La película de Match Point inicia con una escena de partida de tenis, cuando la pelota golpea la red y se queda rebotando en ésta para abrir con las siguientes palabras “Aquel que dijo más vale tener suerte que talento conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, asusta pensar cuántas cosas salen de nuestro control. En un partido hay momentos en que la pelota golpea el borde de la red y durante una fracción de segundo puede seguir hacia adelante o caer hacia atrás. Con un poco de suerte sigue hacia delante y ganas, o no lo hace y pierdes” El futuro de la mitad de las personas juzgadoras está en ese borde de la red y con ello, la estabilidad del sistema de justicia.
El Estado de Derecho, la protección de Derechos Humanos, la división de poderes y la democracia son cosa seria, aunque haya quien la esté desdeñando dejándola al arbitrio de la suerte, de una tómbola. La frase citada precisamente reconoce que hay cosas fuera de nuestro control, pero los principios citados, no: el Estado tiene la obligación de promoverlos, respetarlos, protegerlos y garantizarlos, pero hoy los ha echado a la suerte.
La famosa -no por efectiva- tómbola es literal y simbólica a la vez en un país que durante los últimos años ha vivido de símbolos y no de resultados. Con una discusión pobre sobre un cambio tan trascendental a través de la reforma judicial, con errores de técnica legislativa tan graves que contradicen la Constitución misma -con una respuesta tan burda como “no importa volvemos a reformar”, como si la Constitución fuera un cuaderno de borradores- con la decisión de autoridades para desconocer la ley y con ello flagrantemente cometer delitos, con ministras que desconocen lo que discuten y prefieren hablar de redes sociales en el Pleno del Tribunal máximo -eso sí es absurdo-. Hoy México mismo está en la tómbola.
He tenido, sí lo llamo privilegio, de conocer a las personas detrás de la toga y a quienes están bajo su cargo. Oficiales judiciales que atraviesan la ciudad entera para trabajar, esperando que llegue su turno de llegar a ser juezas o jueces mientras estudian y se preparan. A las y los actuarios que con mucho ingenio salen a notificar, llueva, truene o relampagueé. A las y los secretarios que devoran expedientes para proyectar, analizando cada argumento, cada prueba, cada palabra que obra en miles y miles de páginas. Y por supuesto, a las y los titulares; juezas, jueces, magistradas y magistrados que han dedicado su vida a esta -que no es cualquier actividad- a la vocación de servicio público: a la impartición de justicia.
Las y los conozco y reconozco. No fueron pocas las historias que escuché sobre mudarse a otro Estado dejando a la familia a cargo del cónyuge, de los abuelos, o de quien pudiera hacerse cargo para ir a servir a la justicia, así fuera en los Estados donde sabían que habría amenazas a su integridad. De quienes perdieron amistades y parejas por dedicarse al estudio, sin ningún propósito de superioridad intelectual, sino porque la ciudadanía lo merecía, merecemos.
Hoy las vi con ojos llorosos, con la voz entrecortada, pero con la cabeza en alto y la dignidad intacta. Y si bien porque están viendo desmoronarse ante sus ojos lo que construyeron con tanto esfuerzo, su dolor también surge de saber que la justicia está hoy echada a una tómbola, que no sobrará el oportunista, el político disfrazado con toga, el que responde a intereses propios y no a la protección de los más desprotegidos. Toda mi solidaridad para quienes ven su futuro y méritos sujetos a la suerte. Pero sobre todo, mi admiración para quienes supieron dignificar la labor judicial. Gracias a quienes defendieron y construyeron a través de sus sentencias, un país más justo. No hace falta nombrarles, ustedes se reconocieron en estas palabras.
La suerte echada está y no queda de otra que aceptar que solo hoy, no la podemos controlar. El futuro es incierto, no sabemos de qué lado caerá la pelota, pero lo que está claro es que la justicia no puede dejarse al azar. A las nuevas generaciones nos toca recoger las piezas, reconstruir y mejorar el sistema y recuperar el Estado de Derecho. Lo que las generaciones anteriores han logrado no puede caer en el olvido, pavimentaron camino, es su legado lo que debe inspirarnos para seguir luchando por una justicia imparcial, independiente y libre de intereses ajenos a la protección de los derechos. Ahora, más que nunca, debemos recordar que la suerte no puede determinar el destino de la justicia. Este es el momento de actuar y retomar lo que es nuestro deber controlar. Llegará el día, espero no muy lejano, en que le ganaremos a la suerte.
Mariana De Lucio, abogada especializada en Derechos Humanos por la UNAM y Maestra en políticas públicas por la Universidad de Oxford. @DeLucioMariana