La forma diferenciada en que se han abordado las protestas sociales en los distintos países de América Latina desde los medios electrónicos de comunicación, la prensa escrita y los mega-bots de las redes sociales, evidencia los poderosos hilos que mueven a este conjunto de sistemas que moldean la opinión pública en la región.

A lo largo de los últimos tres años, han ocurrido movilizaciones sociales de distinto alcance, magnitud y duración en países como Chile, Ecuador, Bolivia, Colombia y, ahora, Cuba.

La respuesta gubernamental y el horizonte de las mismas ha sido diverso.

En Ecuador las protestas contra el paquetazo económico fueron repelidas con mecanismos de contención y represión.

En Chile, las prolongadas protestas contra un sistema que convirtió en mercancías hasta los más elementales derechos sociales fueron dispersadas con actos que llegaron al salvajismo de arrollar a personas con tanques y de dispararles a los ojos con balas de goma, dejando tuertas a decenas de personas.

En Bolivia, varias protestas contra el gobierno de facto impuesto por medio de un golpe de Estado, fueron aplastadas por medio de masacres que dejaron decenas de muertos.

Más recientemente, en Colombia, las protestas sociales se prolongaron durante semanas, resistiendo una represión llevada a cabo tanto por las fuerzas formales del orden, como por fuerzas paramilitares.

Sin embargo, la atención de los medios del continente americano y de otras zonas del mundo a estos acontecimientos fue muy limitada, en algunos casos, nula, e incluso en otros, apologética de la represión.

Pero ahora que ocurrieron protestas sociales en Cuba, la atención mediática fue impresionante: rápida, masiva, multiplicadora, plena de emociones, crítica, implacable, acompañada de exigencias de auxilio y de solidaridad inmediata, así como de condenas políticas e ideológicas.

Todo lo que no ocurrió con las otras protestas.

Influyentes periódicos, grandes medios electrónicos y mega-bots en las redes sociales ignoraron unas protestas de semanas o meses (y avalaron la represión de las mismas) y magnificaron otras protestas ocurridas tan sólo unas horas antes.

En un diario mexicano, un articulista pontificaba: “el presidente Díaz-Canel mandó reprimir”, agregando que el Ejército de Cuba podía “disparar contra su gente”, para terminar diciendo: “Esperemos que el dictador asustado no cometa una masacre”.

Mensajes como ese se reprodujeron por millones a través de los medios aquí descritos.

Es decir, frente a hechos represivos que sí se concretaron en otros países, los poderosos medios del mundo guardaron silencio (“callaron como momias”, diría el clásico) o hasta los avalaron.

Pero frente a una situación en la que no se ha hecho uso de la fuerza represiva se hacen condenas anticipadas.

¿Qué anima tan contrastante diferenciación en el trato mediático entre unos casos y otros?

Evidentemente se trata de orientaciones vinculadas a los centros financieros hegemónicos.

América Latina es una zona del mundo de la que, por diversas vías, se extrae riqueza que se transfiere a grandes metrópolis. Es una zona con pobreza extendida y fuertes desigualdades. El modelo neoliberal ha agudizado dichas contradicciones. Por eso se busca minimizar el malestar de los pueblos contra dicho modelo.

Cuba es un país bloqueado económicamente precisamente porque ha escogido un camino que evite la agudización de las desigualdades. En una era en la que el discurso dominante es el libre comercio ese bloqueo económico resulta no sólo inhumano, sino completamente contradictorio.

Secretario de Gobierno de la CDMX

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