En un país como México, donde las mujeres hemos tenido que abrirnos paso entre la misoginia estructural, la violencia simbólica y el escrutinio desmedido, los avances en materia de protección legal no han sido concesiones: han sido conquistas.

Hoy, esas conquistas están en riesgo.

Durante años, las leyes que protegen a las mujeres frente a la violencia política de género han sido una respuesta directa al poder mediático, a las narrativas machistas que buscan ridiculizarnos, desacreditarnos o simplemente callarnos. No se trata solo de partidos ni de curules. Se trata de cómo se nos nombra, cómo se nos muestra, cómo se nos juzga en los medios, en redes sociales, en el espacio público.

Hoy, resulta inadmisible que se quiera legislar para acotar la violencia política de género exclusivamente al ámbito entre actores políticos, como si los medios, las redes sociales y la opinión pública no jugaran un rol igual o más violento.

Y no lo van a creer, pero fue una mujer —sí, una mujer— quien propuso la iniciativa. Una diputada local del PRIAN en el Congreso de la CDMX que, al parecer, olvidó la lucha feminista, la violencia que viven millones de mujeres y todo lo que hemos conquistado a pulso. Lo que presentó no es una iniciativa “técnica” o “jurídica”.

Es un intento de recorte a los mecanismos de protección para las mujeres. Es una propuesta que desconoce una verdad incómoda: la violencia política de género se ejerce desde los micrófonos, las columnas de opinión, los titulares manipulados y las redes sociales llenas de odio que cuestionan nuestra ropa, nuestro cuerpo, nuestra voz y no nuestras ideas.

¿En qué momento se nos olvidó que las agresiones más brutales no siempre vienen del adversario político, sino del anonimato, del periodista misógino, del “analista” que descalifica nuestra presencia y cuestiona nuestra ropa en lugar de nuestros argumentos?

Esta propuesta no es solo una regresión jurídica.

Es un golpe simbólico a todas las mujeres que han denunciado desde el dolor, desde la soledad, desde el miedo.

Es un mensaje de “calladita te ves más bonita” redactado en formato de iniciativa legislativa.

Y eso no lo podemos permitir.

No se legisla desde la indiferencia. Mucho menos cuando la indiferencia cuesta vidas, candidaturas truncadas, liderazgos silenciados y carreras destruidas. Las leyes que hoy nos protegen no son dádivas ni cuotas. Son el resultado de mujeres que no aceptaron el silencio como respuesta. Y no vamos a permitir que se retroceda ni un centímetro.

Limitar el alcance de la violencia política de género a disputas entre partidos es dejar a muchas fuera. Es traicionar el espíritu mismo de esta lucha: que ninguna mujer tenga que elegir entre alzar la voz o proteger su integridad.

Lo que está en juego no es un tecnicismo jurídico. Es la señal que enviamos como Congreso a cada niña, adolescente y joven que un día quiera participar en la vida pública. ¿Les vamos a decir que si las agrede un político sí cuentan, pero si las destrozan en los medios no?

Desde la Cámara de Diputados, me mantengo firme. No es momento de titubear. Es momento de defender con fuerza lo que hemos ganado con tanto dolor. Y avanzar, no retroceder.

Porque a las mujeres en política no nos silenciarán. Ni en las urnas. Ni en los medios. Ni con reformas a modo.

No venimos a pedir permiso.

Venimos a cambiar las reglas.

Y quien intente escribirnos de nuevo con letra pequeña, debe saber que ya no cabemos en los márgenes. Nos pertenece la página completa.

Diputada Federal, LXVI Legislatura

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