Imaginemos el Paquete Económico 2026 como un tren de alta velocidad que promete llevarnos hacia el desarrollo. Nos muestran mapas detallados y horarios optimistas: una ruta rápida a la prosperidad. Sin embargo, al examinar las locomotoras, los rieles y el combustible, descubrimos que no estamos ante un tren bala, sino ante un convoy que recorre lentamente una vía circular. Además, arrastra pesados vagones de deuda, mientras las estaciones del futuro pasan de largo.
La falsa primavera de las proyecciones oficiales
El panorama comienza con cifras alegres. La Secretaría de Hacienda proyecta un crecimiento del 2.3% para 2026. Un contraste con las previsiones más modestas del Banco de México (Banxico), analistas privados y el Fondo Monetario Internacional (FMI), quienes anticipan un 1.4%. Esta divergencia no es menor, sino la continuación de un patrón: en 13 de los últimos 17 años, las proyecciones oficiales han resultado en exceso optimistas.
Proyectar este escenario favorable permite enmarcar la discusión en un nivel de endeudamiento más liviano y un marco fiscal aparentemente más generoso. Un crecimiento menor implica menos recaudación y que el peso de la deuda sea mayor —lo cual es una realidad incómoda.
Esta narrativa optimista se extiende al sector energético, el talón de Aquiles de las finanzas nacionales. El plan presume una producción petrolera de poco menos de 1.79 millones de barriles diarios (mdb), un nivel que no logramos desde 2023. Hoy, a mediados de 2025, producimos 1.63 mbd. Es una apuesta arriesgada: si la producción no se recupera, los ingresos caerán. Incluso si el precio del petróleo sube, sólo estaría compensando nuestra incapacidad para producir lo proyectado.
Un futuro hipotecado
Para cubrir la brecha entre los ingresos reales y el gasto planeado, el gobierno recurre a un endeudamiento masivo. La necesidad de financiamiento equivaldrá a pedir prestados 4,349 millones de pesos cada día del año. Este ritmo acelerado tiene una consecuencia inevitable: la deuda pública total alcanzaría un nivel récord del 52.3% del producto interno bruto (PIB). No obstante, si el crecimiento es menor, como el que anticipa Banxico (1.4%), este indicador escalaría al 53.4%. Y si el déficit resulta mayor —como ha sido la tendencia—, podríamos llegar al 54%.
¿Para qué estamos sacrificando los mexicanos el presupuesto público futuro? ¿En qué estamos gastando hoy ese dinero que pedimos prestado?
La lógica detrás de este endeudamiento es preocupante: por cada nuevo peso que adquirimos, apenas 61 centavos se destinan a inversión. El resto, 39 centavos, financia simplemente el gasto corriente del día a día. Eso se traduce en gastar hoy el dinero del mañana.
La asfixia silenciosa del gasto comprometido
Las arcas públicas no son un cofre abierto para construir el futuro, sino una caja fuerte con cuatro cerraduras que estrangulan la flexibilidad presupuestal:
- Pensiones, que crecen sin un financiamiento sostenible y es el gasto obligatorio que más ha crecido en los últimos años. Pasó de absorber el 16% de los ingresos propios en 2018 a un 27% para 2026. Esto significa que, de cada peso que recauda el Estado, 27 centavos se destinarán exclusivamente a este concepto.
- Transferencias a los estados, que en su mayoría no están condicionadas a resultados. Éstas capturarán el 30% de los ingresos y representan el 6.7% del PIB (2.6 billones de pesos), lo que refleja su gran peso dentro de las finanzas públicas federales. No obstante, el presupuesto destinado a las entidades federativas se ha estancado en los últimos años.
- Costo financiero de la deuda, no cubierto por la rentabilidad de las inversiones y que absorberá el 19% de los ingresos del Gobierno, equivalente al 4.24% del PIB. Se trata de la mayor proporción de recursos destinada al pago de compromisos financieros desde 1996, tras la crisis económica de 1994-1995. La diferencia es que ahora esto ocurre sin que el país atraviese una crisis evidente. Esta carga equivaldrá a 11,696 pesos por mexicano, lo que representa un incremento del 60% respecto a 2019.
- Sostenimiento de empresas deficitarias, sin una estrategia clara para sanearlas, como veremos enseguida.
Esta rigidez se materializa en el proyecto de presupuesto para 2026, donde el 75% de los ingresos ya está comprometido de antemano, el nivel más alto de gasto obligatorio desde 1995.
Pemex: la carga que se vuelve déficit
Un cambio estructural crítico lo presenta Pemex, que por primera vez proyecta un balance negativo para las arcas públicas. La empresa aportará 233 mil millones de pesos, pero recibirá 263 mil millones, generando un déficit neto de 31 mil millones.
En términos prácticos, cada mexicano subsidiará a la paraestatal con 1,960 pesos. Paradójicamente, este apoyo fiscal no viene acompañado de una estrategia de inversión robusta, ya que la empresa destinará apenas el 0.6% del PIB a infraestructura, uno de los niveles más bajos.
El futuro sacrificado: seguridad, educación y salud
Frente a este iceberg de gasto inflexible, los sectores que definen el futuro del país operan con recursos limitados. En 2026, el gasto en relación con el PIB será inferior a sus máximos históricos en áreas clave: seguridad nacional se mantendrá en 0.5% (frente a 0.8%), educación caerá a 2.9% (desde 3.5% en 2015) y salud se ubicará en 2.5%, lejos del 6% recomendado por la OMS.
Lo urgente está estrangulando de manera sistemática lo importante.
La gran oportunidad desaprovechada
Este es el capítulo más triste de la crónica. México se consolida como el principal socio comercial de Estados Unidos, con el nearshoring llamando a la puerta. Simultáneamente, se acerca a un punto de inflexión demográfico: en 12-15 años comenzará un envejecimiento poblacional que ejercerá una presión insostenible sobre pensiones y salud.
Frente a esta encrucijada histórica, el Paquete Económico 2026 muestra falta de visión. La inversión en infraestructura será del 2.5% del PIB, por debajo del promedio de 3.1% registrado entre 2013 y 2023. Aunque la deuda aumenta, la inversión no lo hace en igual medida. Del total de inversión física planeada, un 26% corresponde a Pemex y el 74% restante a la inversión pública federal. Se trata de la asignación más baja para Pemex desde 2007 y la segunda más reducida para el Gobierno federal desde 2019.
Surgen entonces preguntas inevitables: ¿acaso este es el impulso necesario para que el Plan México despegue y logremos ser la décima economía del mundo? Esta miopía se proyecta, además, sobre un paisaje económico ya de por sí limitado: 25 años con un crecimiento promedio de apenas 1.5%, un aumento del PIB por persona de 0.3% y una alarmante caída de la productividad del 0.6%. En esencia, hoy somos menos eficientes que hace un cuarto de siglo.
La última llamada
La sensación final es la de presenciar una resignación calculada. El Paquete Económico 2026 no parece un plan para catapultar a México hacia la década de 2030, sino una hoja de ruta para administrar la escasez sin alterar el statu quo.
Nos habla de un país que, teniendo la oportunidad de refundar sus capacidades esenciales para ser un socio competitivo en Norteamérica, decide no subirse al tren.
Qué difícil para la Presidenta, teniendo la oportunidad de colocar a esta nación en el carril de alta velocidad para el desarrollo, escoge mejor ir lento con el riesgo de no llegar.
Directora general de México Evalúa