Ahora que regresé a México, me reencontré a principio de este año con mi amiga la güera, que también trabajó en el exterior, aunque para un organismo internacional. Es la misma que hace 30 años me dijo muy preocupada que no sabía qué hacer con su vida: “estoy en una encrucijada, no sé si seguir laborando en la cancillería -en un alto puesto-; irme al exterior -pues había ganado una beca en un organismo-; o estudiar una maestría en Europa”.

Esperé unos segundos a que la tragedia apareciera, ya fuera que estuviera embarazada y sin saber por qué; o enferma y en fase terminal; o bien, que sus lindas piernas fueran de palo -caoba o cedro, desde luego- que no la dejarían cumplir ninguna de las alternativas. Ante su silencio, le dije serio: “güera, te das cuenta de tu encrucijada; tienes tres opciones en la vida, hay gente que no tiene ninguna. Elige la que te haga más feliz”. Todavía me dijo la descarada que lo que realmente la haría feliz era casarse con un millonario. Le contesté un poco enfadado: “entonces búscate un millonario”.

Ahora que nos vimos, le pregunté cómo le había ido en la vida y me respondió muy seria que cumplió sus propósitos: “estudié una maestría e ingresé al organismo internacional, donde alcancé buenos puestos, pero no he sido feliz. Creo que debí casarme, aunque fuera con un pobre, pues el millonario nunca llegó”.

Aunque siempre aparentaba ser fuerte, la vi con cierta ternura al nublársele los ojos y le ofrecí un largo y fuerte abrazo, no sólo por su historia, sino por el tiempo que no nos vimos y platicamos como antes, largo y profundo. Me comentó que no entiende lo que pasa en México con este gobierno de cuarta y que aborrece a AMLO y todo lo que tenga que ver con su movimiento. Le pregunté por qué y tardó cerca de una hora tratando de ordenar sus argumentos, sin lograrlo, hasta que declaró que no sabía bien a bien su odio, aunque estaba de acuerdo con todo lo que sus intelectuales preferidos decían de él en la televisión o en los diarios.

Entonces, le inquirí: “es que tu piensas por tus intelectuales preferidos y no por ti”. “ahhh tu siempre tan profundo” -me dijo-; ¿y qué hago? “Escucha otras voces para que contrastes ideas y argumentos y saca tus propias conclusiones, pero tus propias conclusiones -le recalqué-, no las de tus intelectuales preferidos, que es precisamente lo que ha pasado con la clase media en México, que ha dejado de pensar por ella misma” -le dije firme para obligarla a debatir-. Está bien -contestó de mala gana-, comenzaré a leer tus artículos que, por cierto, no sé cómo te los publican en El Universal, junto a algunos de mis intelectuales preferidos. “Justamente de eso se trata güera -le dije-, que la gente pueda contrastar ideas y las obligue a reflexionar por ellas mismas”.

Acordamos entonces ir juntos a algunos actos de campaña de ambas candidatas presidenciales. Empezamos con la concentración de Claudia al inicio de la campaña, en el Zócalo, donde quedó sorprendida del poder de convocatoria de MORENA y, sobre todo, del tipo de gente que abarrotó la plaza. “Son un chingo”, me dijo viéndoles su ropa y haciendo gestos de fuchi. “No les veas la ropa, ni hagas caras, ve sus rostros, empoderados, orgullosos y decididos a ganar” -le dije emocionado-. “Pues donde se visten -dijo despótica-, en la lagunilla”; claro que sí -le dije sarcástico-, donde encuentras todas las tendencias de moda a bajo costo.

Luego tocó el turno de acompañarla a las marchas “el INE no se toca”, donde fueron oradores dos expresidentes, del IFE uno, del INE otro, que más parecían candidatos presidenciales, con quienes se identificó la güera, pues le parecieron interesantes.

Después, vimos juntos los tres debates presidenciales, donde ella hacía comentarios de vestuario, maquillaje y presencia de las candidatas, pues creo que en su juventud quiso ser modelo, pues era guapísima -todavía lo es a los 60-, mientras yo le subrayaba las ideas y propuestas.

Ya para cerrar campañas, volvimos a otra de las marchas del movimiento rosa, donde su candidata aseguró que ganaría la elección, que emocionó a la mayoría de los asistentes. Me dijo sonriente: “ya ves, la ola rosa va a ganar”. “Pero güera todas las encuestas están en contra y por amplio margen” -le dije perturbado ante la falta de objetividad de mi amiga-. “Que no ves la plaza tan llena, a la gente bonita y contenta y bien vestida” -mencionó emocionada y gritando fuerte-. Lo único que le dije fue que un Zócalo lleno no gana una elección, sino 32 Zócalos. No me entendió y respondió: “solo déjame gozar mi México bonito”.

En el último evento de Claudia, en el mismo Zócalo, me dijo que la candidata parecía fantasma, toda blanca y delgaducha; le insistí en que se concentrara en las ideas, pero fue imposible, pues, a veces, entre mujeres, persisten más las vanidades que las propuestas. Ya casi al final, se anunció que, para cerrar el evento, amenizaría al público el grupo de los Ángeles Azules, cosa que -para mi sorpresa- agradó a la güera, quien emocionada me preguntó si eran los de “Iztapalapa para el mundo…. pipiripipi”. Le contesté que sí, pero sin el pipiripipi, pues esos eran otros.

Al compás de la música vi con gusto que sabía todas las letras y empezó a bailarme. Recordé entonces que ese era uno de sus pasatiempos, al que recurría ella en tiempos de presión, alegría y tristeza para sentirse mejor. Al final del concierto estaba eufórica y hasta me preguntó si me casaría con ella. Le dije que no, que no éramos compatibles, además de no ser millonario, “pero bailas bien” -dijo abrazándome del cuello-.

Luego de llevarla a su casa, pues me preocupaba su estado de felicidad, me quedé pensando en lo que había sucedido esa tarde, en que la música popular puso a bailar a una fresita con un no fresita, es decir, convivir sin pelear, sin odios, ni rencores, por lo que llegué a la conclusión de que para superar esta etapa de polarización política que vive el país era necesario encerrar a pobres y ricos en un concierto de los Ángeles Azules y bailar alegres, a ver qué pasa: o se reconcilian o se reconcilian.

Mi última comunicación con la güera fue el domingo 2 de junio, por la noche, cuando triste me dijo que la “pinche Xóchitl” la había decepcionado. “De quien debes estar decepcionado es de tus intelectuales preferidos, que te hicieron creer que ganaría” -le dije seguro-. “Sí, creo que tienes razón; ya lo pensé bien y me sumo a Claudia, pues si llega una, llegamos todas, como dice ella” -mencionó toda despreocupada-. Luego dijo que se iría un rato a España a celebrar el triunfo de las mujeres mexicanas.

Pensé entre mí “pinche güera tramposa”, aunque me dio gusto por ella, ya que por lo menos, logró sacar sus propias conclusiones.

Politólogo y exdiplomático

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