Finalmente concluye la farsa comedia que ha venido escenificando Trump con los seguidores que le quedan. Llegó la esperada reunión del Congreso de Estados Unidos para hacer el conteo final de los votos del Colegio Electoral . Será presidida por el vicepresidente Mike Pence, quien habrá de declarar que el ganador de la contienda es efectivamente quien ganó la elección: el presidente electo Joseph Biden. No obstante, falta todavía un episodio que haría sonrojar a quienes imaginaron un país, como se suponía que era Estados Unidos, basado en varios principios: las reglas de la democracia, la supremacía de la Constitución, la responsabilidad de los servidores públicos y la soberanía popular. Este sistema copiado por decenas de países, incluyendo el nuestro, se tambalea por la acción de unos forajidos de corbata que cuentan millones y millones de dólares en sus cuentas personales.
La regla central de un sistema democrático es la aceptación de la derrota y el crédito al ganador. Lo mismo que sucede en un partido de béisbol en que se lucha hasta el final, pero cuando el ampáyer al cantar el último out decreta el fin del partido, los contendientes no tienen otra opción que aceptar la derrota; si son buenos deportistas felicitar al vencedor y si tienen propósito de enmienda revisar las fallas que los llevaron a la derrota. Lo mismo sucede en las democracias. Por eso cuando no se aceptan los resultados legalmente obtenidos, lo que se vulnera es la entraña misma del sistema democrático.
El vicepresidente Pence tendrá su momento de gloria o su incorporación al elenco de villanos. Ha sido un vicepresidente que no se ha hecho notar, taimado, observador, calculador, leal a su jefe como perro fiel, el mejor amigo de Trump. No tiene Pence las facultades para tirar la elección, pero si para arrojar estiércol al proceso electoral más concurrido en la historia de ese país. Su función es meramente protocolaria, (conservar el orden y el decoro de las sesiones) aun cuando la investidura es impresionante: presidente del Senado. No obstante, no tiene siquiera la facultad esencial de cualquier miembro de un cuerpo colegiado como es votar. Solamente lo puede hacer en caso de empate, lo que no ocurrirá este día. Los demócratas tienen mayoría.
La función de Pence se reduce según las leyes, a abrir el sobre con las boletas electorales, darle el resultado a un grupo de escrutadores, preguntar a los miembros del Congreso (senadores y representantes) si tienen alguna objeción, anunciar las objeciones si las hubiere y anunciar el resultado de la elección. Una misión meramente ministerial y de divulgación al pueblo que votó.
A pesar de los esfuerzos de Trump por ensuciar la elección, a pesar de todas las argucias legales para revertir el resultado adverso, a pesar de la intentona que se espera esta mañana el resultado favorable a Biden es incontrovertible. Conforme al complicado sistema electoral estadounidense los resultados electorales han sido certificados por todos los cincuenta estados, en muchos se han dado conteos adicionales con ejércitos de auditores y hasta la Suprema Corte de Estados Unidos, mayoritariamente conservadora y supuestamente solidaria a Trump, desechó 60 intentonas para revertir los resultados. La más descabellada fue la última con la que un grupo de representantes republicanos le pidió a un juez que obligara a Pence a no desempeñar su función tradicional de un quasi maestro de ceremonias. Que se le facultara para revertir los resultados electorales, lo que un juez federal desechó de plano.
Pence tendrá que hacer lo que han hecho otros vicepresidentes en la historia de ese país. Nixon en sus memorias escribió que uno de los momentos más difíciles de su carrera política y ¡vaya que tuvo varios espinosos!, fue cuando tuvo como vicepresidente que declarar su propia derrota ante John F. Kennedy que lo venció en cerrado margen. Al Gore, se vio en el mismo papel, aunque de manera más dramática pues la elección que llevó a George W. Bush a la presidencia se decidió por un voto, el de la ministra de la Suprema Corte Sandra Day O'Connors.
Este día significa por fin el derrumbe de Donald Trump. Poco quedará de Trump, si acaso la memoria cada vez más desgastada del muro inconcluso y que prometió México pagaría.