El triunfo y regreso a la Casa Blanca de Donald Trump, con todo y sus amenazas y desvaríos de grandeza, me hacen pensar que el imperio está en decadencia
Influenciado por películas de ciencia ficción de Hollywood, en las postrimerías del siglo XX, cuando los enemigos terrenales de Estados Unidos se habían terminado -primero, el final de la guerra fría; luego, la desintegración de la Unión Soviética; después, la caída del muro de Berlín y, finalmente, el triunfo del mercado-, siempre pensé que el final del imperio estadounidense se daría ahora a manos de extraterrestres, guerras e invasiones de otros mundos, pandemias y hasta desastres naturales y ambientales.
Me asustó mucho ver los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, que asemejaban bombardeos extraterrestres, o bien, la pandemia del COVID de hace unos años, que en aquel país alcanzó más de un millón de víctimas. Incluso me preocupan ahora los grandes incendios en California, pues inconscientemente pienso que mis predicciones podrían materializarse, ya no sólo en ese país, sino en todo el mundo, debido al cambio climático y a la pasividad e indolencia mundial para enfrentarlo.
Sin embargo, la victoria electoral y política de Donald Trump, quien asumió la presidencia por segunda vez, este 20 de enero, me han devuelto la racionalidad y la razón de que la caída del imperio vendrá desde sus entrañas, como ha sucedido siempre en la historia de los grandes imperios, donde las contradicciones internas y las guerras terminaron con su grandeza.
Y es que la trompeta Trump ha sonado fuerte a lo largo y ancho de ese país, llamando a los millones de personas que votaron por él, ganando incluso el voto popular, a destruir lo que queda de la gran nación que crearon los padres fundadores en aquel histórico primer congreso de 1789, precisamente en Nueva York. Veamos ¿por qué?
Primero, los principios y valores en los que se basó toda la estructura del imperio han sido pisoteados por Trump y los republicanos:
1) la democracia y el orden de las cosas entraron en crisis en aquel ataque al capitolio del 6 de enero de 2021, donde Trump y sus seguidores incitaron a una rebelión para revertir el resultado de las elecciones adversas al magnate. El congreso realizó una exhaustiva investigación, donde concluyó la responsabilidad del entonces expresidente Trump en el devenir de los hechos, al tiempo que abrió la puerta para que cientos de simpatizantes fueran enjuiciados y sentenciados por su comportamiento violento. Ambos, tanto Trump, como sus seguidores, han sido absueltos o amnistiados por esos graves delitos. Por tanto, el daño a la democracia y al orden de las cosas quedó impune.
2) la verdad, como principio de acción de los ciudadanos e instituciones de ese país ha sido sustituida por las miles de mentiras que Trump ha dicho en estos últimos años y que han transformado el comportamiento social, por lo menos de quienes creen en dicho personaje y votaron por él y han asumido como suya la mentira como nueva forma de vida.
3) la aplicación irrestricta de la ley ha sucumbido a los caprichos del magnate, quien no ha sido castigado -ni será- por ninguno de los más de 90 cargos que acumuló en 4 juicios, donde -seguramente- saldrá absuelto o amnistiado luego de su toma de posesión. La ley y la justicia han sido vulneradas y puestas en duda.
4) el equilibrio social, político y económico se ha roto, dando paso al odio y la división racial de nuevo, luego de que la supremacía blanca que rigió buena parte del imperio se vio amenazada por el primer presidente de color y sus acciones de justicia social a favor de las minorías que, de alguna manera, amenazó con el statu quo. Ni republicanos, ni demócratas han sido capaces de recuperar ese equilibrio.
5) hasta el lema de los Estados Unidos, In God We Trust, pudiera cambiar ante los caprichos y locuras del magnate, ahora por el de “In Trump We Trust”, que pronto estará en los billetes verdes, con la efigie de este personaje, riéndose a carcajadas, luego de comprobar que sus bajos instintos se han convertido en los nuevos principios y valores -mentira, amenazas, racismo, discriminación, misoginia, exclusión, odio, y división-, que dominan ahora a la sociedad estadounidense.
Segundo, el sistema político también se ha roto, y con ello el statu quo que dominó por tanto tiempo a la sociedad estadounidense, donde la mayoría blanca ha sido amenazada, no sólo por un presidente de color, sino por el crecimiento de las minorías raciales -negros, latinos, asiáticos- que, en lugar de convenir en un nuevo pacto social, los republicanos encontraron que la mejor manera de hacer frente a esa amenaza era un personaje obscuro, capaz de sacar lo peor de los ciudadanos, como lo es Trump. La respuesta de los demócratas también ha sido tardía, equivocada y limitada, donde han perdido los viejos apoyos sociales y políticos ante las promesas huecas del “designado por Dios para hacer a América grandiosa otra vez”.
Tercero, la composición bélica del nuevo gobierno -llena de halcones, águilas, víboras y otros depredadores del medio ambiente- llama a la guerra por todos lados: comercial, con China, México y Canadá, y todo el que comercie con EU, ante la amenaza de aranceles y proteccionismo, en una especie de contra neoliberalismo, que probablemente arrastre a todas las economías; política, con la resurrección de viejos y nuevos enemigos del imperio que no sólo no han desaparecido, sino incrementado; militar, teniendo al uso de la fuerza como recurso para -dice él- recuperar territorio estratégico (Groenlandia, Canadá, Canal de Panamá y hasta el Golfo de México); y medio ambiental, donde los nuevos ricos tecnológicos que acompañan a Trump en esta última aventura del imperio, buscan otro planeta que conquistar ante la destrucción que se avecina.
Sí, la decadencia del imperio estadounidense está en proceso, pues como decía un emperador romano: “Sólo se puede destruir una gran nación cuando ella misma se ha destruido interiormente”. Y EU con Trump a la cabeza lo está haciendo.
Mientras tanto, sus seguidores gritan por doquier: “In Trump We Trust”, pues también han cambiado de Dios.
Mario Alberto Puga
Politólogo y exdiplomático