Enrique Krauze dejó de ser un intelectual orgánico y el oficialismo lo convirtió en parte de la oposición. En las filas morenistas está apestado. Admirado por unos que no son 4T, denostado por otros que son 4T, lo cierto es que Krauze, guste o no, ha dejado huella en la historia patria contemporánea. Son muchas sus contribuciones para conocer y dimensionar el devenir social y político de México.
Recientemente declaró que considera que la república está por desaparecer. Así lo planteó: “Después de tener dos Repúblicas intermitentes, dos Repúblicas simuladas y dos Repúblicas restauradas, México ha llegado al momento inédito en su historia de la República destruida". Palabras mayores, si bien la historia no la escriben los historiadores, sino el tiempo.
Perder la república sería la más dramática transformación de México. No puedo creer que ese haya sido el propósito del proyecto de transformar al país (4T), pero, sin quererlo, parece ser que podría ser el resultado, lo que resulta aterrador. México decidió, desde su creación constitucional en 1824, ser república, como ahora son la mayoría de los países contemporáneos, incluidos los totalitarismos de las revoluciones socialistas, la que fue URSS, la República Popular China y hasta Cuba, que de república tienen lo que el chismoso de discreto, lo que las putas de recatadas.
La república es un ordenamiento jurídico para garantizar y proteger los derechos de los ciudadanos en que se privilegia la democracia política, la participación política y la vitalidad pública. En las repúblicas socialistas que se organizan para garantizar la dictadura del proletariado, no hay división de poderes, no hay distinción entre Estado y sociedad, sino la concentración de todos los poderes en mano del partido político que representa la vanguardia de los trabajadores.
Para los no marxistas la misión del Estado republicano es, como decía antes, garantizar y proteger los derechos de los ciudadanos (Nicola Matteucci). Esa garantía está en la Constitución por lo que es la pieza clave del republicanismo. Sin constitución no hay república y sin república la constitución es como el catecismo del Padre Ripalda.
En la novela que acabo de publicar (El brillo del caudillo, editorial Picaporte 2025), hay un pasaje que se refiere al papel de la Constitución en la sociedad. Este es el hilo: Álvaro Obregón (el caudillo) tiene que ver reformada la Constitución para poder reelegirse. Para ello debe convencer al presidente Plutarco Elías Calles que reforme la Constitución como efectivamente ocurrió en la vida real: “Sabía (Obregón) que la Constitución es el estandarte de la política. Hay que evocarla, rendirle protesta, jurarla si fuera necesario, lo único que no se le puede permitir a lo plasmado en sus preceptos es que estorbe a la política. Si eso ocurre hay que reformarla, A final de cuentas para eso es el poder”.
Ahora, ya en la vida real, cien años después, la Constitución le estorbaba a la 4T en el ejercicio del poder. Por ello las avasalladoras reformas para silenciarla. Y ni hablar: poder mata Constitución. Lo que hemos visto no tiene vuelta atrás, pero esperemos no sea para siempre.
Al final la historia no la escriben los historiadores, sino el tiempo. Por lo mientras (como decía mi vecina Esperancita que se fue de este mundo hace unas semanas, después de haber transitado por este plano 101 luminosos años ), siguen concentrando el poder y la idea de república va dando tumbos. Por lo mientras.
Profesor de derecho constitucional en la UNAM mmelgar@satx.rr.com






