Cuando Estados Unidos y Alemania peleaban en la II Guerra Mundial, en los laboratorios se libraba otra batalla para producir la bomba atómica. Los científicos estadounidenses, encabezados por Robert Oppenheimer, temían que una explosión nuclear, con la fuerza de once millones de toneladas de dinamita, incendiara la atmósfera. La posibilidad apocalíptica de que se disparara una explosión de nitrógeno en la atmósfera o de hidrógeno en el océano, llevó a esos sabios (varios Premio Nobel) a considerar si no sería mejor que Alemania ganara la guerra.
El presentimiento de una catástrofe similar está presente debido al daño que ya causa a la población estadounidense el fentanilo. Según los Centros para Control y Prevención de Enfermedades de EU, el fentanilo es 50 veces más potente que la heroína y 100 veces más potente que la morfina. Causó 109 mil muertos en 2022.
Conforme a InSight Crime, un creíble think tank, México es el más alto productor y distribuidor de esta droga. Dos grandes grupos criminales son los responsables, pero requieren una enorme red de pequeños subcontratistas que importan, producen y transportan la droga sintética, lo que complica más el panorama. El fentanilo viene sustituyendo a otras sustancias como la cocaína, las metanfetaminas y la marihuana.
La historia data desde 2019 cuando el Culiacanazo. Entonces el Ejército mexicano detuvo por primera ocasión a Ovidio, el hijo del Chapo; como respuesta, el cártel tomó las calles de Culiacán y amenazó con violencia. López Obrador ordenó liberar al capo para evitar mayores incidentes. El escándalo fue mundial. Ahora en un giro, el gobierno favoreció la extradición de Ovidio en un trámite que caminó, mejor dicho corrió, fast track. Adicionalmente, el presidente pidió a sus colegas latinoamericanos reunidos en Colombia con motivo de la Conferencia Latinoamericana y del Caribe sobre Drogas que no se le debe dar la espalda a Estados Unidos en el problema del consumo del fentanilo, dijo textual: “Hacer que no les importa esta situación”.
La extradición generó beneplácito del gobierno estadounidense. La asesora de la Casa Blanca Liz Sherwood-Randall declaró que “agradecía a las contrapartes mexicanas por su participación en la salvaguarda de nuestras gentes de los violentos criminales”. El fiscal Gertz, que había estado escondido después de varios escándalos locales, también fue felicitado.
A la entrega del Chapito siguió una interesante situación como lo narra InSight Crime. En septiembre llevaron una investigación de campo en Sinaloa entrevistando a suministradores de fentanilo (uno, cabeza de un importante grupo productor, un proveedor-productor y un cocinero de drogas sintéticas) quienes les comunicaron que habían recibido órdenes de detener la producción y la venta de la droga sintética desde hacía varios meses, sin que sus jefes les explicaran la razón. Otros informes señalan que los Chapitos, Iván Archibaldo y Alfredo, pendientes de capturar, dieron las órdenes. Como no todos son obedientes, en los alrededores de Culiacán han aparecido cadáveres esposados, con signos de tortura y a su alrededor cientos de pastillas de fentanilo. El macabro mensaje es inequívoco.
La potencia del fentanilo y las pingües ganancias que genera, la proliferación de esta droga y de otras sintéticas, producidas en los laboratorios químicos y no en los campos de cultivo, avizora un negro panorama, casi apocalíptico, como el de la bomba que se temía en la guerra mundial. Por ello y por la presión estadounidense se explica el notable giro de AMLO.