Times, Ezra Klein ha hecho un brillante análisis de lo que realmente está pasando en EE. UU.[1] Desenmascara la estrategia de Trump con declaraciones de su asesor, Steve Bannon, en 2019. En pocas palabras, Trump quiere ser percibido como rey, aunque no lo sea y nunca lo será. Está actuando para crear esa realidad, hace el performance (o espectáculo) de un rey con la idea de que una ficción repetida muchas veces se convierte en realidad. La avalancha de órdenes ejecutivas y todos los frentes que ha abierto simultáneamente pretenden ser los instrumentos de su delirio y, más importante aun, del delirio colectivo que pretende crear. Pero lo que dice Klein es que la realidad de EE. UU. dista mucho de lo que Trump quiere proyectar.
Más allá del espectáculo de sus declaraciones y decretos, la realidad ha demostrado que los poderes de Trump están muy limitados. Sus órdenes ejecutivas sobre el derecho de ciudadanía por nacimiento y sobre el recorte al gasto ya han sido congeladas por jueces federales. La oposición se está fortaleciendo en el congreso e incluye a algunos cuadros republicanos. Sus niveles de aprobación (47%) están por debajo de los que cualquier presidente ha tenido en su primer mes de gobierno. La estrategia de Musk de correr al servicio público como lo hizo con los empleados de X le explotará en la cara, tal y como le sucedió cuando adquirió Twitter y como han hecho saber los empleados bajo amenaza. Los aranceles contra sus socios comerciales más importantes desde luego aumentarán la inflación en su territorio. Al tiempo, sus actos espectaculares se convertirán en desastres espectaculares.
Por todas estas razones, argumenta Klein, no hay que creerle a Trump. Los poderes de la presidencia no lo hacen rey. Punto. No caigamos en el error de creer que hay un plan y una estrategia muy bien pensada; lo que hay es un caos autoinducido con la esperanza de que el mito del rey se asiente y prevalezca. Trump sabe que el poder está donde la gente cree que está (tal y como se lo dijo Lord Varys a Tyrion Lannister en Game of Thrones); por eso lo peor que podríamos hacer es creer que, en verdad, tiene todo ese poder y alimentar ese mito. No lo tiene y es cuestión de tiempo para que los errores le empiecen a costar caro dentro y fuera de EE. UU. México le debe apostar a la “sabia virtud de conocer el tiempo”, como diría Leduc. Y, en el momento adecuado, actuar. Actuar sin alardes, sin bravuconerías y —eso sí— con mucha firmeza.
@MartinVivanco
Abogado y analista político
[1] Ezra Klein, “Don’t Believe Him”, The New York Times, 2 de febrero de 2025, disponible en: