“Ni un año… y ya van cuatro agresores”. No ha pasado ni un año desde que asumí el cargo como diputada federal, y ya son cuatro las personas —con nombre y apellido— que han ejercido violencia política de género en mi contra. Cuatro. En menos de once meses.

Y no es casualidad.

Esto no se trata de susceptibilidades, se trata de un patrón sistemático de agresión contra mujeres que decidimos estar donde históricamente se nos ha negado estar: en el poder.

Esto confirma algo que muchas ya sabíamos: ser mujer en la política sigue siendo un acto de resistencia diaria. Sigue siendo una batalla contra los estereotipos, contra los micrófonos misóginos y contra quienes disfrazan el odio de “opinión”.

Porque no, no todo es crítica legítima. Lo que yo —y muchas otras mujeres— hemos enfrentado no es un debate de ideas. Es violencia. Es misoginia con cámara. Es desprecio envuelto en “análisis”. Es una campaña articulada para despojarnos de lo que hemos ganado con esfuerzo y con mérito: la voz, el lugar y el poder.

No les molesta lo que decimos. Les molesta que seamos NOSOTRAS quienes lo decimos.

Esta violencia no viene de la nada. Viene de quienes no soportan ver a una mujer autónoma, con agencia, con pensamiento propio, con determinación. De quienes no toleran que ocupemos espacios sin pedir permiso, que construyamos poder sin deberles nada, que pongamos temas sobre la mesa que durante años han sido ignorados.

Peor aún: muchos de estos ataques vienen desde los medios. Y no, no hablo del periodismo crítico, libre, valiente. Hablo del pseudo periodismo que se ha convertido en una trinchera para lanzar insultos, fabricar narrativas falsas y promover campañas de odio.

Ese que no informa: desinforma.

Ese que no cuestiona: denigra.

Ese que no investiga: inventa.

Y lo hace sin consecuencias, escudándose en la libertad de expresión como si eso fuera licencia para violentar.

Pero no lo vamos a permitir.

La violencia política de género no solo daña a quien la recibe. Daña la democracia. Debilita el debate público. Intenta desalentar a las nuevas generaciones de mujeres que vienen detrás.

Por eso lo denuncio. Porque si callamos, se normaliza. Y si se normaliza, se perpetúa.

No se trata solo de mí. Se trata de todas. De las que han sido insultadas, invisibilizadas, excluidas. De las que han sido tachadas de “adornos”, de “ocurrencias”, de “parásitas”, solo por ejercer su derecho a representar, a legislar, a decidir.

Sé perfectamente quién soy y de dónde vengo. Y no rehúyo mi historia: la abrazo con la frente en alto. Ser hija de quien soy me ha abierto puertas, sí, pero también me ha puesto cargas y prejuicios que he tenido que enfrentar desde el primer día. No estoy aquí por un apellido: ESTOY AQUÍ PORQUE ASUMÍ LA RESPONSABILIDAD DE HACER VALER UNA TRAYECTORIA PROPIA. Porque decidí trabajar, comprometerme y dar resultados. Juzgarme solo por mi origen es negarme la posibilidad de ser medida por mis propios méritos. Y yo estoy aquí para que se me escuche por lo que represento, por lo que propongo, y por lo que construyo, no por la sombra de ningún nombre.

Se trata de no permitir que nos arrebaten lo que tantas mujeres antes que nosotras lucharon por conquistar. De no dejar que la política vuelva a ser un territorio exclusivo de quienes se sienten amenazados por nuestra voz.

Porque sí, la violencia en redes también cuenta. La violencia mediática también hiere. La violencia simbólica también mata.

Por eso, cada vez que intentan desacreditarme con mentiras, con prejuicios o con odio, yo respondo con lo que más les incomoda: con resultados. Con propuestas. Con leyes. Con la fuerza de saber que no estoy sola.

Hoy más que nunca lo digo con firmeza: No vengo a pedir permiso. Vengo a ocupar mi lugar. A ejercer mi derecho. A seguir legislando con perspectiva de género, con convicción feminista y con un profundo compromiso con las mujeres de este país.

A quienes han intentado silenciarme, minimizarme o desprestigiarme, les digo algo claro: no me intimidan. No me muevo. No me rindo.

Porque ser mujer en la política es resistir, pero también es avanzar. Es levantar la voz por nosotras y por todas. Es mirar de frente al poder y no agachar la cabeza. Es escribir nuestra historia, no en sus términos, sino en los nuestros.

Y si les incomoda, que se acomoden. Porque no nos van a borrar. No esta vez. No nunca.

Y sí, soy hija de quien soy. Pero no vine a heredar privilegios, vine a asumir responsabilidades.

Mi apellido no me define: me definen mis convicciones, mis causas, mi trabajo.

Júzguenme por lo que he hecho, por lo que represento, por lo que defiendo. No por los prejuicios. No por el machismo. Y mucho menos por el miedo que les da vernos avanzar.

Aquí estoy. Y no pienso retroceder. Porque no vine a pedir permiso: vine a ejercer mi derecho.

Y no me voy a callar. Porque si algo tengo claro, es que me llamo MARÍA TERESA EALY DÍAZ, no soy “la hija de”….

Diputada Federal LXVI Legislatura

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