La supuesta comodidad del establishment mundial se debía a paradigmas ahora tambaleantes. Los paradigmas se sustentan en algunas estructuras que parecían inamovibles. Los paradigmas políticos son modelos universalmente aceptados que orientan la manera como se organiza una sociedad.

No como consuelo del mal de muchos, pero fuera de México hay paradigmas inestables. Ejemplos: el estado de derecho, la división de poderes, la independencia judicial, la necesidad de las minorías en sociedades democráticas, los órganos autónomos con independencia técnica, la carrera de servicio profesional, la proscripción del uso de la fuerza en las relaciones internacionales, el orden internacional bajo reglas básicas de paz y seguridad (ONU); el sistema de libre comercio bajo reglas acordadas (OMC).

En Estados Unidos se observa un ataque despiadado a instituciones que parecían imperturbables. Una de ellas es el legendario FBI, la poderosa oficina que en algún momento, a pesar de formar parte de la estructura administrativa del poder ejecutivo, entró en serio conflicto con el presidente Kennedy. Edgar Hoover, el proverbial director del FBI se convirtió, no obstante ser empleado de Bob Kennedy, en un terrible dolor de muelas. A pesar del conflicto entonces, ni siquiera se pensó en hacer dimitir al director del FBI. (Para quienes prefieren ver que leer, recomiendo J. Edgar, magnífica película con Leonardo di Caprio; como Hoover, dirigida por Clint Eastwood).

En 2016, James Comey, director del FBI llevó una investigación sobre los correos electrónicos de Hillary Clinton que afectó el resultado de las elecciones. Trump insatisfecho y desconfiado, quería más. Sospechó que Comey había protegido a su rival demócrata. Ya en la oficina oval, Trump le pidió a Comey lealtad personal y que detuviera la investigación de su asesor de seguridad nacional Michael Flynn. Comey enarboló su independencia y prosiguió con la investigación sobre los vínculos de la campaña de Trump con Rusia. Esto para Trump fue una traición, un desafío a su autoridad presidencial. Más adelante Mueller, el fiscal especial amplió la investigación sobre la injerencia rusa en el proceso electoral estadounidense y en particular la obstrucción de justicia imputable a Trump. Este culpó a Comey de estar detrás de la investigación.

Trump desafió la tradición de independencia del FBI y cesó fulminantemente a Comey. Ya declarada la guerra, Comey publicó en 2108 A Higher Loyalty: Truth, Lies and Leadership, donde comparó a Trump con un padrino de la mafia.

La rivalidad Trump-Comey llegó ahora a la imputación de un gran jurado contra Comey, que según expertos no tiene visos de progresar, pero es muestra inequívoca del rompimiento institucional de Estados Unidos y de la división irreconciliable entre republicanos y demócratas. Comey, sin cargo, se pronunció a favor de Biden en la fallida campaña de éste.

El FBI, que llegó a ser un auténtico contrapeso del presidente, se ha convertido en una oficina de oficialía de partes, atenta a cumplir las instrucciones presidenciales por más absurdas, ilegales y destructoras del estado de derecho. El conflicto entre Trump y el exdirector del FBI James Comey entrará a las páginas de la historia política de Estados Unidos como ejemplo del abuso del poder político por encima de la ley, las tradiciones jurídicas y la decencia pública. La interferencia presidencial ha encendido los timbres de alarma por la afectación a una institución independiente que daba seguridad y solidez al estado de derecho. Los Intocables han dejado de serlo.

Profesor de Derecho Constitucional en la UNAM

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